A la inminente elección para escoger nuevos gobernadores se ha llegado a través de múltiples obstáculos oficiales y violaciones constitucionales, contradictorios de un Estado de Derecho aunque connaturales a un régimen de tipo dictatorial totalitario.
El griego Epicteto dijo en la antigüedad algo que permanece vigente: la historia no se repite; somos los humanos los que volvemos a nuestras andanzas. En la presente crisis nacional, producto fundamentalmente de un poder que aprieta su garra dominadora, conviene recordar un acontecimiento pasado altamente significativo. La Biblia nos habla de un rey que no entendió la magnitud de la crisis de su pueblo y se obstinó en mantener, endureciéndola, una política que llevaba al desastre general. Se trata de Roboam, hijo de Salomón –sabio este trastocado al final de su vida en opresor– y su decisión de apretar la tuerca ante los reclamos de los súbditos. Encontramos el relato en el Libro I de los Reyes, capítulo 12. Al morir su padre, el pueblo pidió a Roboam aligerase el yugo insoportable de Salomón. El nuevo rey, sin embargo, en vez de aflojar, anunció con todo descaro a sus gobernados que más bien les aumentaría cargas y azotes. Antes que la comprensión y la sensatez esperadas, el monarca exhibió soberbia y prepotencia. Entonces la gente, descontenta con esa infeliz respuesta, lo desafió: ¿Así son las cosas? ¡Quédate con tu poder que nosotros montaremos tienda aparte! Fue así como el reino se partió en dos (norte y sur), con el consiguiente debilitamiento del conjunto y su posterior destrucción por asirios y babilonios.
El mantenimiento del poder a toda costa, pasando por encima de normas, derechos humanos y una básica racionalidad, cubre de dolor pueblos enteros y produce enfrentamientos, en los cuales los prepotentes suelen resultar vergonzantes perdedores.
No parece forzado hacer la aplicación de esta negatividad al caso venezolano. No es preciso ofrecer aquí un balance del colapso nacional en los más variados índices. Baste decir que respecto del hambre y de la desnutrición crecientes, las cifras publicadas por Caritas de Venezuela son terriblemente significativas. Como significativo también es el empeoramiento de la situación en el ámbito económico general, así como en el político y el ético-cultural. Si se hace un corte en vertical en la línea del tiempo del país, el acrecentarse de los problemas es dolosamente manifiesto.
El Roboam venezolano no solo pretende ignorar la crisis, sino que acentúa amenazas y sigue cerrando la tenaza ante la urgencia de un cambio que abra la puerta a un gobierno de transición o lo que sea para iniciar una reconstrucción; infla la retórica encubridora e intensifica la represión. La Iglesia en Venezuela ha venido exponiendo, junto con las denuncias correspondientes, la urgencia de un cambio político en la conducción del país. Cada día que pasa esa advertencia cobra mayor grave actualidad.
La elección de los gobernadores, cualquiera sea el resultado –este promete ser altamente favorable a la libertad y al progreso–, debe constituir un acicate para incrementar la dinámica en favor de una solución en grande, que abra camino a rehacer este país que estamos dejando caer en pedazos. La dirigencia política, superando intereses parciales y unida estrechamente con la sociedad civil, debe acentuar sus esfuerzos para lograr la necesaria transición, a través de acuerdos efectivos, hacia un nuevo gobierno. Este tiene que ser de integración, transición, unión nacional, y abrir paso a una decisión transparente, libre, universal, del soberano acerca del futuro del país.
Roboam debe dar paso a un poder que no gire en torno a sí mismo, sino se ponga al servicio de una nación que clama por reencuentro y reconstrucción.
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