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Vuelta a «Apocalypse Now» (I)

Vigésimotercera entrega de “Inconformes con el espacio” por Humberto Valdivieso. “Vuelta a Apocalypse Now (Primera parte): El viaje como sintaxis”

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This is the end

Beautiful friend

This is the end

My only friend

The Doors

Volver al clásico de Coppola –después de varios años y una tertulia analítica con la profesora Arleny León de D’Empaire–, lejos de trazarme nuevas perspectivas o develarme claves no tomadas en cuenta anteriormente, afianzó en mi pensamiento tres tópicos inherentes a nuestro modo de narrar en Occidente: el viaje como sintaxis, el cuerpo como parodia y el lenguaje como territorio imposible. Todos registrados en la literatura desde hace siglos y diseminados hoy a través de esa compleja trama denominada realidad. No obstante, me atrevo a sospechar que ellos han dejado de ser componentes exclusivos de aquello definido por la tradición teórica y analítica como ficción. La relación mediática del siglo XXI con los conflictos de nuestro mundo los ha traído más acá, justo del lado de nuestra orilla. Para algunos, una buena parte de la cultura quizá ha saltado hacia “la otra orilla”. Yo prefiero sostener que hemos halado todo esto desde allá dejando del lado de la ficción una densa niebla capaz de ocultar contenidos más profundos, pero menos urgentes.

El viaje como sintaxis

El trayecto interior del capitán Willard, desde su crisis en la habitación de Saigón hasta su transformación post-sacrificio del coronel Kurtz, esta vez, me importa menos que la sintaxis desplegada en la historia por el río Nung hacia el interior de la selva. La arquitectura del viaje es descrita por esa “balsa” sin Caronte que navega a través de un laberinto insólito hacia la muerte. Sin embargo, en este caso, más que destino o misión, como está planteado en el filme, la muerte es la paulatina inversión de lo humano hacia lo in-humano. También, desde este sentido, es la inversión del lenguaje hacia el grito y, por último, hacia el silencio ahogado del vacío: la imposibilidad de comunicación.

El recorrido por el río es un tránsito lleno de estaciones. Ellas no se oponen una a la otra, sino cada una a sí misma. Por ejemplo, la base del teniente coronel Kilgore –comandante surfista– y la posterior playa Vin Drin Dop donde su caballería de helicópteros transportan la lancha de Willard. Asimismo, la base equipada para desplegar el espectáculo de las conejitas Playboy, el puente Du Lung donde militares trastornados luchan en el caos y el mismo reino del coronel Kurtz. Todos son espacios donde se ha invertido la identidad primera del lugar. Atrapados por el conflicto en la selva, los escenarios han perdido conexión con su función original: disciplina, guerra, protocolo y estrategia. Lo que ahí ocurre es una grotesca interacción de restos, sobras, de la realidad oficial con la locura. Semejante caos es producto de la pérdida total del significado: desorientación.

Kilgore ataca para conquistar el agua, las olas que se mueven: “the waves… Look, breaks both ways, watch, watch. Six feet…”. Se trata de un asalto a lo efímero. El agua es lo único que le otorga aún, al teniente coronel, identidad en una guerra interminable: desproporcionada. Las conejitas Playboy vienen a civilizar la selva, son los mecanismos expresivos de la sociedad espectáculo, pero terminan siendo aplastadas por el espectáculo desenfrenado de las gradas. La batalla en el puente Du Lung, último puesto de la armada en el río Nung, es un espacio bello e insólito; parecido a los infiernos de Brueguel. Ahí el caos no permite distinguir normas de combate, todos se enfrentan sin razón. Por último, el templo de Kurtz. En él se ha perdido todo referente civilizatorio: es un territorio casi sin lenguaje, dominado por la ética brutal de un dios poético.

El viaje, en Apocalypse Now, es la inversión del sentido del orden que tiene el discurso normativo. Pero no hacia su origen expresivo sino hacia la crisis de su racionalidad.

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