La Venezuela contemporánea es una realidad sin sentido. A pesar de que a veces pareciese que todo está hecho, todo está por hacerse.
Tenemos una realidad turbia y confusa. Es muy difícil predecir si estamos en los últimos pasos antes del final o en el comienzo de la reconstrucción de ese país mejor.
A pesar de lo complejo de esta coyuntura, todo parece indicar que el final es el inicio de algo, por eso lleno de optimismo me arriesgo a pensar que nuestro país está cerca de cerrar los días más amargos y tristes de su historia. Obviamente, es difícil predecir el desenlace que este momento histórico tendrá, tampoco es sencillo saber cuál será la causa que sentencie el final de este modelo fracasado que tanto mal nos ha hecho a cada venezolano, sobre todo cuando muchos sentimos desconfianza en el liderazgo que dice estar conduciendo todo ese desenlace.
Sin embargo, estoy convencido de que la causa que nos empujará no es ni será otra que el rescate de nuestra amada Venezuela y haber entendido, por fin, que cada ciudadano merece tener calidad de vida. Creo que todo ha empezado a alinearse, que ver cómo día a día nuestras aspiraciones se hunden más en los niveles de la jerarquía de las necesidades humanas nos está llevando a despertar y abandonar la idea desesperanzadora del “esto es lo que hay”.
Hay que persistir, resistir y jamás desistir en la búsqueda de un país lleno de oportunidades para todos por igual.
Todos de alguna manera tenemos que dejar de lado el modo condicional al expresarnos, ese que solemos emplear en una vida llena de limitaciones y miedos. Y no es solo un deseo. Cada vez que converso con alguien en la calle siento cómo han perdido fuerza esos pensamientos que mantenían a gran parte de Venezuela estancada en el pasado y es que no tener los servicios básicos como alimentación, gas, electricidad, gasolina, Internet y educación han permitido avizorar una oscura e inhóspita realidad de seguir así como vamos.
Como muchos otros venezolanos, cuestiono a diario este sistema político que ha obligado a los jóvenes a correr en busca de otros destinos, asustados por este presente tan complejo y difícil.
A pesar de la censura, la falta de servicios y las constantes violaciones de nuestros derechos, sé que todos somos conscientes de quiénes son los responsables de este desastre que hoy arropa a cada venezolano, indistintamente del bando en el que se encuentre. Tanto ustedes como yo sabemos que es necesario arrancar de raíz el problema, para que sea posible encontrar una solución que permita la construcción de un nuevo país, con el esfuerzo y trabajo de todos los ciudadanos.
Venezuela grita auxilio y nadie puede hacerse el sordo, y cuando digo nadie me estoy refiriendo también a la Fuerza Armada Nacional. Es importante que sus hombres y mujeres no solo recuerden cuál es su deber constitucional, sino el deber moral que tienen para con el país que juraron defender. Los profesionales militares están llamados a ser justos en la balanza, no solo por sus normas, principios y valores, sino también por su propio bienestar y seguridad.
En la actualidad cada unidad aérea y de flota es una lotería, la falta de mantenimiento de estos equipos genera la posibilidad de accidentes catastróficos que pudieran enlutar hogares. A los desvelos por los turnos y las guardias se suman los de la responsabilidad de conducir hombres y mujeres sin los cuidados y la formación adecuada, una remuneración que no es justa y la falta de una seguridad social acorde con su delicada misión, que incluye el combate de las Bacrim y los grupos irregulares. En fin, es urgente que vuelvan al redil constitucional y sean palanca de cambio.
No obstante, este cambio atañe a todos, no podemos colocar en las manos de otros la vida que queremos y merecemos tener. Es hora de hacernos responsables, sociedad civil y políticos de bien, todos debemos dar un paso al frente y decir un contundente “BASTA”. Cada muerte de un venezolano por la indolencia será una deuda que la historia siempre nos cobrará.
Hoy la única certeza que tenemos es que llegó la hora de actuar. La mayor garantía que se tiene para asumir el cambio necesario es el clamor de un pueblo desesperado que se resiste y el convencimiento de que los hijos de Bolívar jamás se doblegarán ante ninguna tiranía.
Nuestra contradicción cobra sentido, todo está por hacerse y sin embargo todo está hecho. El reto está entonces en pensar en cómo contribuir desde lo individual, ¿cómo podría hacerle mejoras a algo que aún no tiene forma?, ¿cómo podría ayudar a construir un país con visión de futuro y de progreso? Tal vez terminemos en el mismo laberinto que se encontró Teseo y tal vez sea Venezuela la Ariadna que nos dé el hilo para salir de él o para enfrentarnos a un Minotauro que habiendo perdido su fuerza no es tan fiero como dice ser.
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