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No esperar mucho del 2020

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El año que finaliza se distingue por la  mutación de las expectativas que se avizoraban a su comienzo frente a las realidades bastante diferentes que se perciben cuando está por terminar, tanto en nuestra Venezuela, en la región y, por qué no, en el mundo.

A principios de enero, la elección de Guaidó a la presidencia de la Asamblea Nacional y su poco convencional juramentación como presidente encargado de la República seguida de importantes reconocimientos internacionales, parecía anunciar que el trágico experimento castrochavista instalado en nuestra patria tendría los días contados. Estamos ya por despedir el año 2019 y aquella expectativa que arropó a los más vastos y disímiles sectores de la vida nacional parece haber perdido el fuelle inicial pese al entusiasmo desbordante con que se inició. Causas y explicaciones hay muchas, comenzando por la brutal supresión de todo vestigio de gobierno constitucional y Estado de Derecho mediante la satánica habilidad de quienes usurpan la titularidad del Poder Ejecutivo para mantenerse y sobreponerse frente a sanciones, economía desfalleciente, hambre, etc. Es cierto que ellos están contra las cuerdas, pero siguen despachando desde Miraflores y hasta parecen haber ganado algo de oxígeno en las semanas recientes.

Mientras tanto, la opción Guaidó que inició su gestión generando los más altos índices de apoyo ha sufrido el desgaste y erosión propia del hecho de haber generado importantes expectativas que a lo largo del año se tornaron en frustraciones motivadas en errores, cálculos que no resultaron y finalmente con la desgracia de ser contaminada por la pequeñez de la conducción político-partidista, las tensiones y divisiones internas y –por si fuera poco- el escándalo de la corrupción instalado en el entorno cercano al liderazgo al cual hemos confiado nuestras esperanzas.

En lo internacional la culminación de 2019 también nos encuentra en situación menos favorable que al principio. Es cierto que el apoyo de los aliados de la opción democrática se mantiene con bastante solidez, pero no podemos dejar de anotar el hecho de que a nivel regional se han perdido algunos apoyos importantes (México-Argentina) al tiempo en que se ha ganado Brasil y otros de menor peso (Uruguay, Bolivia, El Salvador), mientras poco se ha conseguido en torno al Caribe insular cuyas lealtades se construyen dentro de parámetros que poco tienen que ver con la restitución de la democracia venezolana.

Han pasado ya los tiempos cuando Mr. Trump anunciaba enfáticamente que “todas las opciones están sobre la mesa” y ya ha quedado claro que la alternativa de la fuerza  no está en el menú norteamericano ni en el del Grupo de Lima, ni en el marco del TIAR, ni en la ilusión del artículo 187 ordinal 11 de nuestra maltrecha Constitución. De paso, la venidera elección de un nuevo (o el mismo) secretario general de la OEA se ha tornado incierta ante la inentendible postulación divisionista de un calificado candidato peruano (Zela) apoyado por algunos de los principales aliados de la causa venezolana.

En el viejo continente los europeos no pasan de anunciar sanciones y declaraciones de escaso valor práctico (salvo las sanciones individuales) y en esta misma semana el nuevo comisionado para las Relaciones Exteriores, el español (catalán) Josep Borrell ya bajó el tono insinuando la necesidad o conveniencia para la Unión de reducir la pugnacidad con la usurpación venezolana. Bonita inauguración acompañada por la polémica visita del rey Felipe VI a Cuba mezclando inexplicablemente negocios con llamados a la democratización.

El vecindario no luce tampoco como lucía en enero. Colombia al borde del caos, aun cuando manteniendo la solidez de sus instituciones; Ecuador apenas recontrolado, Chile dando la sorpresa más impensada, Perú en efervescencia pese a una sana situación económica, Argentina ha elegido el suicidio, mientras  Brasil enfrenta el dilema de una conducción caprichosa y por si fuera poco, el Foro de Sao Paulo y su derivación de Puebla continúa –con cierto éxito- en el empeño de subvertir el orden y la institucionalidad.

Entendemos que el resumen apenas general aquí ofrecido no parece adecuado para alimentar las mejores expectativas para 2020, pero esta columna nunca ha tenido como estilo el análisis rosado sustentado más en aspiraciones que en datos y realidades. Ello no quita nuestro sincero deseo de un futuro mejor que debe sustentarse fundamentalmente en el esfuerzo de nosotros los venezolanos.

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