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Cuentan los que hacen

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El aplauso a los héroes de esta hora expresa el agradecimiento y la admiración de la sociedad a quienes, en medio de esta crisis, se están ocupando de la atención médica, la seguridad, la información, la producción de los bienes más necesarios, la prestación de servicios básicos. El aplauso es la forma de decir cuánto se aprecia su entrega, su responsabilidad y su generosidad, pero también cuánto se estima su capacidad de hacer, su ejemplo de compromiso. Su trabajo abre diariamente a la sociedad una ventana de esperanza.

Son ellos los que con su trabajo sostienen a la sociedad, incluso cuando la normalidad ha sido sustancialmente afectada. Son los que han asumido algo como su deber y lo cumplen. Aquellos en los cuales podemos confiar, incluso cuando ese valor de la confianza ha sido desfigurado por la conducta de un liderazgo indigno de ese nombre. Su aporte se mide en realizaciones y en servicio efectivo a la sociedad.

No es un secreto que más que por sus recursos naturales, los países que prosperan se distinguen por su capacidad de hacer. En situaciones de crisis, esta condición se hace todavía más apremiante. La única forma de superar las calamidades es precisamente activando la capacidad realizadora de las personas y de la sociedad en su conjunto. Así lo entiende el liderazgo capaz de convocar a la acción de los ciudadanos para superar las situaciones más difíciles.

Vivimos tiempos en los que el liderazgo se mide por su capacidad de hacer, de resolver, de prever, de planificar, de armar equipos, de responder a las urgencias, de tomar decisiones y de ejecutarlas. Es así como lo ha entendido y está actuando buena parte del empresariado venezolano. Los verbos en su vocabulario suenan más a innovar, proponer, coordinar, buscar alianzas, ajustarse a la realidad, asegurar el presente para dar espacio y posibilidad al futuro. No les es fácil la tarea, no solo por la magnitud de la crisis generada por la pandemia, que ha cambiado la visión actual del mundo y sus equilibrios, sino también por la incomprensión de un liderazgo político más preocupado por obtener ganancias de la crisis que por atenderla.

La crisis mundial provocada por el avance del coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema en todos los órdenes. Nos cuestionamos mundialmente por la capacidad del liderazgo, pero también por la capacidad de la sociedad para activarse y actuar. El panorama mundial ofrece más de un ejemplo, tanto de liderazgos soberbios y con pretensiones de autosuficiencia, como de liderazgos conscientes de la magnitud de la amenaza y ocupados por atender aceleradamente una situación que, con razón se reclama ahora, pudo haber sido de algún modo prevista.

Están los liderazgos paralizados por la duda o la dimensión del reto, pero también los que, apoyados en las voces de la ciencia y de la cordura, han asumido su compromiso y puesto en acción todas sus capacidades para activar o crear de urgencia las condiciones necesarias para superar la amenaza. Están quienes mantienen el discurso del aislacionismo o de la culpabilización a otros, y quienes insertan su situación en la realidad de un mundo global, cambiante y en buena medida impredecible. Están, por último, los que apoyan sus decisiones exclusivamente en consideraciones de orden económico y los que atienden la globalidad de los factores que determinan el presente y el futuro de la sociedad.

En el caso de los venezolanos se ha hecho poco para prevenir, para informar y para prepararse. La ausencia de información confiable no puede llamarnos a engaño. Sobre lo que no cabe duda, sin embargo, es sobre la dimensión de la recesión que nos espera, más grande que la prevista y de imprevisibles consecuencias. Ese es nuestro propio virus.

El aplauso a los héroes de esta hora tendría poco valor si no viniese acompañado por un reconocimiento real a la importancia de su trabajo y por la creación de condiciones laborales y de todo orden que les permitan seguir desarrollando su capacidad realizadora para el bien de la sociedad. Son los que hacen.

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