“Dame dos horas al día de actividad, y seguiré las otras veintidós en sueños ” (Salvador Dalí)
Somos espectadores de lo que la vida nos pone delante de la cara. El otro día me quedé pasmado mientras en un informativo de televisión se veía cómo una cremallera semiabierta rasgaba la fachada de un edificio en una ciudad desconocida. (“El artista Alex Chinneck diseña ‘viviendas cremallera’, lo último en diseño arquitectónico”; Informativos Tele5, 23.04.2019).
A simple vista, la pared de ladrillo de la casa parecía hecha de simple tela, como de la tela de una maleta de viaje. Un gigante, supuestamente (o un ser superior y enorme) había comenzado a bajar la cremallera para acceder al interior de la vivienda con quién sabe qué intenciones. Dejaba interrumpida su faena al verse quizás observado por alguno de los vecinos de la zona. Es lógico pensar que se asustase y huyese del lugar.
El resultado de la inesperada acción arrastra al menos dos o tres consecuencias inmediatas; por un lado, la vulnerabilidad de los hogares y el arreglo necesario del ojo perplejo del medallón a medio camino, y por otro lado, nos enseña a los viandantes a desconfiar del engaño de nuestros sentidos que a veces nos hacen ver gigantes donde hay molinos o una simple fachada cuando se trata de arte.
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