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Emilia Pardo Bazán: cartas a Benito Pérez Galdós

“Lo que comenzó como un vínculo con el que consideraba un maestro y escritor admirable, adquirió con el tiempo el espesor y la textura múltiple del enamoramiento mutuo. “Miquiño mío”. Cartas a Galdós reúne casi un centenar de cartas que Emilia Pardo Bazán envió entre 1883 y 1915 a Benito Pérez Galdós”

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Venía de una lucha, hoy protagonizaba otra, al tiempo que se preguntaba cómo sería el combate del día siguiente. No cejaba. No retrocedía. No sabía lo que era torcer su brazo. Había en ella el engranaje de lo táctico y lo estratégico. Sabía esperar su momento. Ubicarse en el lugar más adecuado a la sombra de las circunstancias. Pero no retrocedía. Ni tuvo nunca empacho alguno en reconocer sus errores. O hablar de las cosas que se proponía y que no alcanzaba.

Emilia Pardo Bazán nació en La Coruña, en 1851, en el seno de una familia acomodada. La biblioteca de su padre, famosa por la riqueza de sus temáticas, es un síntoma de la atmósfera de sensibilidad y estima por los bienes de la cultura, en la que creció y se formó. Todo en ella era voraz: viajar, visitar museos, leer a Goethe y a Shakespeare, conversar con Zola o Goncourt. Viajaba, observaba, preguntaba.

En los casi 600 relatos que escribió –donde hay piezas magistrales hasta mínimos bocetos de costumbres– quedan expresados sus apetitos: registrarlo todo, desentrañarlo todo, anotar cada pizca de la realidad. Una rápida mirada a su activismo y su obra, abruman: fue novelista, ensayista, dramaturga, biógrafa, periodista, poeta, traductora, conferencista, editora y activista de los derechos de la mujer. Su obra alcanza casi el centenar de títulos. No ingresó a la Academia de la Lengua, porque las diligencias de unos caballeros lo impidieron.

Autodidacta de una persistencia tal, que debió acostumbrarse tanto al reconocimiento como al rechazo. Nadaba a contracorriente. Con brazadas muy visibles. Nada le fue fácil. Debió, y en esto no hay deseo alguno de construir una heroína, disputarle el terreno a unos caballeros que la negaban, la descalificaban por el hecho de ser mujer, pero no una más, sino una mujer de talento y ambiciones. En la España del siglo XIX, una personalidad como la de Emilia Pardo Bazán, aun siendo que era una rica condesa, vivía sometida al doble fuego de las pequeñas miserias y de la crítica insustancial.

A lo anterior hay que añadir esto: fue una mujer de pasiones. Lo que comenzó como un vínculo con el que consideraba un maestro y escritor admirable, adquirió con el tiempo el espesor y la textura múltiple del enamoramiento mutuo. “Miquiño mío”. Cartas a Galdós reúne casi un centenar de cartas que ella envió entre 1883 y 1915. No importa si se trata de esquelas informativas o de cartas extensas, donde ella se detiene y comparte con él, la situación de su vida y el contenido de sus ansiedades. En todas está el pulso de la escritora elocuente y precisa, de la mujer que no esconde sus ímpetus. No creo que haya nada que agregar: basta con leer al fragmento que sigue, para experimentar la intensidad y volumen de sus deseos.

“No exaltes tu imaginación representándote las escenas matrimoniales más vivas de lo que son en realidad. El matrimonio lleva consigo algo de calma y de paz que no se corresponden a esto que te figuras. Además, en eso, yo tengo un entusiasmo sin igual. Solo de pensar ahora en nuestras execraciones me corre frío y calor por las venas. Acaso dudes de mi sinceridad, y es en esto absoluta y casi peca de cínica. Me trastorna recordar aquellos casos. Cuando intento explicarme a mí misma esta exaltación de mi fantasía y de mi sangre al tratarse de ti, verás cómo me la explico: yo contigo me he reprimido siempre: el temor de perjudicarte, y no sé qué sentimiento de protección física del más fuerte al más débil, me contenían: este dique encrespa más la violencia del deseo”.

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Miquiño mío”. Cartas a Galdós

Emilia Pardo Bazán

Turner Publicaciones

España, 2013

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