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«Tengo sordos a los santos de tanto rezarles»

La periodista venezolana Fabiola Silva vive en Londres. Desde allá cuenta a El Nacional su angustia ante la crisis eléctrica del país, cómo vive el drama de su familia y amigos

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Eran las 9:23 pm en Londres, en Venezuela las 4:23 pm del jueves 7 de marzo. Hasta ese día tuve contacto con mi mamá que reside en Maracaibo: «Mami, bendición, me voy a dormir». Las horas siguientes han sido de terror, tristeza, pánico, rabia y desesperación. 

En principio pensé «seguro se le acabó la batería”, o el típico “ahorita le llega el mensaje”, pero al despertar me di cuenta que ese mensaje de bendición nunca lo ha recibido ya que desde hace cinco días su celular está fuera de servicio.

Amaneció en Londres, donde resido desde hace seis años, huyendo precisamente de las persecuciones a la prensa por parte del gobierno de Hugo Chávez. De camino al trabajo revise mi cuenta de Twitter y ya todos hablaban de “Venezuela a oscuras”. Allí empezó mi suplicio, la tortura mental de: cómo ayudar a los míos, el pensamiento recurrente de necesito estar allí con ellos, el sentimiento de culpa cada vez que me tomo un vaso de agua y pienso: “¿Tendrán agua mis viejas aún?”.

Yo pensé que era algo de horas, pero han sido días de terror, los venezolanos en el exterior estamos en zozobra al no saber de nuestras familias. En lo particular mi vida se ha detenido, no puedo concentrarme en el trabajo, no he podido dormir más, no dejo de indagar las noticias, de revisar las redes sociales y de ver como la gente en Twitter también se ha ido apagando. Cada vez que refresco mi timeline son menos los tuits. No hay electricidad, no hay cobertura celular, no hay comida, pero hay desolación, hambre y miseria en Venezuela, la tierra de nadie.

Durante estos cinco días no he podido hacer nada más que estar pegada al teléfono esperando ese mensaje de mi madre que me diga: “hija estamos bien”, pero aún no ha llegado esto. Es la peor angustia que un hijo puede tener, es tener las manos atadas y la mente dando vueltas. 

El domingo salí a caminar un rato y fue peor el remedio que la enfermedad al ver cómo seguían pasando las horas y no sabía nada de mi familia. Me han vuelto los ataques de pánico, aún estando medicada para evitarlos.

Los venezolanos en Londres, al menos los que conozco, tenemos un grupo de WhatsApp y allí sólo desahogamos nuestras penas, compartimos las ideas de cómo ayudar a nuestras familias, se nos salen las lágrimas y rabiamos hasta más no poder por este acto criminal que comete el desgobierno de Nicolas Maduro.

Hoy lunes finalmente logré comunicarme con mi familia. Una amiga les ha llevado lo poco que ha conseguido de comida y les prestó su teléfono que por un milagro agarró cobertura, recibí una foto de mi abuela sonriendo y una nota de voz de mi madre, mi alma tuvo esperanza. Mi abuela sonriendo para hacerme creer que todo está bien y mi madre pidiéndome mantenerme unida a mi hermano, que también se fue de Venezuela hacia  Argentina en busca de un mejor futuro.  

Tengo sordos a los santos de tanto rezarles estas 94 horas que Maracaibo ha estado a oscuras. Mi corazón está sobresaltado 24/7, vivo con el Cristo en la boca como dicen, la Venezuela que tanto amo se ha apagado, se ha ido, nos la quitaron y es que el ser venezolano en el exterior hoy en día significa sufrir por los que queremos en silencio.

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