Hubo una casa que me recibió con las puertas abiertas cuando apenas en bachillerato decidí que me dedicaría al servicio público y la política, esa casa se llama Primero Justicia. Un partido que nació con la necesidad que había en el país de construir una alternativa a lo que desde su propia llegada al poder se mostraba ya como una amenaza para la institucionalidad y nuestra democracia. Para los jóvenes fundadores de Primero Justicia, Venezuela no podía conformarse con el odio, la revancha y la lucha de clases, era necesario que miráramos a nuestro alrededor y nos reencontráramos con los ideales republicanos de justicia y libertad.
Pero no era fácil tender las bases de un nuevo partido en unas condiciones tan adversas. No solo porque el fenómeno carismático que significaba el chavismo en sus inicios, capaz de embolsillarse a media Venezuela, sino también porque una inmensa mayoría de los venezolanos aborrecía los partidos y no se sentía identificada con nuestro sistema político, al contrario, clamaban ruptura y transformaciones drásticas. Le habían comprado la idea al charlatán que así la nación se encaminaría a nuevo porvenir. Aún con el viento en contra, los justicieros nunca se rindieron y decidieron que la única forma de crecer y mantenerse en el tiempo era construyendo una militancia a lo largo y ancho del país, en todos los sectores, en los gremios, en las asociaciones, en las universidades, en las urbanizaciones, en los sectores populares, allí donde el chavismo nunca había llegado o aunque había pasado, lo había hecho para mentir.
El trabajo de años de mucha gente valiosa se traduce en lo que significa Primero Justicia para Venezuela hoy, un partido que más allá de los errores que se hayan podido cometer, ha demostrado tener hombres y mujeres valientes, capaces de sacrificar no solo su libertad por rescatar la democracia en Venezuela, sino también entregar su propia vida, como lo hizo nuestro compañero Fernando Albán. En honor a él, a nuestro diputado Juan Requesens, a todos los que han sido perseguidos por ondear la bandera amarilla y negra, es que le decimos a la dictadura que aquí primero es la dignidad, que no hay poder sobre la tierra que pueda sobre la determinación de una militancia y una dirigencia decidida a seguir adelante, que podrán comprar conciencias e intentar robar nuestros símbolos, pero que no podrán acabar con que lo que significa Primero Justicia para quienes la sentimos como nuestra casa.
No hay democracia sin partidos políticos y no hablo del presente que todos sabemos es todo menos democrático, hablo del futuro, que necesitará de instituciones fuertes, de partidos políticos sólidos y de ciudadanos comprometidos. Pero sobre todo necesitará de memorias de acero, para jamás olvidar que todo esto pasó y evitar para siempre que se vuelva a repetir.
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