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Dizzy en Caracas

El próximo 21 de octubre John Birks “Dizzy” Gillespie (1917-1993), trompetista genio del jazz, estaría cumpliendo 100 años. Presentamos aquí la remembranza que Federico Pacanins escribe a propósito del centenario del nacimiento del artista

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Un trompetista de mediana edad toma el centro del escenario de la Sala Ríos Reyna del recién estrenado Teatro Teresa Carreño. Su simpática sonrisa hace juego con la barba caprina propia de un comediante. Porta una curiosa trompeta con la campana torcida, quizás apuntada al cielo de los agudos y sobreagudos. El grupo acompañante, de acento latino, da atmósfera inicial para una personal extravagancia: la rara trompeta en boca del artista es una suerte de nariz exagerada, rodeada por dos enormes cachetes convertidos en par de globos, que soplan para emitir el sonido más individual imaginable.

La presencia impresiona. Tiene algo de estrambótica, más afín al mundo circense que al de un maestro bienvenido en las más reputadas salas internacionales de conciertos y, por supuesto, en la reluciente Ríos Reyna caraqueña. John Birks “Dizzy” Gillespie (1917-1993), genio del jazz del calibre de su antiguo socio Charlie Parker, nos visita para ofrecer dos conciertos el 11 y 12 de octubre de 1983. La Presidencia de la República, el CONAC y la Embajada de los Estados Unidos unen esfuerzos de promoción en torno al jazzista presto no solo a tocar su curiosa trompeta, plena de tonos intrincados que le justifican el apodo de “Dizzy” –“vertiginoso”–, sino también listo para integrarse musicalmente con nuestros músicos.

Dizzy fue y sigue siendo, según reporta Cheffi Borzachinni para El Nacional, “el profeta que logra fusionar el jazz con la música afrolatina y latinoamericana (…) que ha dado lugar a una integración cultural y a una mezcla de herencias”. La observación es complementada por el mismo Gillespie: “Mi música es universal, lo básico de ella es el ritmo, y el ritmo que nosotros, los músicos occidentales, usamos, es el africano. Luego mezclamos las armonías europeas con los ritmos africanos, los blues, el alma de los esclavos, sus lamentos y sus melancolías y ahí está: nace el jazz”.

Pasado y presente confluyen en la integración atemporal que Gillespie ofrece. Evidencias concretas así lo señalan: Aldemaro Romero, por ejemplo, en la década de los cincuenta compone y graba el vanguardista “Venezuelan Fiesta”, joropo precursor de su Onda Nueva. “Salt Peanuts… Salt Peanuts”, clásico “be-bop” del maestro Gillespie, canta el piano de Aldemaro al comenzar y terminar el tema. Juan Carlos Núñez, años más tarde, ofrece “Tango Cortázar”, obra académica con fragmentos del be-bop “Hot House” de Tadd Dameron, Charlie Parker y, por supuesto, de Gillespie. Pero las evidencias de integración no solo obran en esos sofisticados ejemplos, sino en la presencia misma del artista en Caracas.

Los músicos de jazz locales son los primeros en divulgar la importancia de la visita. El público caraqueño responde con entusiasmo. Seis días antes del primer concierto, el Teatro da una advertencia inusual en nuestro ambiente: ¡Taquilla agotada para dos conciertos de jazz en Caracas! Y los conciertos responden al entusiasmo general.

Dizzy luce su plenitud estilística y atrapa al público con su natural simpatía de inteligente “clown”. En cada presentación deja una lección de sincretismo cultural. Su grupo acompañante refiere una fusión de jazz be-bop con cierto toque afro-caribeño –tal vez afro-caraqueño–, ejecutado por diestros músicos criollos: Pedro López al piano, José Velásquez en el bajo y Omar Oliveros en la percusión. Complementan el grupo dos maestros cubanos: Ignacio Berroa, baterista, y el gran Paquito D’Rivera, saxofonista y co-líder del grupo, ocurrente al punto de rememorar la dupla del maestro trompetista con el legendario percusionista Chano Pozo, para así celebrar al músico del jazz afrocaribeño más importante de todos los tiempos: ¡Dizzy Gillespie, caballero!

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