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La Paciencia: La fotografía de María Ángeles Octavio

Una mirada al trabajo fotográfico de esta autora venezolana residenciada en la ciudad de Nueva York

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Por JOSÉ ANTONIO PARRA

El trabajo fotográfico de María Ángeles Octavio (Caracas, 1964) es esencialmente poesía. Recientemente, esta fotógrafa y escritora ha realizado una nueva serie de fotografías titulada Broken Nature (2017), que tenían cuatro años gestándose pero alcanzaron una definición final a raíz de los últimos meses de protestas en Venezuela. Las mismas consisten de una potente denuncia en torno a la situación de violencia que se está dando en dicho país en la actualidad. Aquí el discurso visual está imbuido de gran preciosismo y depuración formal, a pesar de que para la hechura del mismo, la autora apeló a perforar las fotos a tiros. En torno a este último trabajo, ella nos comenta:

“Decidí perforar las fotos, primero de forma orgánica, luego siguiendo las líneas que persistían, luego con formas geométricas hasta que la excesiva violencia en Venezuela me hirió de tal forma que me hizo comprender que debía caerle a tiros a mis fotos. Las imprimí en plexi y me fui a un shooting range y le caímos a tiros a las fotos. Hice unas plantillas que coloqué sobre los plexis y John, el manager del lugar, con su puntería siguió mi dibujo. El efecto en el plexi es muy significativo. Las fotos son poesía que denota una pureza natural del ser que está atravesada por la violencia y la avaricia que cubre el mundo (…). Cada foto es un verso afectado por las balas (…). Son metáforas de la corrosión de la condición humana de nuestros tiempos”.

Anteriormente, Octavio había llevado a efecto su serie Alegorías (2011), que denota la experiencia de una viajera que a través de las ciudades y con una estética que de algún modo recuerda ciertas experiencias de la fotografía de los años setenta y noventa plantea un nuevo rostro del mundo que aparece a su paso. En este caso estamos hablando de un mundo que se torna especular y que se da con una rítmica vibrante, una rítmica que, si se quiere, está como salida de este mundo, a pesar de que surge de lo más cotidiano del paisaje urbano.

Octavio fija su mirada en el detalle, un detalle que aparece bajo la impronta del desplazamiento de significantes y significados. Su aproximación a la realidad entonces se dirige a lo que no es usualmente percibido por el ojo “cotidiano”. Sus ciudades se tornan líquidas, con superposición de objetos y bajo el signo de un cromatismo nuevo, un cromatismo inherente a su propia poética, a su estética personal. Hay, de algún modo, un regodeo con juegos estereoscópicos, de manera que su mirada apunta a una totalidad, tanto mundana como ultramundana, real e irreal, que quizá sea alegoría de los espacios propios de su alma, de su territorio psíquico; suerte de juego caleidoscópico. En torno a este trabajo, la artista puntualiza:

“Comencé como un paseante inspirada en la obra de Walter Benjamin. Recorría las calles sin pistas de por qué las vadeaba una y otra vez. Miraba las paredes, los techos, las nubes, la gente. Pasaba horas sentada en un banco esperando, leyendo. Levantaba la vista como respuesta a los ruidos que me rodeaban, hasta que un día casi me caigo en una plaza y cuando miré el piso para ver qué me había hecho tropezar, allí estaba, me esperaba la respuesta; mi concepto estético me hizo una zancadilla. Mis ojos comprendieron lo que buscaba mi alma. En ese desnivel de los adoquines de esa plaza había agua empozada. Esta dejaba ver las piedras deformadas, la luz incidía sobre el agua haciendo que el conjunto brillara”.

Esta experiencia fotográfica apela ultimadamente al reflejo, al objeto visto en su dimensión paradójica, de modo que podría haber quizá un guiño a esa dimensión foucoultiana que plantea la imposibilidad de la representación. Aquí hay la (re)creación del alma huidiza y de los aspectos sensibles del Ser. Ello es la expresión de un misticismo vivencial, al igual que una preocupación por aspectos ontológicos. Pienso, en este caso, en el tiempo huidizo y en la representación efímera del Ser en su devenir temporal.

Una característica general en la obra de María Ángeles Octavio es su carácter atmosférico. En efecto, esa caracterización de las atmósferas en su obra expresa un tiempo detenido y explayado, un tiempo que se ha hecho líquido y que en sí recuerda ciertos matices del surrealismo. No obstante, las analogías del trabajo de Octavio con la fotografía de los años setenta deja en evidencia un tono psicodélico; movimiento estético análogo –de alguna manera, en relación a las “expresiones del alma”– con el surrealismo.

Pero la aproximación de esta artista al fenómeno de la creación se da desde una totalidad. La obra de ella se expresa igualmente a través de la narrativa literaria. Ella fue ganadora de la Beca del Celarg para narradores. En 2004 ganó el concurso de autores inéditos de Monte Ávila Editores, mención narrativa, con su libro Exceso de equipaje. Tiene publicados cuentos en varias antologías, como Las voces secretas (Alfaguara, 2007), De la urbe para la orbe (Alfa Grupo Editorial, 2006), De qué va el cuento, (Alfaguara, 2013) y en la revista Zona Tórrida (Universidad de Carabobo, 2005). Su libro, Exceso de equipaje, fue editado en los años 2005, 2006 y 2007 por Monte Ávila y en el 2016 por Sudaquia. Fue finalista del concurso de Cuentos de El Nacional en el año 2012 con el cuento “Cuerpos confundidos”. Hoy en día ella escribe en importantes medios.

De manera pues que la experiencia de María Ángeles Octavio pone en evidencia a una artista densa y con una aproximación en extremo sensible al fenómeno estético. En ella se da la epifanía de lo atemporal.

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El trabajo de María Ángeles Octavio puede ser visto en: http://mariaangelesoctavio.blogspot.com/

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