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La música, el aliado inesperado de los pacientes graves de covid-19 en Argentina

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El anciano ya había superado el infierno. El covid-19, el respirador artificial, el drama de lo que pudo ser. Estaba sentado, en una sala, confundido, perdido en tiempo y espacio. «Es un paciente con principio de Alzheimer. No sabía dónde estaba, ni qué día era, sin embargo, cuando le pregunté qué música escuchaba, se iluminó su mirada. Me habló de folclore y más allá de que no sabía -o no recordaba- el nombre de un cantante, no sabes cómo le cambió la cara cuando escuchó las primeras estrofas. ‘¡Esto es música!’, decía y se empezó a mover. Este proceso lo motiva, lo conecta con su identidad y le cambia el humor. Le ayuda a que gane fuerza motora. La música, muchas veces, es salud».

Karina Ferrari es licenciada en musicoterapia. De 51 años, es egresada de la carrera de medicina de la Facultad de El Salvador y profesora de esa carrera en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su especialidad está relacionada con el área crítica: es parte de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. «No son muchos los que se desenvuelven en el área crítica. La música activa áreas del cerebro. Motoras, cognitivas, la memoria. Cuando escuchas una canción, te aparece un recuerdo», sostiene, luego de otro día agitado en el Hospital Álvarez, en una de las salas de rehabilitación intensiva post covid-19, reseña LA NACION.

Los que les ganan a la tragedia se cobijan en un grupo de especialistas que trabajan en equipo. Nutricionistas, kinesiólogos, trabajadores sociales, fonoaudiólogos, psicólogos. Y entre ellos, la mejor melodía.

La musicoterapia es una disciplina académica. Se estudia en seis universidades del país; entre ellas, en la UBA. Es una carrera de grado, una disciplina basada en la evidencia. Todo el trabajo que se realiza tiene por detrás un aval científico: están comprobados los efectos positivos que tienen una experiencia musical. Es mucho más que una canción, porque se vinculan con los pacientes a través de la música, en una suerte de conexión. La experiencia musical tiene un efecto positivo en la salud psicofísica.

«La música es un lenguaje inherente nuestro, lo que nos diferencia de otras especies. La música activa diversas áreas cerebrales y, a su vez, tiene una relación directa con el ser humano. Si te paras en una esquina y le preguntas a alguien por un actor o director de cine favorito, tal vez no sepan a quién elegir. En cambio, si le preguntas por un cantante, todos tienen un preferido. La música tiene una relación directa con la identidad de las personas. Usamos la música para relajarnos, para expresar una emoción, para recordar un momento lindo, más allá del hecho artístico. Tiene un significado que excede lo musical, podemos contar nuestra vida a través de las canciones. Toda esa información la usamos para trabajar con el paciente. No hay una receta musical, solo el paciente sabe qué efecto le puede dar su propia canción. Yo voy a ayudarte a descubrirlo», cuenta Ferrari.

Las terapias intensivas suelen tener impactos desgarradores. En el durante y en el después, una nota a tiempo puede ser el combustible ideal. «En el área crítica, hay un impacto emocional. Se trabaja mucho el dolor y la ansiedad, tenemos un gran impacto en lo neuromotor y en el trabajo con la familia. En la terapia intensiva, a veces, el paciente está muy sedado, cuando está ‘ventilado’; luego, cuando intenta despertar, se estimula el cerebro para que lo consiga. Le damos una experiencia musical que pueda reconocer. Al principio, está desorientado, el paciente no sabe dónde está, ni entiende qué es lo que siente. Tratamos de que te despiertes en un ambiente en el que haya algo que reconozcas, en este caso, la música. Por lo general, debe ser del gusto del paciente. Por ejemplo, en este momento estoy trabajando desde folclore paraguayo hasta AC/DC. Cada paciente tiene su estilo y su efecto», asume, entre técnicas, acento autóctono y rock pesado.

La música, en realidad, es un aliado. Es una especialidad prima hermana de la psicología y de la neurociencia. «La música es el recurso, el medio, para conseguir un objetivo no musical. Son experiencias musicales al servicio de objetivos no musicales», precisa.

El trabajo es en equipo: un ejército de soldados al servicio de la salud del paciente de la Ciudad, bajo el mando de Martín Previgliano, el encargado de las salas de rehabilitación intensiva post Covid-19 en el Fernández, el Álvarez y el Pirovano.

Sedarlos y relajarlos

«Los pacientes que están en terapia intensiva y requieren asistencia respiratoria mecánica por mucho tiempo hay que sedarlos y relajarlos. A lo largo del tiempo, les provoca el síndrome de post terapia intensiva. Cada medicamento les provoca algo. Los sedantes les provocan delirio, deterioros neurocognitivos, los miorrelajantes generan debilidad muscular; todo ese cuadro por el coronavirus se agiganta por la cantidad de dosis. Después de estar tres semanas conectados en promedio salen muy débiles”, dice Previgliano.

Agrega: “Este es un concepto novedoso: es una sala de clínica médica en general y los pacientes tienen como objetivo salir lo antes posible en las mejores condiciones. La experiencia nos demuestra que en 15 días se puede dar el alta con una independencia casi total. Es un trabajo transdisciplinario: se busca que todos trabajen en el mismo idioma, en el mismo momento. No se trabaja en forma vertical, el paciente es de todos, no de un solo profesional. Si hay una duda, el de al lado lo puede solucionar y así se aceleran los tiempos de recuperación».

Karina Ferrari es licenciada en musicoterapia | Foto LA NACION

La música cura, moviliza, recupera los sentidos. «No en todos los hospitales hay un músico terapeuta. Es un trabajo interesante, relativamente nuevo en nuestro país. Dependen del área de salud mental en la mayoría de los hospitales. Nosotros somos seres visuales, pero nuestro cuerpo tiene un ritmo, una vibración. Nuestro corazón late, ese latido provoca una cierta vibración, la voz tiene una frecuencia. Si vos estás enojado, hablas de una forma; si estás tranquilo, de otra. Cuando una persona está en un momento de estrés, los valores, la frecuencia cardíaca y respiratoria aumentan y disminuyen. El profesional, a través de la música y de los ritmos, busca equiparar las frecuencias y, a partir de ese momento, encontrar el equilibrio. Ayuda a los pacientes a poder relajarse sin necesidad de tomar sedantes. De un modo externo, intervenimos en la fisiología del paciente. El resultado es maravilloso, aquellos que están en el proceso del ‘destete’, los ayuda un montón. Es un momento de angustia: piensa en el bebe cuando le quitan el cordón umbilical», compara el experto, casi como si se tratara de un volver a nacer.

No son músicos: son profesionales de la salud. Suele llevar un set, que cuenta con elementos instrumentales y técnicos. Ahora, alcanza con un celular y un parlante Bluetooth, antes solían ir con un grabador. «Hay músicos que trabajan en salas, pero no tienen preparación. Es muy romántico ver a un chelo en una terapia intensiva, pero no todos los pacientes necesitan el mismo estímulo», advierte Ferrari.

«Cuando los enfermos están por despertar, los estímulos deben ser sencillos, repetitivos. Una vez que el cerebro despierta, aparecen la ansiedad o la depresión. La música se acompaña con palabras significativas que puedan conectarlo con la realidad. La música es un motivador. Va un kinesiólogo y le dice: ‘usted tiene que levantar la pierna y hacer repetición cuatro veces porque está hinchado o muy rígido’, yo luego acompaño ese proceso con su propia música», señala.

La sala suele estar llena de enfermos que salieron de la ventilación mecánica, que zafaron del covid, sobrevivieron y llegan a este espacio con secuelas cognitivas motoras y estrés post traumático. «Trabajamos en su universo emocional. Además, con los movimientos de manos y piernas, con instrumentos, escuchando música», resume. Su trabajo es previo al del kinesiólogo, el primer impacto del control del espacio. El movimiento, a partir de lo sonoro, puede hasta terminar en un baile.

Las salas tienen ocho camas, todas ocupadas. Los pacientes están ansiosos por saber qué profesional les toca. Los ayudan a recuperarse definitivamente, a volver a respirar el aroma de la vida. Sale el kinesiólogo, entra la fonoaudióloga. Todos los días desde las 8 hasta las 22, de modo intensivo. Los profesionales entran y salen. «Levántate, siéntate derecho, levanta los brazos, anda al baño’, pequeñas intervenciones que activan al paciente. Ya no es toco la puerta y me voy. Es estar con el paciente y resolverle sus dificultades físicas y emocionales, en un trabajo en equipo», describe Previgliano.

Ferrari cuenta su historia cerca de las 22, luego de otra jornada agotadora y estimulante. La guitarra queda a un costado. Cuando baja un cambio, a veces, el silencio es su mejor melodía. «Mi vida tiene música, pero aprendí a racionalizarla. Necesito tener mis momentos de silencio y de no sonidos. Me acostumbré a trabajar con música que no me gusta, tenemos otro entrenamiento. ¡Trabajo con música que no escucharía en mi vida! Pero cuando veo el efecto que provoca, soy feliz. En mi casa no pondría ni loca cumbia y reguetón, pero cuando veo el efecto en el paciente…, la música ‘desaparece’ en mí. Es que dimos otro pequeño paso hacia su recuperación», dijo.

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