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Nuestro amigo común: Fugitivos del terror rojo

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Los estadounidenses se toman muy en serio lo que aparece en sus pantallas. Durante los años de la Depresión y el auge de las mafias, el cine de gánsters se popularizó y transformó en cine negro, llevado con mucho cuidado de alinearlo con los intereses de Washington. La idea era mantener a la audiencia no solo entretenida, algo que se lograba con el cine musical y de terror, sino el producir una reacción más o menos homogénea en ella atrayéndola con historias de grandes y peligrosos criminales de la mafia que posteriormente verían caer de su posición de poder y riqueza malhabida, para su alivio y sobre todo el del Estado norteamericano.

Algo similar ocurrió durante la Guerra Fría, cuando las películas de ciencia ficción cambiaron al villano que viene de fuera por uno de dentro. El Macarthysmo se instauraría con panfletos que rezaban: “Usted puede echar a los rojos fuera de la televisión, radio y Hollywood”, e iniciaría la llamada caza de brujas, señalamientos y delaciones hacia miembros comunistas o ex comunistas del entretenimiento que acabarían por ser puestos en listas negras o prisión. No es casual que la mayoría de los listados eran guionistas, los invisibles de la cadena de producción del major norteamericano, como tan divertidamente relata Hail, Ceasar! de los hermanos Coen.

Griego nacido en Estambul, el director Elia Kazan había pertenecido al partido comunista aproximadamente una década antes de la aplicación de las medidas del senador McCarthy. Solo fue miembro por alrededor de un año cuando, cuenta en su autobiografía, se vio contrariado por la actitud de sus camaradas y consideró el colmo que se firmase un pacto de no agresión entre los soviéticos y los nazis. Años después de abandonar el Partido, daría los nombres de esos camaradas a las autoridades.

Fugitivos del terror rojo

Kazan es uno de los cofundadores del Actors Studio, y uno de los mejores directores de actores de los que se haya hablado en el gremio. Habiendo sido actor, sabía que el éxito actoral de una cinta consistía, principal y casi completamente, en el casting. Y sabía bien a quién escoger: Kazan dirigió la laureada Un tranvía llamado deseo, por la que fue luego acusado de no mantener el protagonismo en Blanche (Vivien Leigh), como lo había hecho Tenessee Williams, sino en Stanley (Marlon Brando) pues, de traición y delación no fue de lo único de lo que se acusó a Kazan, también de misógino, por la manera de retratar a sus personajes femeninos. Amigo muy cercano de Williams, se ganó la enemistad de Miller, quien se ha dicho escribe Las brujas de Salem a partir del conflicto macarthysta. Famosas son las imágenes de la gala del Oscar de la Academia en la cual le premian con un Oscar Honorífico por su carrera cinematográfica y actores como Nick Nolte y Ed Harris se rehúsan a levantarse o aplaudir entre la ovación dedicada al director.

En Fugitivos del terror rojo (Man on a Tightrope, Elia Kazan, 1953) se cuenta cómo el director de un circo itinerante en la Checoslovaquia del cincuenta y dos planea cruzar la frontera para evitar que su espectáculo termine o que su personal sea despedido o aprisionado. Karel Cernik (Fredric March) ha sido ya citado a interrogatorios con la policía del régimen, y en el más reciente le han proporcionado información que solo ha confiado a un círculo cercano de confianza. Hay un espía, y debe averiguar quién es. La segunda mitad de la cinta se llena de la tensión propia del thriller, pues Cernik debe tratar de que el peligro que van a correr sea el menor posible, mientras intentan burlar y superar el punto de vigilancia del régimen justo antes de cruzar la frontera. La figura del espía, el delator, vuelve a aparecer en la filmografía de Kazan en La ley del silencio (1954) donde el personaje interpretado por Brando decide enfrentarse a los corruptos miembros del sindicato al que pertenece.

En una de las escenas Cernik da con el soplón. Luego da con otro, que estaría a punto de denunciarlo con la policía pues se considera “un verdadero obrero”. Cernik, con entereza y humor, lleva adelante este plan con aquellos que han puesto su confianza en él para escapar del comunismo checo. Después de todo, es el payaso principal de su propio circo. “La gente no se reía”, explica a los policías que le interrogan. “Lo intentamos como nos indicó el Partido, pero no funcionó, nadie reía”. Kazan moriría mal visto por muchos de sus colegas hollywoodenses.

Brujas

El delator es una figura necesaria en el comunismo. No existe sin ella. Sin embargo la comparación con otros delatores no termina de ser equilibrada. No es lo mismo, por trágico que sea ser apresado y puesto en lista para impedir que se consiga trabajo, delatar a un comunista en aquel periodo que delatar al vecino judío que terminaría en la cámara de gas. No es lo mismo que delatar al padre, hermano o cónyugue que terminaría en el gulag. Tal vez Miller tenía razón, porque durante la Inquisición, las víctimas que ardieron no eran brujas. Las del macarthysmo sí.

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