El presidente (e) Guaidó viene haciendo gran esfuerzo por lograr algún margen de unidad dentro del muy fragmentado espectro opositor de cara al fraudulento evento que la usurpación pretende escenificar el venidero mes de diciembre. Desde esta columna apoyamos fervientemente tal iniciativa que sabemos ha tratado de arropar a la mayor cantidad de actores no solo del espectro político partidista, sino también de la sociedad civil. Celebramos que la mayor parte de la dirigencia ha abrazado el intento y lamentamos que unos pocos sigan refractarios, unos por sincera convicción y otros por cálculo ventajista. Los días por venir darán cuenta del destino de este nuevo esfuerzo.
Entendemos y convenimos que el acento hoy se coloque en la búsqueda de la forma de devolver a Venezuela al concierto de los países democráticos. Tal objetivo es de vital importancia pero –como también se reseñó en el reciente comunicado de la Conferencia Episcopal– eso solo no es un fin en sí mismo si no está seguido de acciones que lleven a la consecución concreta de las más caras aspiraciones del colectivo nacional.
Muchos de quienes ya transitamos la tercera edad y por ello somos conscientes de que los tiempos nos van arrinconando tenemos bastante certeza –y fe– de que en no muy largo plazo veremos concretado el anhelo de presenciar una nueva dirigencia con sinceros y sostenidos deseos de llevar a Venezuela a mejores destinos. Quien esto escribe no suscribe en forma automática la repetida frase de
“el país que nos merecemos” porque entiende que ningún pueblo merece nada sino aquello que se ha ganado con esfuerzo y trabajo y de eso se tratará una vez que el cambio se haya producido.
Esa misma tercera edad es la que nos mueve no ya a pensar en nosotros sino en el país que espera a nuestros hijos y nietos. Serán ellos –si trabajan fuerte y bien– quienes tal vez puedan se actores y beneficiarios de una patria ya enrumbada en el círculo virtuoso del progreso reflejado en el retorno de los valores éticos acompañados por el desarrollo económico y la justicia social.
Cuando la etapa del cese de la usurpación sea una realidad será menester tener presente que aquello no será sino el principio de una larga cuesta en la que cada paso requerirá no solo la voluntad sino la construcción y reconstrucción de cada uno de los escalones de la vía hacia la realización colectiva.
Cuando el cambio de conducción ocurra, el hambre no se saciará al día siguiente ni Hidrocapital garantizará el suministro de agua o Corpoelec el de energía eléctrica. Pdvsa tendrá que ver cómo consigue volver a extraer petróleo, venderlo y cobrarlo; el Banco Central tendrá que reponer sus reservas y acudir al financiamiento externo; para que Internet funcione se requerirán fuertes inversiones y para que todo ello se ensamble y potencie hará falta esfuerzo y sobre todo paciencia, siendo esta última difícil de solicitar a quienes tienen hambre y menos aún a quienes querrán aprovechar la “posguerra” para su propio provecho económico y político.
Mientras Venezuela trate de restablecer a medias la electricidad hídrica o convencional a los hogares, el mundo ya llevará décadas adelantando la energía limpia proclamada como meta universal antes de la mitad del presente siglo. Mientras nuestros pescadores sigan buscando sustento artesanal en aguas costeras ya agotadas, el mundo ya está en la carrera de las granjas ictícolas y la pesca sustentable en aguas abiertas. Mientras nuestras tierras yacen improductivas y nuestros rebaños en continua disminución, el mundo ya transita los caminos de los milagros de la ciencia al servicio de la producción de alimentos. Mientras en Venezuela estaremos subsidiando el desempleo o el subempleo, países carentes de recursos naturales (Israel, Japón, etc) seguirán generando riqueza y bienestar a partir de la siembra del conocimiento.
El sueño de este columnista, ya curtido de tanta ilusión frustrada, es que en esa hora del despegue haya surgido ya el líder –ni caudillo ni Mesías– que pueda aglutinar el esfuerzo que se va a precisar insuflando ánimo y esperanza. Ya se hizo con diferentes enfoques, tanto en época de Pérez Jiménez y también después de 1958 cuando el sentimiento de propósito nacional sirvió para orientar el esfuerzo de construir un país, aun cuando el disfrute de las libertades fue muy distinto en una y otra época. Esa no es la “Venezuela que merecemos” sino la que merecerán quienes entonces la habiten si es que son capaces de hacer no milagros bíblicos sino apenas las obras humanas que otros pueblos ya transitaron con éxito ni siquiera muy lejos de aquí (Costa Rica, Uruguay, Chile).
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