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El oficio más secreto de Balza: la (no) traducción

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Por DIGMAR JIMÉNEZ

La primera vez que supe del interés de José Balza por la traducción fue cuando publicó unos segmentos de su diario en El Nacional, con motivo de sus 60 años: «Gusto de leer. Autobiografía de Evstuschenko, otra vez Ramos Sucre y Akatagawa. A pesar de los exámenes, Akutagawa, y la Discusión de Borges, que hojeo con inquietud. ¿Y por qué no? Destacar a Ezra Pound traduciéndolo» (1963). Tiempo después publicó Cuadros en una Exposición (1991), de Julian Palley, un poemario que pasaría desapercibido para los lectores habituados a sus ejercicios narrativos. Tuve interés en sopesar la influencia de sus traducciones en su proceso creativo, sobre todo la construcción del estilo agudo, transparente, sonoro y luminoso de su escritura. La posibilidad de que el escritor haya intentado traducir a Pound, como lo hizo con Ashbery y Palley, muestra su afinidad por los poetas de lengua inglesa. Balza interpreta el discurso de estos autores y en ningún momento se plantea una transposición mecánica; su interés principal es recrear, transcrear, y en la perspectiva de Borges, elaborar infidelidades creativas, construir lecturas desviadas y erróneas, versiones de versiones que no son menores al original y que Piglia, a partir de Borges, explica aludiendo a que el traductor escribe de nuevo todo el texto pero al mismo tiempo está escribiendo. El venezolano delinea en español la experiencia profunda de su lectura de los poemas de Palley.

Los ejercicios de traducción del narrador implican un proceso de recontextualización, desplazamientos y manipulación para deshacer las fronteras entre la lectura, la escritura y la traducción en la medida en que se impregna del estilo de cada poeta; y, más que preocuparse por comunicarlo a un lector, le interesan las resonancias que alcanza con sus esbozos, que sean huellas que se perciban en su prosa narrativa. Reserva las páginas de su diario a la (no) traducción de algunos poetas; esto puede tomarse como parte del laboratorio escritural en la que acomete el oficio de transcreacion poética para la singularización de su propia voz. La transcreacion remite a la teoría desarrollada por Haroldo de Campos: pensar la traducción literaria en términos de recreación, transcreacion y reimaginación procurando acentuar el proceso transformacional y transgresivo de la actividad traductora.

José Balza confiesa cómo su relación con Eliot y Saint-John Perse sustentó la elaboración de sus Ejercicios Narrativos: «T. S. Eliot es para mí un paradigma, un correlato de lo objetivo, de lo cerebral, de lo pensado y meditado en todas sus consecuencias y expresiones. Del control sobre la palabra y sobre la rapidez del texto. Por tanto una influencia extraordinaria que me llega a través de las traducciones del cuentista venezolano Díaz Solís». Con respecto al premio nobel comenta: «A Saint-John Perse primero lo leí en la traducción de Jorge Zalamea, escritor colombiano, y me cautivó las palabras del poeta para celebrar la infancia, para celebrar la sensorialidad del trópico»; incluso señala que existen frases del poeta en Setecientas palmeras plantadas en un mismo lugar (1974), y reitera: «Creo que tengo una influencia excepcional de los libros de Saint-John Perse, yo creo que en la escritura mía, eso sensual, esa luz, esa vibración, eso es Saint-John Perse». ¿Ese interés no coincide también con el pensamiento visual y sonoro de Balza? En esta línea de revelaciones, puede leerse la siguiente nota: «Somewhere someone is traveling furiously toward you, con este verso en la cabeza –no obsesionado de soledad sino de interrupciones– salgo de casa». (noviembre, 9, 1979). La contundencia de esa imagen y el misterio de su musicalidad fue causa suficiente para que él se atreviera a cultivar el vicio secreto de la traducción. Sobre todo, porque traducir es llevar  «una vida vicaria para vivir a través de un poeta». Quiere ser de alguna manera Ashbery. En conversación con el escritor, comenta: «Treinta años después volví a la traducción de Ashbery para corregir un gerundio y concederle movilidad. Es un poeta cuyas frases me acompañan siempre».

Balza ha publicado versiones de la poesía de sir Walter Raleigh, que comenzó a traducir finales de los ochenta. Algunas de estas traducciones, versiones libres y sin rima, las incorpora a su ensayo sobre el pirata inglés quien, como señala, «adquiere y conoce importantes documentos hispanos relativos a América, se vuelve geógrafo, hispanólogo, coleccionista de códices aztecas, domina el castellano. Suena con que un imperio inglé¥s avasalle a España en el Nuevo mundo». Un compendio de sus trasncreaciones apareció en el libro Play b (2017). Además, el escritor guarda celosamente bosquejos de sus (no) traducciones: entre otros, un borrador de unas veinticinco páginas de la traducción de Trouxa Frouxa, de la brasilera Vilma Arêas; y versos de la poeta norteamericana Sarah Arvio, sobre todo por el hechizo que le produjo la imagen de la forticia, el árbol encendido.

Estos breves apuntes sobre la (no) traducción de José Balza muestran su incidencia en su propio proceso creativo. Sus ejercicios silenciosos de traducción son parte del aprendizaje literario, ya que «el deber de un escritor es encontrar palabras únicas», y esa búsqueda puede iniciarse en la reimaginación de los versos que secretamente sobre-escribe y traduce.

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