Cuando la impotencia llega a su cumbre pareciese que la única solución a la tragedia nacional es de naturaleza personal. Sea el escape por Maiquetía, la frontera o porque la carestía y la violencia nos arrastró seis metros bajo tierra, la conclusión aparenta ser la misma: desahuciar a Venezuela. ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo puede juzgarse a todos esos conciudadanos que solo quieren vivir en paz? La respuesta es que, en principio, ninguno estamos en la capacidad de recriminar tal posición, ya que, por un lado, todos sabemos que nuestro cumulo de atrocidades sobrepasa a cualquier retórica y, por otro, no hay ciudadano común en su sano juicio que, contando con una oportunidad migratoria, no la aprovechase. Sin embargo, entre el centenar de conversaciones que hay sobre irse, difícilmente se toca la cuestión inversa: ¿qué pasará con todos los que, por una infinidad de razones, no pueden escapar?
Las despedidas de nuestros allegados van y vienen. En esos instantes, aquellos que se irán en búsqueda de mejores oportunidades serán celebrados, llorados y extrañados. Se hablará sobre todos los escenarios emocionantes que esas personas podrían tener en su camino. Se sonreirá con júbilo por el hecho de que quienes apreciamos han encontrado la libertad. Pero a todas estas, nadie, o por lo menos casi nadie, elucubrará sobre qué rayos harán los que tendrán que quedarse. Esto es así porque no es fácil ponerse a pensarlo. No es para nada tranquilizante considerar que la diferencia entre quienes han partido y los que se quedan, presuntamente, es que los primeros tienen posibilidades hacia el futuro mientras que los segundos no. Nadie quiere recordar que, de seguir esta circunstancia, la fortuna de quienes residan en el país permanecerá estática, inmóvil y siempre apuntando hacia un único destino: el empeoramiento de todo cuanto conocíamos.
Quienes logran migrar hay que desearles el mayor de los éxitos, porque su prosperidad siempre podrá contribuir a la causa de la liberación de Venezuela. Ahora bien, ¿qué podemos hacer los que no? ¿Caer en el derrotismo? ¿Sucumbir a la desesperación? ¡Por supuesto que no! A pesar de que quedarnos equivale el tener que seguir viendo el horror a la cara, debemos explotar esta conjetura para nuestro fortalecimiento. Sé que el prospecto de tener que seguir padeciendo el colapso no es para nada alentador, pero debemos rehusarnos a capa y a espada a seguir siendo víctimas. Considerarnos “pobrecitos” solo es darle munición a una tiranía que nos quiere pisados, porque sentirnos así tarde o temprano nos terminará postrando ante el altar de la impotencia.
Cualquiera que viva acá sabe que todos los aspectos del día a día son un reto desde que uno se levanta hasta que uno se acuesta. Casi que me siento tentado a decir que es heroico el tener que soportarlo. El problema es que, al reflexionarlo, considero que el solo aguantar y la pura resiliencia no son las mejores virtudes para nuestra situación. Requerimos ir más allá de ser simples camellos que cargan con todo o sacos de boxeo que aguantan cada golpe que se les da. Esto es, sencillamente, recuperar la capacidad de reacción, de inmutarnos ante lo que sabemos que es inaceptable. Aunque no nos guste afrontar las cosas, estos tiempos son los nuestros. Sí, es cruel e injusto estar viviéndolos, pero en vez de ahogarnos en la angustia debemos pasar a la ira y a la indignación, por cuanto ¿qué mejor inspiración puede haber para actuar?
Superando las trabas motivacionales que nos paralizan es que llegamos a la acción. Ahí es donde siempre aparecerá el “¿qué debemos hacer?” y el “¿tú qué propones?”, y la respuesta no pudiese ser más sencilla. A todos los venezolanos de esta época, aunque mucho más para los que estamos adentro del país, nos está tocando ponernos las pilas y tener que ser ciudadanos. En estos tiempos en que nuestros derechos han sido pisados y los viejos vicios del clientelismo estatal no pueden comprarnos más, no nos queda otra que reconectarnos con nuestros principios y con lo que más le rehuimos: asumir nuestros deberes. Nos guste o no, el civismo nos es ineludible cuando la alternativa es languidecer en la miseria.
Las maneras de ejercer nuestra responsabilidad son múltiples, pero todas dependen de un pilar fundamental: la organización. Sean redes pequeñas, medianas o grandes, todas son necesarias, ya que reemplazamos al aislamiento por la coordinación. Una vez entrelazados, disponemos de tanto el control ciudadano como la protesta para expresar cuál es la agenda que nos interesa, responsabilizar a la dirigencia política mentirosa, empoderar a la dirigencia consciente y generar tensión social. En tal sentido, no podemos seguir teniendo miedo de disentir, criticar y, ¿por qué no?, hacerle escrache a quienes debamos.
Si no podemos irnos entonces nuestras vidas están pendiendo de lo que aquí pase. Esta es la pura verdad y cuando estemos entre la espada y la pared, cosa la cual ya está cerca, no tendremos espacio para la indiferencia. Más allá del simple sobrevivir, también se trata sobre nuestras aspiraciones y nuestros sueños. No podemos y no debemos conformarnos con los que nos tocó sobrellevar, o aceptar la idea de que no hay más nada que podamos hacer para cambiar curso. Hay una luz al final de este túnel, pero nuestras manos deben trabajar para alcanzarla.
@jrvizca
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