Roberto Veccio, su esposa Gabriela Sosa y sus dos hijas, llegaron a Bucaramanga en diciembre de 2017, huyendo de la inseguridad de su natal Venezuela.
La familia Veccio Sosa no emigró por hambre o falta de trabajo, como lo hace la mayoría, lo hizo por miedo.
Aunque ellos vivían en un barrio de un estrato socioeconómico alto, decidieron migrar el día en que robaron en la urbanización donde tenían su casa.
“Teníamos que dormir casi que con los ojos abiertos porque estaban atacando alrededor de la casa, se metieron en las casas vecinas”, relata Veccio.
Además el secuestro «exprés» se estaba convirtiendo en una cotidianidad en Caracas y temían que a su hija mayor, quien se movilizaba en automóvil a la universidad, le sucediera algo así.
“Teníamos angustia de que la secuestraran, de que la robaran, porque vivimos con esa angustia del secuestro exprés, que piden plata para que lo liberen rápido”, enfatiza el médico.
Sin importar la suerte que podían tener en una ciudad desconocida, muy lejos de casa, la familia Veccio Sosa cerró con candado su casa.
Los padres renunciaron a sus trabajos como médicos especialistas en una clínica donde además son dueños de varias acciones y partieron hacia Bucaramanga.
La mayoría de migrantes que llega a Colombia desde Venezuela debe caminar días enteros, comer lo que les den en las casas ubicadas por la carretera e incluso dormir a la orilla de las vías nacionales.
Cuando recorren el trayecto desde Cúcuta hasta Bucaramanga deben enfrentar temperaturas de cero grados centígrados al pasar por el páramo de Berlín.
Pero a diferencia de este gran número de migrantes, los Veccio Sosa tomaron un avión en Caracas que los llevó a Panamá donde hicieron una pequeña escala y posteriormente a su destino final, Bucaramanga.
“Escogimos Bucaramanga porque teníamos algunos conocidos acá, además porque es una ciudad segura y teníamos proyección para poder ejercer nuestras profesiones”, dice Veccio.
Un camino dificil de recorrer
Pero solo consiguió trabajo siete meses después de haber llegado a Bucaramanga, mientras tanto fue una constante lucha por evitar que sus ahorros se acabaran.
Con ese dinero estaban pagando alojamiento, alimentación, el estudio de las dos niñas y, por otro lado, la angustia crecía debido a que el Ministerio de Educación no les convalidaba las especialidades.
La hija mayor tiene 21 años de edad y estudia Psicología en la Universidad Autónoma de Bucaramanga. La menor, de 16 años, cursa noveno grado en un colegio privado del área metropolitana. Sin embargo, cuando llegaron le cerraron las puertas en una institución por su condición de migrante.
«Nos dijeron que no la podían recibir porque no tenía una visa y cuando se dieron cuenta de la discriminación que estaban cometiendo nos llamaron para decirnos que la recibían pero ya nosotros no quisimos y la metimos a otro colegio”, cuenta Veccio.
Las barreras para los migrantes
Veccio es médico general con especialidad en ortopedia y subespecialidad en cirugía de columna, mientras que su esposa se especializó en pediatría e hizo una subespecialidad en gastroenterología.
Ambos estudiaron sus segundas especialidades en Francia, pero en Colombia no pueden poner en práctica sus conocimientos, porque mientras el Ministerio de Educación no les dé la validación, solo son médicos generales.
“Llevó 30 años ejerciendo la medicina y mi esposa 27 años. No hemos podido convalidar nuestras especialidades porque el Ministerio de Educación se ha negado”, cuenta Veccio con frustración.
Ha realizado el trámite por Internet, dice, porque todo es virtual y cuando ingresan a verificar el estatus encuentran que está en proceso de verificación y hasta allí llega el intento.
Lo más duro de esta migración ha sido este trámite con el ministerio.
“Hemos hecho todos los esfuerzos para lograrlo, pero los requisitos son cada vez más inverosímiles, más rigurosos y retrasan todos los tiempos, es muy difícil para uno como extranjero que no conoce la mecánica”, dice Sosa.
Pese a este obstáculo, el Hospital Internacional de Colombia les abrió sus puertas hace un año para que trabajaran como médicos generales.
“Estamos contentísimos por el recibimiento por parte de la gente, en el hospital nos sentimos divinamente, nos han tratado muy bien”, dice Veccio.
No contemplan volver a Venezuela, aunque allí viven sus familiares y tienen su casa y las acciones de una clínica privada, siguen con temor a que algún día sean víctimas de la inseguridad que vive el país.
Esperan a que algún día, no tan lejano, el Ministerio de Educación pueda darles la buena noticia de que sus especialidades serán tenidas en cuenta en Colombia y puedan seguir salvando vidas.
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