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La Paciencia: A propósito de las «Relaciones peligrosas»

Una brevísima mirada retrospectiva a algunas representaciones del amor y del deseo teniendo como punto de partida la pieza “Relaciones peligrosas”

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Por JOSÉ ANTONIO PARRA

El amor es inconmovible,

Solo es causa y es fin del movimiento,

Sin tiempo y sin deseo,

Excepto bajo el aspecto del tiempo…

T. S. Eliot, Cuatro cuartetos

El amor y el desamor son dos de los grandes tópicos del cine y la literatura. De manera que teniendo como pretexto una representación paradigmática del juego de la seducción, podríamos echar una mínima mirada a lo que han sido las aproximaciones al amor y a algunos de los aspectos que este podría implicar, como la transgresión. Me refiero a la película Relaciones peligrosas (1988), protagonizada por John Malkovich, Glenn Close y Michelle Pfeiffer en tanto pieza clave del género. Esta puesta en escena está basada en la novela epistolar de Pierre Choderlos de Laclos, escrita en 1782.

En ella se plantean dos de las caras que podrían entrecruzarse en el juego de la seducción. Por un lado, estaría lo psicopático –en tanto carente de afectos– y que es expresado en la forma de juego de poder a través del deseo mismo. Por otro lado estaría el talón de Aquiles de esto último, sucumbir al amor sin saberlo y, ultimadamente, morir de desamor.

En la pieza referida, la trama está articulada en torno a una apuesta entre la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont. En dicha apuesta, estos dos nobles libertinos y psicopáticos acuerdan que si Valmont logra seducir a la virtuosa madame de Tourvel –quien además está casada– obtendría de nuevo el favor sexual de su examante, la mencionada Marquesa.

Las peripecias se despliegan de forma tal que no solo sucumbe madame de Tourvel al juego de seducción, sino también la joven Cecile de Volanges, quien de paso pierde su virginidad y deberá casarse con ello a cuestas; cosa particularmente delicada en el entorno nobiliario del siglo XVIII.

No obstante, como parte de ese juego de poder entre el Vizconde de Valmont y la Marquesa de Merteuil, esta lo obliga a dejar a Madame de Tourvel una vez que se ha consumado la seducción de la dama virtuosa. En este punto se da la paradoja de esta historia; el Vizconde –luego de romper con Tourvel, de quien se había enamorado sin saberlo– casi deliberadamente se deja llevar por las circunstancias hasta que muere en duelo con el enamorado de Cecile de Volanges, sabiendo muy probablemente que era mejor eso a experimentar en vida el desamor de Tourvel. Por su parte, esta, al enterarse de la muerte de su amado, también muere literalmente de desamor.

Morir de desamor no es un hecho exclusivamente literario. La literatura médica da cuenta del fenómeno como algo concreto. El denominado síndrome del corazón roto o miocardiopatía de Takotsubo es una enfermedad del músculo cardíaco que podría llevar eventualmente a quien la padece a la muerte. Todo ello sin contar las múltiples manifestaciones de dolencias psicosomáticas que son representadas en esta pieza como padecimientos de Madame de Tourvel.

Una de las cosas que se pueden notar en las dinámicas de seducción de esta obra tiene paralelismos con ciertas modalidades de seducción que podrían darse en el mundo actual. Esto en especial en el caso de las redes sociales que han facilitado el entrecruzamiento de tramas de seducción, tanto de naturaleza platónica como del mundo tangible. Aquí lo instantáneo, así como el riesgo de cruzar el límite entre el deseo y el amor, siempre está latente.

Y es que lo instantáneo y el deseo por el deseo se manifiestan de una forma más parecida a como la conocemos hoy en día con la aparición del estilo de urbes que se dio en el siglo XIX. Baudelaire lo representa en su poema “A una transeúnte”, que bien vale la pena citar en esta entrega:

“La calle atronadora aullaba en torno mío.

Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina

Una dama pasó, que con gesto fastuoso

Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.

De súbito bebí, con crispación de loco.

Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,

El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza

Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.

¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!

Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,

¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!”

Desde el amor inmaculado de Dafnis y Cloe hasta el presente muchas cosas han ocurrido, pero fue sin duda la revolución sexual de los años sesenta del siglo pasado la que significó una vuelta de tuerca real y profunda en los modos de vinculación. El siglo XX estuvo pleno de personajes paradigmáticos en el erotismo, pero me atrevería a decir que Henry Miller y Anaïs Nin –tanto en sus respectivas obras literarias, como en el amor que se manifestaron el uno al otro– fueron de los más representativos. En el caso de estos escritores, el entrecruzamiento de deseos, así como el amor, revistió una modalidad muy luminosa. Nin, Miller y la esposa de este, June, llegaron a vivencias poco ortodoxas para la época, de manera que Nin fue iniciada en el voyeurismo y el lesbianismo por June.

La intensidad literaria de Raymond Radiguet también expresó deseos transgresores en El diablo en el cuerpo (1923). En dicha pieza se narra con un lenguaje conciso y sin rebuscamientos innecesarios una relación adúltera que aparece en primer plano en contraposición a la atmósfera propia de la Primera Guerra Mundial.

El caso del legendario dandy del siglo XX, Porfirio Rubirosa, tienes algunos matices similares a Valmont. Quedaría abierta la pregunta de si la muerte de Rubirosa en un accidente de tránsito en el año 1965 no habrá sido ese mismo dejarse llevar de Valmont para no sentir más ese “sube y baja” de las emociones relativas al deseo. Hastío, en otras palabras.

Ultimadamente hay un algo que es indecible en lo referido al amor. No siempre amor y deseo confluyen, aunque lo más sano es la comunión de ambos. Para siempre y desde siempre quedarían entonces abiertas las preguntas de por qué y para qué se dieron –entre otros– vínculos paradigmáticos como los de Patti Smith y Roberth Mappletorphe, de Sartre y Simone de Beauvoir, de Abelardo y Eloisa o de Pamela Courson y Jim Morrison. Es ese el carácter indecible al que me refiero.

*

“Love Street” (1968). The Doors. En el video: imágenes de Pamela Courson y Jim Morrison.

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