A tres meses de haberse realizado la juramentación de Juan Guaidó como presidente encargado, el ánimo de la población en general se decanta en diferentes actitudes. Desde aquellos –como el suscrito– que piensan que lo que se ha venido logrando es bastante, hasta quienes van perdiendo el entusiasmo porque no ven que el esfuerzo que se está haciendo rinde frutos a la velocidad que sería deseable, mientras otros se arropan en el escepticismo y algunos más acusan a las autoridades interinas de negligencia y hasta traición al no haberse aún decidido a recurrir a mecanismos internacionales como la intervención militar extranjera tipo 187.11 o la concreción del principio R2P (responsabilidad de proteger) que obliga a la comunidad internacional en su conjunto (no a ningún Estado en particular) a acudir en ejercicio de la obligación que a todos compete para evitar sufrimientos.
Es cierto –y se reconoce– que para aquellos que no tienen que poner en la mesa familiar en la próxima comida, quienes carecen de agua por semanas, quienes no consiguen medicinas, los que están a oscuras y los que se encaminan a la muerte por mengua no se les puede pedir paciencia ni explicarles con gráficas de powerpoint cuáles son los planes que gobierno u oposición tienen pensados para las próximas semanas o meses. Este columnista cree que se están haciendo esfuerzos bien intencionados –y posiblemente bien encaminados– cuyos resultados se apreciarán –o no– en los tiempos correspondientes en cuyo ínterin habrá más sufrimiento y desgracia.
En todo caso, haciendo a un lado el tema de cuánto tiempo falta para que al menos cristalice la primera de las tres etapas definidas por Guaidó (cese de la usurpación) sí podemos mirar tanto a la historia como a recientísimos acontecimientos internacionales que nos pueden orientar en forma esperanzadora.
En Argelia, país petrolero, otrora génesis y modelo de una revolución nacionalista, socialista y genuinamente popular el modelo derivó hacia el desgaste del liderazgo, fracaso económico y enquistamiento de un presidente –Bouteflika– que alguna vez perteneció a la generación fundadora y ahora –con 82 años de edad y postrado en silla de ruedas– pretendía postularse para otro período presidencial de cinco años, apoyado por un reducido número de quienes se proclaman portadores del “legado de la revolución” (¿suena familiar?). Justamente la incontenible protesta popular y la fractura de lealtades entre el Estado mayor cívico-militar (más militar que cívico) salió un general que resolvió deponer al mandatario y sustituirlo por un grupo de “más de lo mismo” que cada día que pasa se debilita más y seguramente dará paso a reformas que en su momento habrá que evaluar.
A pocos días del episodio recién mencionado, con motivo de masivas protestas populares, se originó la deposición de uno de los más sanguinarios sátrapas contemporáneos : Omar al Bashir , presidente de Sudan por tres décadas, en las que se impuso el reino del terror, la delación, la corrupción, la debacle económica, el hambre y hasta una demanda en trámite ante la Corte Penal Internacional que ha llegado a emitir una orden de aprensión en contra del dictador que aún así fue invitado por Chávez para visitar territorio venezolano –Cumbre de Margarita– lo cual no se pudo concretar motivado al “culillo ” que afectó al interfecto a último momento.
Ese mismo señor –Al-Bashir– vio dividida su nación perdiendo el área petrolera que se convirtió en un nuevo Estado (Sudán del Sur) y enfrentó la mayor hambruna contemporánea (Darfour) hasta que su propio entorno decidió que era suficiente. Hoy observa los acontecimientos desde una cárcel en la capital Jartoum.
No hace muchos años, (1989), en pleno colapso del comunismo mundial, en Rumania también hubo protestas populares en contra del presidente Ceausescu y su “primera combatiente”, Elena, que terminaron en la recordada revuelta en la que ambos cónyuges fueron apresados en Palacio y luego de un brevísimo juicio militar, fueron fusilados de una vez sin que hubiera brotes de indignación popular que el proclamado amor oficial del pueblo profesaba por la pareja.
Para rematar con un episodio en nuestro vecindario vayamos a 1989 cuando el “imprescindible” dictador paraguayo Alfredo Stroessner, quien gobernó brutalmente por 35 años apoyándose en el Ejército y el Partido Colorado (casualidades de la vida) fue depuesto por un golpe de palacio liderado por su propio consuegro y ministro de la Defensa, general Alfredo Rodríguez. Apenas un año antes en la última elección presidencial Stroessner había obtenido 88% de los votos (¡suena familiar?). Hoy Paraguay es una democracia y además encabeza el continente en la tasa de crecimiento económico anual.
Lo anterior puede no ser consuelo suficiente para quienes hoy viven sus días más oscuros, pero parece inevitable deducir que en nuestra patria concurren casi todas las condiciones que presagian un desenlace no muy lejano. Para no entorpecer esa conjunción astral no hay otra opción, sino la de permanecer organizados y movilizados como lo solicita la dirigencia liderada por Juan Guaidó. Aquí vale mucho aquel dicho popular que esperamos no se cumpla: “tanto nadar para morir en la orilla”.
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