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Aproximación a Labios del viento de Nubia González

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Por MARÍA ANTONIETA FLORES

Comencemos por el título. Labios del viento es una metáfora, según la definición clásica. Une dos elementos para crear uno nuevo. Dota de labios al viento, lo que nos lleva a recordar la representación clásica del dios Eolo  y a su hijo Notos, el viento del sur que trae las tormentas. Eolo es representado con rostro humano y aparece soplando. Allí están los labios. El viento sí tiene labios en el imaginario de nuestra cultura.

Este título está tomado de tres versos de uno de los poemas finales del libro. Son tres versos que tienen tal potencia que pueden considerarse un poema autónomo:

Cuando las cenizas de mi cuerpo se levanten

espero se sujeten a los labios del viento

y prolonguen mi nombre

Aquí, en este deseo expresado, el viento figura como símbolo de lo ascensional y configura el deseo de trascendencia que define a lo humano.

Pero, en El aire y los sueños, Gaston Bachelard nos advierte sobre “La ambivalencia del viento, que es dulzura y violencia, pureza y delirio,”  ya antes ha establecido que el viento es la manifestación “del aire violento” y profundiza en este aspecto: “el  viento furioso es el símbolo de la cólera pura, de la cólera sin objeto, sin pretexto. (…) la tempestad sin preparación, la tragedia física sin causa”.

De esta manera, este libro que nos recibe con este delicado título nos asomará al otro sentido del viento. Se lee en el primer poema “Los vientos de la ausencia arden” y es así porque este es un libro colérico: está impulsado por la cólera, la poeta habita la tempestad gracias a una inexplicable tragedia física que la llena de dolor y sólo un sentimiento colérico la sostendrá y vuelvo a citar a Bachelard: “una cólera inicial es una voluntad primera”.

En la lista de emociones que Aristóteles registra en su Retórica, la cólera aparece de primera. En la época antigua, esta emoción nace de un acto de desprecio o de un abuso de poder en una relación asimétrica según explica López Pedraza. Ahora, pensemos en el ser humano ante el creador a quien le asigna la responsabilidad de los hechos: ahí nace la cólera.

“Canta, oh musa, la cólera del pélida Aquiles” es el primer verso de la Ilíada. Son las consecuencias de esa cólera lo que da forma a uno de los libros fundacionales de nuestra literatura. Shakespeare le tiende la mano a Faulkner para su famosa obra El sonido y la furia. La cólera es uno de los grandes motivos del arte y la literatura, y cada escritor según su voz y estética le da forma a esa emoción que descoyunta el sentido y la razón.

En los inicios de  la vida, está la cólera. Se necesita de ella para nacer y también para seguir viviendo.   Al reconocer su propia ira ante la pérdida, escribe Nubia González, quizás tocada por la esperanza o la certeza:  “Otro tiempo traerá la voz/ mitigada la ira”.

Así, por culpa del dolor, se ve atrapada en un tiempo vertical, como lo denomina Bachelard, un tiempo ajeno al transcurrir, un perenne instante en el que se vive el dolor. Es este tiempo el mismo del instante poético. Si el tiempo vertical desciende se queda atrapada en el dolor, si el tiempo vertical asciende encuentra lo que Bachelard llama “el lamento sonriente, la belleza formal de la desdicha”. Un concepto difícil de aprehender cuando se vive el dolor, para aproximarse a esta idea habría que pensar en un dolor que se vive con serenidad y esa calma interior logra encontrar la belleza como lo ha logrado Nubia en este libro. Es hermosa esta imagen del lamento sonriente porque habla de la armonía que se puede alcanzar en medio del dolor y creo que el libro apunta a esto, no lo ha logrado porque el duelo aún no cesa, pero se percibe la inclinación hacia ese estado del alma.

Labios del viento es también un libro religioso, un libro donde el religare ha sido roto por la pérdida y la tragedia, pero es una rotura aparente pues la constante mención de elementos del mundo cristiano nos dice que a pesar del reclamo, la pérdida de la fe y la duda sigue presente el vínculo. Quizás en la duda es cuando el hombre manifiesta más su urgencia de estar ligado a lo divino. Por ello dirige la cólera, la ira, contra ese ser superior y cuya respuesta es el silencio: “niego los cielos en mi orfandad” escribe la poeta.

Es la pérdida de un ser amado lo que nos lleva por un valle de sombras, ese del salmo 23 que es mencionado en el primer poema de la primera parte de este libro, pero todo valle se transita y se cruza: “Sé que no pones nada que no pueda enfrentar / cierro el puño acepto el reto”, escribirá casi al final del libro.

La autora no se queda atrapada en el dolor y empieza a surgir la reparación. Así llegamos a la segunda parte del libro: “Cuando me calle”. Aquí encontramos un pequeño y humilde tratado sobre la muerte. González se interroga sobre la muerte, sus ritos, sus celebraciones; imagina su muerte pues “con la carne desgastada soy otra difunta” y así bordea el abismo del suicidio, con un hermoso poema invoca la amistad del fallecido poeta Rubén Ackerman, pensando en recibir su auxilio en el último aliento. Reconoce que el dolor es irreparable, tal como lo demuestra en el poema cuyo verso inicial reza: “Muchas culturas celebran sus muertos” para empezar un recorrido por las distintas celebraciones que el hombre ha creado para lidiar con la muerte, para apaciguarla o intentar comprenderla, pero es un recorrido en contrapunteo con la muerte individual, la de su sobrina Arianna, mencionando las pequeñas rutinas, la pequeña historia de “Ella” para darnos a entender que ningún ritual o celebración puede reparar el dolor. En esa ambivalencia propia del duelo, encuentra en ese punto donde convergen Eros y Tánatos, el camino de cierta relativa reparación. Eros la lleva al polvo y a la palabra y a ese “Desde abajo seré perdón”. La vida siempre se nos impone.

Nubia González ha escrito un libro para recordar a su sobrina Arianna Vidal González, y para poder seguir adelante en la vida. Sabemos que el dolor físico o psíquico desordena, quiebra, irrumpe para instaurar un nuevo orden que muchas veces no se logra alcanzar pero es el aprendizaje que ofrece el dolor. Por ello, este libro está impulsado por un gran esfuerzo por encontrar orden y sosiego mediante la palabra poética. Nos deja, a nosotros, lectores y testigos de este pesar en una etapa inacabada del duelo, pero repito: a  pesar de los más grandes aflicciones, la vida se impone al igual que el poema. Así y gracias a la poesía tenemos este libro ante nosotros, un libro al que siempre me he acercado con respeto (lo he leído antes de ser publicado y lo vi transformarse) pues encierra el misterio de la pérdida de algo muy valioso y muestra cómo en ese tiempo suspendido se va elaborando el  duelo, se van ordenando los fragmentos, se ha encontrado el camino a seguir.

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