Apóyanos

Minificción de los jueves: Alfredo Camejo Archilla

Venezuela, 1941. Arquitecto, profesor universitario, narrador y poeta.  Ha publicado, entre otros: “Acta de confines” (1982); “Precipicio antagónico” (1984); “Énfasis de la intemperie” (1989); “Anatomía sin enmiendas” (1991); 

“A bordo la mirada” (2000); “Tan lejos como aquí” (2005)

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Pasarela

Cuando la contrató comenzaba a modelar. Poco a poco el director la hizo estrella de la pasarela. Su esbelta figura se hizo portada de revistas. Luego los desfiles comenzaron a aburrirla. El diseñador le imponía sus gustos no siempre correspondidos.

Era su último desfile. La pasarela brillaba extendida hacia el aplauso del público. Las luces enfocaban el paso cimbreante de las modelos. El traje, un diseño de su modisto director, inauguraba un nuevo estilo ciñendo las cinturas un poco más estrechas que el año anterior.

Había terminado su contrato con la firma patrocinante. Ponía así fin a una serie de desaveniencias con el modisto luego de su intensa trayectoria. Se sentiría libre.

Desfilaba serena y resuelta, con un traje vaporosamente llevado que se le ajustaba solamente alrededor de la cintura.

Después del evento, entró en el camerino, ya aliviada por haber concluido la sesión. Comenzó a despojarse de sus ropas, desabrochando cada pieza del vestido hasta llegar al ceñido corpiño que descendía debajo de su pecho.

Puso sus manos en el broche, pero este no aflojó. Siguió acoplado como si estuviera soldado a los ojales. Sintió cómo la faja comenzó a apretarse cada vez más fuerte. Impotente, llamó en busca de ayuda. El corsé se prensó cercando su cintura debajo de los pulmones. Un alarido previo a la sofocación se oyó en toda la sala. En la puerta, el creador vio su última realización apoderándose de la modelo para siempre.

**

Lorelei

Mi auto corre por la carretera en dirección opuesta al curso del río. Voy lento, atraído por las vistas del cañón y los intermitentes castillos de sus bordes. Además,  las ondas en el agua pliegan la luz de un llamativo y dorado atardecer. Me distrae el vaivén inexistente del oleaje y las irregularidades en la estrechez de ambas costas.

Al pasar por un recodo, el risco que miro de reojo se hunde en el agua y recuerdo súbitamente al enano que esconde el oro en las profundidades del cauce. Imagino que sigue allí protegiendo su tesoro o que ya ha fabricado el mágico anillo. Retomo el volante y la realidad momentánea, giro al acercarme a la próxima curva. Escucho a lo lejos el canto de Lore repetido por el eco… Lorelei… que rebota de los peñones húmedos y se enreda entre los pinos del Rin. Me digo, aunque entienda, que no soy hijo de estos mitos. Acelero aprovechando la recta del camino. Me alejo de las ondinas que juguetean en el río. De la voz germánica que sale del radio, logro descifrar solamente la palabra Wagner.

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Polos

Ahora piso de nuevo aquella negra tapa de electricidad que me topo en la acera. Mi pie derecho llega exacto a caer sobre el bruñido letrero: ELECTRICIDAD. Lo hago y repito el movimiento cada vez que salgo de la casa. Me doy un gusto con esta insignificante acción. Son cosas del andar de un caminante persistente. Voy por la misma ruta. Hoy, la tapa está un poco más sucia, no la barren desde hace semanas. Tiene una capa de polvo que oculta a medias el letrero. Debajo de ella puedo imaginar un amasijo de cables conectados al transformador que está en la esquina. Sé que la corriente es peligrosa. Sigo mi camino sin pensar más en eso… Más tarde, de regreso, vuelvo a percibir la tapa, esta vez se encuentra abierta. Mi pie busca evitar el rectángulo vacío. Avanzo por uno de sus bordes metálicos. Siento el flujo de la corriente con un ronquido raro que ruge dentro del cordón de los cables. Veo el fondo oscuro e irreconocible abierto en la pequeña fosa. Me detengo casi paralizado, siento esta vez como si algo me atrajera desde la oscuridad del hueco bajo el piso. Me doy cuenta que soy de signo positivo, mi sangre corre cargada de electrones contrarios a los de aquel fluido que murmura a mis pies. Solo un pequeño espacio me separa ahora de la tanquilla. Un pequeño espacio libre que domina la atracción de mi sangre por la electricidad.

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Reflejo

Nos acercamos al muro, el reflector detrás, proyecta nuestras siluetas mientras caminamos. Las vemos enormes, sobre la superficie, pero se van empequeñeciendo a medida que nos acercamos a la pared.

Ya frente al muro, las siluetas deciden atravesarlo desapareciendo de nuestra vista.

Nos abandonan para encontrar tal vez su libertad. Tocamos la pared como para hallar, aunque sea alguna huella dejada por sus sombras. ¡Nada! No hay manera de recuperarlas. Nos damos vuelta al no poder avanzar, la luz todavía alumbra y al llegar al punto de salida encontramos de nuevo a las siluetas ¡hemos regresado! nos dicen necesitamos de los cuerpos. El muro era un espejo.

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Colegio

Lo llevaba de la mano hasta el colegio, me llegaba casi a la altura de mi hombro. No sé si realmente se contentaba de ir. Le quedaba tan cerca que se levantaba al oír el sonido del timbre de entrada en las mañanas.

Caminábamos apenas dos cuadras, contando los árboles de la ruta. Le gustaba saber los nombres de esos gigantes vegetales que ya tenían incalculables años. No era extraño el canto matutino de un conoto sobre la copa del jabillo. Los carros se alineaban al borde de la acera para dejar a los niños justo a la entrada del colegio. Era una procesión cotidiana que el altoparlante iba describiendo en cada sonido como una invisible orden. Nosotros no necesitábamos identificación, éramos felices peatones de corto recorrido. Los últimos en llegar.

De regreso, mi mano –ya libre de la suya– anidaba aún cierta presión entre mis dedos. Al volver a casa recordaba los grandes árboles del camino. Veía sus troncos tan distintos mientras pisaba las hojas secas que crujían bajo mis pasos.

Ha pasado el tiempo, no sabría cuánto con exactitud, pero no importa, los árboles siguen allí, como centinelas delimitando el sendero. El timbre, lo sigo escuchando cada mañana como un lejano eco al que me he habituado. A veces recorro el mismo trayecto, cuento los troncos de los árboles, pienso en sus especies, toco al azar alguna rama caída. Oigo crepitar las hojas que piso.

Me digo: son iguales a las de ayer y serán también así las de mañana. Siento de nuevo aquella sensación de presión leve enroscada alrededor de mi mano que aún hoy me acompaña y ayuda a prolongar mis pasos.

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Andante

I

Caminar hacia algún sitio es un hecho cotidiano. El lugar por supuesto, existe previo a la decisión de marchar, pero no solo el lugar se antepone al acto de caminar, sino también al deseo de alcanzarlo. Así, el deseo y el lugar se enlazan a la simple necesidad corporal de superar la inmovilidad, aunque en ese mismo sitio donde vamos, nos espere de nuevo la parálisis.

II

El caminante ha adoptado la línea recta como eje de su sendero, la ha seguido atraído por su continuidad e infinitud. A veces obligado, ha girado en círculos alrededor de redomas o circunferencias. Siempre ha preferido la ortogonalidad. A su lado ha visto pasar inversamente muros, árboles, setos y rejas. El caminante no ha sido un ser geométrico y ha sentido que su viaje por aceras no será eterno. Ha comprendido que al final habrá unicamente un punto donde pisar.

III

Cuando camino siento que soy parte de la colección de pasos retenidos por la acera. Voy con mi desplazamiento muchas veces sin destino. Voy también con mi pensamiento que no es tal, sino imprecisa bruma. Ambos convergen en el balance de las piernas al oponer, con su andar, el empuje gravitacional que las reclama.

De pronto, comparto este inadvertido instante con otros viandantes que pasan y al vernos nos sabemos presencias esbozadas que jamás se repetirán ni siquiera en la memoria.

IV

Llegó a la bocacalle. El último paso antes de entrar en el cruce le recordó a un abismo. Las esquinas tienen ese misterio particular que sugieren las sorpresas. Zonas proclives a la zozobra, encrucijadas cargadas de indecisión, incitando la aparición de algún evento diferente, o tal vez ocultando el doblez artero de un asalto. Llegó esta vez distraído y a pesar de todo dio el siguiente paso. El auto que pasó pudo haber evitado que él continuara y lo logró de un solo golpe.

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