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Serenidad y democracia

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“Una de las dos Españas ha de helarte el corazón” (Antonio Machado)

El domingo 10 de noviembre de 2019 tocó acudir a las urnas otra vez. Los españoles habíamos sido llamados a ejercer nuestro derecho a voto y tratar de poner orden en nuestra democracia. Tras unas elecciones generales celebradas el 28 de abril de este mismo año que ganó el Partido Socialista Obrero Español en las que no obtuvo mayoría absoluta y no supo –o no pudo– pactar con otros partidos, el gobierno quedó en suspenso. La salida menos mala fue convocar nuevas elecciones. A la espera de conocer los resultados, uno confiesa que ha ido votar sin ilusión, descreído por la situación política actual. Quien escribe estas líneas cree en la democracia y en el diálogo.

Nuestro país parece empeñado en no quitarse de encima aquella sentencia de las dos Españas de Machado. Cuesta desprenderse de los versos proféticos del sevillano que parecen condenarnos a no entendernos o quizás a algo peor.

Al noreste de este país, una parte de la ciudadanía quiso iniciar una revolución separatista que no fue tal. Algunos ciudadanos catalanes quisieron internacionalizar un asunto político nacional y presentarse a sí mismos como víctimas de un Estado opresor en un intento alborotado y caótico plagado de odio a todo lo español. Los partidarios de la independencia catalana causaron destrozos en aeropuertos, comercios, autopistas, mobiliario urbano, y establecimientos públicos y privados como si todo les perteneciese a ellos. No han respetado a los turistas, no han respetado a quienes estaban de paso, no han respetado a los no catalanes y no han respetado a los otros catalanes. Pocos –si acaso alguno de ellos– se han parado a pensar en la otra Cataluña que no odia. Y escribo esto porque esa Cataluña quema banderas españolas, agrede a quienes no piensan como ellos, insulta a los constitucionalistas y al rey Felipe VI.

Aquí, y me refiero a toda España, no todos son partidarios de una democracia saludable. La buena democracia admite el pluralismo, el debate e ideas diferentes. No todo el mundo acepta bien al que piensa de otra manera. Pongo un ejemplo: hace unas semanas, un programa televisivo de entretenimiento tomó la iniciativa de invitar al plató a todos los líderes políticos que aceptasen ser entrevistados. Parece acertado que los ciudadanos conozcan a los políticos, sea cual sea su ideología. El primer invitado del programa El Hormiguero (10.10.2019) fue un líder de un partido de creciente popularidad considerado de extrema derecha. Hubo partidos, los menos, que rechazaron la invitación. Antes de que comenzase el programa, el presentador sufrió un boicot de ocultamiento en redes sociales de aquellos que veían una afrenta en hablar con Santiago Abascal y en oírle hablar. El tono desenfadado del programa acercó al político al público que tuvo la curiosidad de conocerlo un poco. Pablo Motos hizo todo tipo de preguntas a su entrevistado, incómodas y atrevidas, que muchos querríamos haber podido preguntar. Fue una buena idea. Por supuesto, hubo más entrevistas a políticos, pero esta fue la primera y la más difícil de todas.

En otros países del mundo, la democracia ni siquiera existe. Los ciudadanos, no solo una parte, sino todos los ciudadanos son ignorados en el gobierno y están sometidos a un tirano o a un régimen oligárquico imprevisible.

Sin embargo, en los países que convocan a la ciudadanía a las urnas, unos imponen una dolorosa condición: el voto es obligatorio. Dicho de otro modo, uno tiene que votar quiera o no quiera. Esa íntima libertad de decidir tomar parte no se contempla. Y ciertos países castigan la inasistencia a las urnas con multas.

Creo que, después de todo, nos falta serenidad para la democracia

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