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En la historia de Venezuela, y en la historia de los regímenes despóticos que hemos padecido, ningún período ha sido tan difícil y desastroso como los años en que el chavismo-madurismo ha gobernado al país. Dos décadas del régimen plagadas de contradicciones en la forma de gobernar  que lo han colocado muy cerca de la catástrofe total, al tiempo que ha mostrado  una increíble capacidad de resistencia. Nunca la sociedad civil había avanzado de forma tan impetuosa hacia una confrontación final con el régimen dictatorial y sin embargo todavía no ha sido capaz de alcanzar la meta que se propone. Tal vez nunca, hasta ahora, habíamos vivido en una comunión tan íntima de los ciudadanos con el sufrimiento individual y los empeños y anhelos colectivos de una sociedad oprimida por un destino diferente. Y, al mismo tiempo,  sentir que sus esfuerzos transitan por una senda de soledad absoluta sin que haya una tierra de promisión a la vista.

No obstante, tenemos la certeza de que en el futuro el trasnochado socialismo del régimen opresor será visto como un retroceso episódico de nuestra historia en el cual ha habido mayor pobreza, mayor desigualdad, gran despotismo burocrático y mucho más opresión que en todos los regímenes anteriores.

Los años de vida democrática del país han dejado su legado de ideas, principios y convicciones que no ha podido ser destruido ni condenado al olvido a pesar de los esfuerzos que realizan, en tal sentido, los opresores actuales. Es un legado con pertinencia y peso hacia el cual se mueve, con dificultades y a veces a ciegas, pero inexorablemente, toda una generación de venezolanos.

En la Venezuela actual, el conflicto fundamental radica en que sus espurios gobernantes han tratado que el Estado tenga un poder feroz sin precedentes y la oposición, por su parte, se enfrenta a dicha concepción tratando de establecer un equilibrio provisional entre la norma opresora y la realidad hasta que, terminado el régimen actual, se restaure la armonía entre la teoría y la práctica y se aclaren la confusión y ambigüedad de las realidades subyacentes.

Los jerarcas del régimen no alcanzan a comprender lo que se presagia; sus hábitos de gobernar, sus pensamientos les hacen difícil si no imposible imaginarse que durante veinte años han venido incubando en el talante de los ciudadanos las semillas de su propia destrucción y que la lucha en contra de ellos se librará en un nivel y formas diferentes, como rivalidad entre bloques de poder y que irremisiblemente, en esta confrontación, saldrán derrotados.

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