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La realización de la resistencia

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Por ENRIQUE LARRAÑAGA

Aunque suene a lugar común, es un gran honor ser parte de la presentación de este libro hoy.

Conozco a Óscar desde hace cuarenta años. En la premiación del primer concurso en que participé, se acercó con una amabilidad que a muchos sorprendería por su imagen de aspereza y el contacto posterior afianzó mi respeto, admiración y afecto.

Quizá por eso, en la nota en el ejemplar que me regaló escribió que hemos sido por años  “compañeros de ruta; a veces más cerca, a veces más lejos, pero siempre en la misma dirección [con] expectativas diversas porque diversos somos”.

Honrando eso, más que la evaluación del libro que me pidió, haré algo que confío sea más útil y, ojalá, no tan fastidioso: esbozar un recorrido que anime a leerlo; y cuando nos volvamos a ver hacemos esa evaluación entre todos.

Hallo en este libro varios motivos que ratifican mi respeto y admiración. Estructurado como relato autobiográfico, no estrictamente cronológico, Óscar confiesa en él los incidentes y accidentes de sesenta años de dedicación −algunos afortunados, otros no tanto; algunos producto de previsiones, otros del azar; algunos con consecuencias, otros aislados; todos relevantes, quizá de manera aleatoria, pues, como él apunta hacia el final del texto, “todo desorden es una anticipación de un orden”− y los presenta en cuatro secciones de nombres reveladores: Iniciación, Pasos más firmes, Incertidumbre y Resistencia.

Creo que en esta secuencia de títulos hay una clave nada banal, cuando a los Pasos más firmes, sigue la Incertidumbre, para llegar a un final propuesto como un principio más decidido que la Iniciación: la Resistencia.

Ilustran esa Resistencia varios de sus trabajos para mí más trascendentes: el Ambulatorio Las Minas −seguramente el mejor edificio público venezolano en lo que va de siglo−, las Escuelas en Miranda −una experiencia de significado inmenso en múltiples niveles−, las casas anexas a la original “Los Aromos” −una especie de laboratorio arquitectónico que, aunque Óscar presenta como principio y final de su trabajo, yo leo como anuncio de próximas exploraciones− y este mismo edificio que no comento para verlo y analizarlo entre todos.

Esa Resistencia −que incluye la de mantenerse en este país− marca así una nueva Iniciación, pues este libro nos recuerda que dar ‘pasos más firmes’ es improbable, que todo es siempre una Iniciación, y que la más significativa Resistencia es utilizar la incertidumbre como revelación del tránsito de todos hacia el mar al que todo llega.

Y es que otra peculiaridad de Óscar −debiera ser extraño que esto sea extraño, pero lo es− es pensar mientras hace y hacer mientras piensa, como testimonian los textos, croquis, planos y fotos en el libro, pues entiende y ejerce −cito ahora y luego, más parafraseando que textualmente− la elaboración como expresión del conocimiento.

El inglés tiene una palabra para esta actitud: realize. Puede significar, como en castellano, ‘ejecutar’, pero también ‘entender’.

Quien se plantea su trabajo como realización sabe que las búsquedas no siempre llevan a hallazgos sino, con suerte, a identificar nuevos y mayores cuestionamientos.

No creo que sea accidental que el título del libro −el Todo llega al mar deriva, según propia confesión, de su reacción al dibujo de Le Corbusier que ilustra la portada, ecos de Manrique y quizá cierta precaución ante el inevitable fin de todos− sea Pensamiento y obra del arquitecto Óscar Tenreiro.

Pensar se define así como una operación propia de la obra y la obra como método de pensamiento; acciones no equivalentes pero complementarias e interdependientes −Óscar habla de la “elaboración expresada como pensamiento”- cuando se asumen como reflexión.

Reflexión que, como confirma la lectura, es tanto pensamiento elaborado a través de la obra como un reflejo en obra y pensamiento de cosas, experiencias, creencias, dudas, búsquedas e inquietudes que el arquitecto va realizando al intensificar su oficio, sin subterfugios crípticos, sino utilizando una palabra que sé le despierta sospechas, con recursos precisos y compromiso crítico.

Y esta es otra condición inusual de Óscar: es un crítico notable, permanente, impenitente e incluso, para algunos, impertinente, pero incuestionablemente sincero; incluso cuando, a mi entender, su vehemencia pueda haberle restado mesura y causados problemas que alguien más blando habría evitado.

En un medio y un oficio tan dados a la lisonja, nunca he visto a Óscar buscando agradar por una prebenda. Sus opiniones son frontales y así las expresa clara y frecuentemente en este libro, con honestidad a veces cruda, lo que interpreto como virtud; quizá porque yo también le meto al querrequerre.

Pero esa contundencia no carece de dudas ni se refugia en credos rígidos, sino que asume con idéntico entusiasmo una variedad de indagaciones distintas pero entrelazadas, buscando así −aquí Tenreiro cita a Alberto Cruz−: “ser el mismo, pero nunca igual”.

Este paquete de trabajos −porque en esta obra cada proyecto es una pieza de un ensamblaje que gana sentido e intensidad cuando se va acoplando− demuestra que este muchacho que ni ochenta años tiene −los cumple en menos de dos meses− ha conquistado la juventud más profunda, difícil y trascendente: la de la madurez que no se resigna, que se revisa sin negarse, que insiste sin porfiar, examina sin divagar y se exige sin flagelarse pues ha logrado domar la vanidad adolescente con una madurez consciente de la vastedad de tareas y, por tanto, de la dificultad y hasta improbabilidad de cumplirlas todas, pero preservando la curiosidad y ansiando siempre descifrar asuntos del ser, a través del hacer y por necesidad de saber.

Pues queda clara también, si no fueran suficientes los testimonios de vida ya dados, su pasión por el conocimiento, su interpretación y difusión, tanto para aprender −declara su deuda y agradecimiento hacia Ventrillon, Le Corbusier, Kahn, Komendant y su hermano Jesús, así como los capítulos de sus intereses, prioridades y afectos a que corresponden las enseñanzas de cada uno− o acudir sin rubor a fuentes disciplinares −son reveladoras las confesiones sobre el uso directo de la casa para la madre de Le Corbusier en el diseño de su propia casa; de la comparación entre las dimensiones del patio del Concejo Municipal de Caracas y la escala de Caño Amarillo hecha por Frampton para realizar el esquema de la Galería de Arte Nacional; o de la planta de Chartres para precisar la medida y el orden propuestos para la Catedral de Ciudad Guayana−  como en el ejercicio de la “docencia habitual”, como profesor de taller y también de la “docencia abierta”, a través de su presencia en prensa, blogs, encuentros y ahora este libro, que también puede leerse como una lección −en alguna parte dice que entiende la escritura como un modo motivar a otros a pensar−; permeados todos por preocupaciones recurrentes sobre lo espiritual y lo político.

Aunque la arquitectura institucional siempre ha dependido de las vicisitudes políticas, Óscar, con una determinación propia del voluntarismo moderno que marcó su formación y, quizá −esto es solo una apuesta−, cierta idea del ejercicio profesional como apostolado, se ha propuesto −pocas veces con éxito, seamos sinceros− convencer a distintas instancias de poder del valor de la arquitectura en la construcción social, convencido de que, como dice Claudius Petit en una cita que incluye, “todo programa político se manifiesta en el dominio de lo construido”.

Quizá le hubiera sido más útil usar embrujos cortesanos para complacer a quien decide (y paga…) y lograr lo que se proponía. Se han visto casos. Pero para Óscar eso habría significado traicionar una integridad que, el texto lo deja claro desde casi el principio, no se entiende como instrumental sino fundamental.

Le interesan −cito muy libremente− las “convicciones que delinean una ética fundada en nuestra cultura, un distanciamiento de las modas y un rescate del punto de vista personal; lejos de las tendencias mundiales, el intelectualismo complaciente, los discursos ‘filosofantes’, el olvido de las necesidades colectivas, la sobrevaloración de las destrezas y los filtros ideológicos”. Propósitos que desarrolla con recursos estrictamente disciplinares −lo constructivo, tipológico, material y ambiental− y aplica a lo docente como otro ámbito de exploración.

De eso tratan los cinco ensayos que introducen el libro. Iván Cabrera y Fausto y Ernesto Fenollosa disertan sobre la estructura como principio generador en la arquitectura de Tenreiro; Maite Palomanes y Ana Portales describen las diferentes etapas de la casa del arquitecto, en sí mismas y en relación a otros proyectos, como testimonio de una voluntad de investigación tan intensa que puede llegar a transformar, como lo ha hecho, la casa/mirador extendida hacia la vista en un conjunto centrado en un patio centrípeto pero estirado −aquí percibo a Wright, aunque nadie lo nombra− que congrega tres modos proyectuales armónicos por el balance de sus contrastes; Kenneth Frampton subraya el persistente interés constructivo del arquitecto y la impronta de ese énfasis en su obra; Antonio Ochoa destaca la importancia de Óscar en el mundo universitario para retratar, al tiempo que agradece y reconoce, al colega que es su maestro y amigo; y José María Lozano, promotor del libro y de la exhibición que acompañó su lanzamiento en Valencia, España, hace quizá la evaluación más integral de la obra y sus variados componentes y significados mientras, creo, manifiesta a la vez cierto estupor ante el hecho de que un personaje de obra tan importante sea tan poco conocido y el trabajo tan escasamente documentado, y lo hace con el orgullo de quien se sabe descubridor de un tesoro oculto.

Y con este libro Óscar pasa a ser inusual también en este frente.

Por mala maña, descuido o lo que sea, los venezolanos hemos registrado muy ineficientemente lo que hemos sido y hecho. Abandono aprovechado por quienes han impuesto, y lamentablemente con éxito, falaces relatos alternativos, diluido la presencia e importancia de legados reales y permitido la violación o hasta desaparición de muchos de esos testimonios.

Error del que somos muy responsables los arquitectos. Son pocos los que mantienen un archivo completo y ordenado de su obra, menos (aunque crecientes, afortunadamente) los que se dedican al estudio sistemático y no prejuiciado del trabajo ajeno y demasiados los dedicados a sustentar sus propias ficciones. La escasez de revistas de calidad, la fugacidad de variados intentos editoriales y la pobreza de muchos de los pocos libros sobre arquitectura nacional debería avergonzarnos a todos.

Contra esta mala costumbre, Óscar documenta aquí y exhaustivamente un cuerpo de trabajo con un discurso (escrito y visual) que registra el desarrollo de un corpus intelectual propio tanto como las dificultades, cavilaciones y vicisitudes que acompañan la construcción de esa otra obra que marcha en paralelo y sustenta la obra que llega a construirse; lo hace de modo detallado, deteniéndose, según el caso, en la concepción estructural, el proceso constructivo, las dimensiones, los detalles, las particularidades funcionales o la relación con los clientes; y todo esto lo hace con alta calidad gráfica, descriptiva y editorial.

Como peculiaridad adicional, lo escribe en primera persona el mismo sujeto a quien lo escrito describe.

Así, el libro es a la vez presentación, explicación y declaración, incluyendo confidencias de casi todo tipo: desde lo más personal hasta lo más general, desde lo afectivo a lo político y, con frecuencia, los recurrentes entrelazamientos entre estas dimensiones del ser, hacer, crecer y querer.

Se trata, pues, de un libro único, más que sobre, desde y dentro de una persona inusual y, por eso, de un testimonio cuyo valor estoy seguro apreciarán más precisa y claramente los nuevos ojos que lo lean con la mirada de tiempos nuevos: para valorar los aciertos de los nuestros a pesar del empeño en empañarlos; identificar los errores cometidos para advertir los riesgos y buscar evitarlos o, al menos, no ignorarlos; rescatar asuntos y líneas de trabajo que quedaron pendientes por desidia o envidias; valorar la importancia del trabajo dedicadamente concebido, apropiadamente representado, claramente argumentado y bien realizado; y, quizá sobre todo, superar la indolencia con respecto a la documentación, la reflexión y la acción y lograr que lo hoy inusual deje de serlo para poder enfrentar los nuevos y muchos retos que presentará el país que esperamos construir pronto.

Nada podría honrarme más que ser parte de ese proceso, aunque sea con el modesto papel de relator de lo que sé ha sido un gran esfuerzo y creo es un regalo a la nación y la profesión, que se suma a todo lo realizado a través de una vida indomablemente consagrada a esa pasión y que sé seguirá produciendo pensamiento y obra con la calidad ya conocida y reconocida y, así, acrecentando el ya considerable respeto, admiración y afecto.

*Todo llega al mar. Pensamiento y obra del arquitecto Óscar Tenreiro. Óscar Tenreiro. Edición de la Universidad Politécnica de Valencia, España; Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valencia; Cátedra Innovació en Habitatge; Fundación Archivo de Fotografía Urbana y Laboratorio Hilberseimer (LAB H), Departamento de proyectos arquitectónicos.

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