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Laura Kuenssberg

Sobre mi pena es mejor no escribir” (Robert Graves Yo, Claudio)

También le habrá pasado a usted. Mientras escribe a una desconocida audiencia suelta lo primero que le viene a la cabeza sin pensar en las consecuencias. No tiene en cuenta que el foro universal está alerta en cientos de miles de dispositivos electrónicos repartidos por el globo. Twitter es una NYC móvil, “the city that never sleeps” con sede central en San Francisco, California, Estados Unidos.

Twitter parece ser la nueva Torre de Babel del siglo XXI, el espacio de la libertad y la democracia instantánea en la que cualquier individuo escribe lo que piensa o lo que no piensa en una de las 7.000 lenguas del mundo. La red del pájaro azul permite redactar microtextos de 280 caracteres de longitud, adjuntar imágenes, videos, audios y GIF y compartirlos con miles de miles de personas repartidas por el planeta Tierra. Por si fuera poco, esta red revolucionaria posee el don de transportar enlaces –links– editados en un código extraño del nuevo siglo conocido como html o lenguaje de marcas de hipertexto consistente en una mezcla de letras y números sin sentido aparente y capaz de recoger una colosal información en un cifrado muchas veces inferior a 90 caracteres. Y esto sucede en el interior de una caja mínima de mensaje dibujada en la aplicación de un smartphone.

A veces uno dice cosas que no quiere decir. Uno, a veces, dice cosas que, de haberlo pensado un poco mejor, no habría dicho. Cuando nos arrepentimos de algo que dijimos siempre podemos rectificar y disculparnos; claro que en Twitter no es así, lo dejamos por escrito y como ya sabemos,“verba volant, scripta manent”.

Hace unas semanas, supimos que medios de comunicación de gran peso internacional como la British Broadcasting Corporation, y en su nombre,  el nuevo director general, Tim Davie, pretendía evitar que los reporteros de la cadena inglesa manifestasen opiniones personales en Twitter (“BBC broadcasters furious over new rules restricting ‘partisan’ use of Twitter”. Vanessa Thorpe. The Guardian, 6.09.2020). Al parecer, la medida podría estar originada, entre otros motivos, por tuits de reporteros políticos de la compañía como este de Laura Kuenssberg (@bbclaurak) que, de alguna manera, apoyaba la declaración de Dominic Cummings, mano derecha de Boris Johnson, de no haberse saltado el confinamiento en mayo de 2020. Cummings estaba siendo investigado por la policía bajo sospecha al haber sido sorprendido de visita en Durham en la casa de sus padres acompañado de su mujer y sus hijos.

 

El recién nombrado director general quiere que la BBC mantenga una línea informativa imparcial y objetiva, lo cual es obvio. Lo que no está tan claro es el intento de “restringir” la libertad de los trabajadores de la BBC a interactuar en redes sociales. Por un lado, estaría privando del derecho a expresarse libremente de cualquier ciudadano, y por otro, podría dar a entender a los lectores y oyentes que esa cadena observa una línea de pensamiento único. De ser así, perdería asimismo la oportunidad de mostrarse como un medio de comunicación abierto y diverso, reflejo de la sociedad a la que se dirige. Eso sí, no estaría de más aclarar la diferencia entre cuenta oficial y cuenta personal. La cuenta de Laura Kuenssberg arranca con las siglas de la BBC a la que se añade la firma singular de la periodista.

Twitter es lo que es. Una red social de comunicación rápida, breve y eficaz; algo así como el telégrafo moderno con las ventajas de ser una red universal y de fácil acceso. Cualquiera puede escribir telegramas –tweets– si cumple tres condiciones: tener cuenta en la red del pájaro azul, conexión a Internet y algo que decir.

Tim Davie

 

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