Poema tardío a mi padre
De repente me acordé de ti
cuando eras niño en esa casa, las habitaciones a oscuras
y la chimenea caliente con un hombre en silencio
frente a ella. Te movías a través del aire espeso
con tu belleza física, un niño de siete años,
indefenso, inteligente, había cosas que el hombre
había hecho cerca de ti, y era tu padre,
el molde en que tú fuiste hecho. Abajo, en la
bodega, los barriles de manzanas dulces,
recogidas de lo más alto del árbol, podridas y
podridas, y más allá de la puerta de la bodega
el arroyo corría y corría, y algo
que no te concedían, o algo que te habían
quitado pero con lo que habías nacido, así
que incluso a los 30 y a los 40 te llevabas
la medicina aceitosa a los labios
cada noche, el veneno que te ayudaba
a caer en la inconsciencia. Siempre pensé que lo
importante era lo que nos hiciste
siendo adulto; pero luego recordé
al niño que se cría frente al fuego, los
diminutos huesos dentro de su alma
retorcidos en las fracturas de la rama, los tendones
pequeños que mantienen el corazón en su lugar
quebradizo. Y lo que te hicieron a ti
no lo hiciste conmigo. Al amarte ahora,
me gusta pensar que estoy dando mi amor
directamente a ese chico en la abrasadora habitación,
como si pudiera alcanzarlo a través del tiempo.
**
La última herida
Cuando mi hijo llega a casa del viaje de fin de semana
en el
que se clavó un trozo de acero del
techo de un coche y se abrió la cabeza
y le afeitaron la herida y la desinfectaron
y le dieron puntos, se acerca a mí
sonriendo con orgullo y miedo, y poco a poco
inclina la cabeza, como para el dios del trauma,
y ahí está, el cuero cabelludo azul grisáceo como la
piel de un cadáver, la superficie fría y
gelatinosa, el corte largo y rectilíneo
como si fuera deliberado, las
suturas a ambos lados como terribles
marcas de la voluntad humana. Le digo
Increíble, arrimo su cabeza en dirección a mi estómago
con suavidad, la piel desnuda de la parte superior
que tiembla como piel de leche hervida
y azulada como la epidermis de un mono
extraído muerto de su madre, el
crecimiento leve del cabello fino como una
promesa. Acuno su cerebro en mis brazos como
una vez mecí todo su cuerpo,
entregado, y el área de la herida resplandece
gris y translúcido como la cabeza de un pardillo
cuando se
tambalea al borde del nido, el corte una
línea media en descenso por el cráneo, la carne
gelatinosa, los puntos negros, la hendidura que dice
me lo llevo, el hilo que dice lo devuelvo.
**
Veo a mi niña
Cuando te vas de campamento y me despido, te veo
doblar el cuello por el peso del chelo, veo
ni pequeño torso bajo la
carga de la mochila pesada del mismo modo en que
una piedra reposaría sobre el cuerpo de un niño, y
de repente veo tu bondad, el peso de tu
bondad paciente y tenaz a medida que arrastras tus
cosas al avión, te pareces a una viejecita
de huesos pequeños de la Europa más oscura
que avanza hacia la tercera clase, que carga con todos los
bienes de la familia.
De repente todo el aeropuerto está lleno de tu bondad, tu
cabello fino parece tallado por la bondad, tu
pálido rostro parece desangrado, con
esa mirada atenta hacia arriba tienes el aspecto de
alguien que permaneciera bajo una losa.
Durante mucho tiempo recé para que fueses buena,
recé para que no fueses algo así como un Hitler del
mismo modo en que yo de niña temía ser Hitler; pero
no quería expresarlo así, la opresión de la bondad, la
ausencia de vida. Me pides algo para comer
y mi corazón salta, te quito la mochila de la espalda y
dejamos
tu chelo contra una silla y
luego ya me puedo sentar y verte comer pastel de
chocolate,
con cuidado una cucharadita tras otra, tu
lengua que se mueve lentamente sobre esa mezcla
en el profundo placer, Qué bueno está, mamá,
qué bueno está, sonríes, y el aire que te rodea la cara
brilla con el oscuro brillo escindido de la bondad.
**
Cuando mi hijo está enfermo
Cuando mi hijo está tan enfermo que se duerme
a mitad del día, la cabeza pequeña, ovalada
y dura con tanto dolor que
prefiere olvidar la conciencia como
alguien que cuelga de una cuerda en llamas
dejando ir su vida, me siento y
apenas respiro. Pienso en la
piel medio líquida de sus labios,
inflamada y mellada con ranuras rojas como
fisuras en la corteza de un volcán, desde
donde se puede ver el fuego. Aunque estoy
al otro lado del pasillo, veo los
bultos frenéticos de sus globos oculares tirando
de los párpados verdosos, sus sienes
rojas y agrias de dolor, su piel
como oro pálido, como mantequilla fría que luego
cambia un poco a mantequilla rancia hasta que
le salen pecas que se pueden extender, islas negras
y pequeñas de moho, duerme el sueño
terrible del enfermo, su corazón esforzado
que late como un conducto en su cuerpo, como un
zapato golpea las barras de acero cuando
alguien quiere que lo dejen salir, me
siento, me siento muy quieta, estoy en las
afueras del mundo, en el límite descubierto
cuando se supo que era plano; el borde desgarrado,
grueso y de barro negro, los vasos y las
venas y los tendones que cuelgan
en suspenso,
cuando mi hijo está enfermo me siento en el borde de
la nada y me cuelgan las piernas
y a veces dejo caer un zapato
para entregarle algo.
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