Cuando miras largamente un abismo, también éste mira dentro de ti.
Friedrich Nietzsche
Al comenzar a leer el libro de poemas de Miguel Marcotrigiano, La meditación (Editorial Lector Cómplice, Caracas, 2017), aprecié de inmediato que su tema explora el territorio de la melancolía. Ítalo Calvino decía que la melancolía es tristeza que ha adquirido luminosidad. Ese es precisamente el estado que refleja este libro. Una luminosidad que trasciende a la tristeza y al desespero del suicida por confrontar la muerte de la luz. Marcotrigiano logra exorcizar el miedo al transformar a la melancolía en la herramienta positiva del creador, de esa que tanto nos han hablado Blake, Schiller, Coleridge, Keats, entre tantos otros genios que también padecieron esta angustia nerviosa.
Al comienzo del libro se nos advierte del camino tortuoso que significa escribir sobre el dolor que no responde a una dolencia física sino a una afección del alma. Precisamente porque este dolor no es corporal es tan peligroso, pues linda con la locura y la muerte. Ya desde la lectura de estos primeros poemas fue inevitable escuchar la voz de Dylan Thomas cuando habla a su padre y le advierte:
“No entres tan mansamente en esa noche quieta
La vejez debería arder y enfurecerte al concluir el día
enfurécete, enfurécete contra la muerte de la luz”.
Es de esta tristeza que habla Marcotrigiano. De ese sino inapelable de la existencia que nos obliga a entrar en un reino desconocido al exhalar nuestro último suspiro. Duele hondo, nos dice el poeta y para contrarrestar ese dolor piensa en la paz de los sepulcros, “pues se nace con la muerte a cuestas”. ¿Cómo se puede vivir con esta pesadumbre? Las almas sensibles están al desamparo en un mundo hostil y árido de afectos verdaderos. Los buenos terapeutas recomiendan no tentar al abismo, sino por el contrario, buscar la luz que destella en la creación artística. Hay que aprender a vivir con esa musa triste que ama la noche, la muerte y el abismo, como nos dice Emerson.
En muchos poemas de Marcotrigiano vislumbramos esa noche oscura del alma de la que nos hablaba San Juan de la Cruz. Esa etapa de desasosiego que afecta a los místicos en su peregrinar hacia el encuentro con Dios. ¿Pero qué miedo es este del que nos habla Marcotrigiano? ¿Es el miedo a la muerte o el miedo a vivir? Según Schopenhauer, el suicida no quiere la muerte, lo que realmente quiere es escapar al tormento de la vida. Vivir con miedo no es vivir. Por eso el poeta coquetea con la pulsión del alma de disolverse en la nada. Sobre el suicidio Marcotrigiano revela una confidencia:
“La cama del suicida es una balsa a la deriva
ha tiempo hace aguas
flotan o permanecen hundidos varios objetos
un calcetín desaparecido el mes pasado
cuyo hermano huérfano ya descansaba en el fondo de la basura
un par de lentes ciegos
el control remoto del televisor
que había quedado oculto
(…)
varias almohadas
(una de ellas destinada a la humillante misión
de sostener un pie hinchado
-asuntos de circulación o retención de líquidos-)
(…)
La balsa solitaria del suicida
espera por su próximo tripulante
paciente
con todo su cargamento
de tristezas”.
Como el Roquentin de La náusea, esta angustia existencial hace al poeta tender puentes con los objetos, buscando inútilmente aliviar su soledad, aunque estos se muestren indiferentes. Según Sartre, la nada anida enroscada en el corazón del ser. La angustia es la señal de alarma por haber perdido el sentido de la vida. Este animal fiero que vive adentro del poeta es su bilis negra:
“Esta es mi aflicción
¿la ves?
La tengo aquí
latiendo
entre las manos.
Maúlla con fuerza
me hiere con sus garras
se resiste
La tengo en la mira
me reta con su ojo ciego
esta es la angustia
en carne viva
sabe de mis secretos
escupe sobre mi plato
luego se duerme
horada mis sueños
destila su bilis
Acecha
hasta el próximo zarpazo”.
Ha muerto la placidez de la vida, y por eso la misma muerte ha perdido el sentido. Esa noche oscura toma la forma del extravío existencial. Es allí donde impera ese dolor que tan solo cree encontrar descanso en un sueño eterno:
“La barcaza
abandonada
en el muelle
hace noche
sombra
el mar acuna la vida
apenas
mientras los ratones recorren la cubierta
Sin saber adónde dirigirse
la muerte rema ciega”.
A pesar de la desorientación existencial, el poeta logra una claridad de visión en este viaje por la melancolía, claridad que le permite ver la vida con profundidad, así como también romper con el conformismo y la complacencia. Para decirlo con otras palabras: la melancolía es sabiduría. Para Aristóteles, el estado depresivo favorece la lucidez del entendimiento. Es una sabiduría regida por Saturno (según la astrología) y la bilis negra (según la medicina antigua), pero esa sabiduría tiene que ser superada por un estado mental más equilibrado y armónico. En tal sentido, Marcotrigiano emula al sabio que, como dice Eliot en los Cuatro cuartetos, busca la intersección entre la eternidad y el tiempo. Toda la empresa mística busca salir de la temporalidad y conectarse con lo eterno, la cara inefable del Dios oculto.
A través de la práctica meditativa Marcotrigiano intenta liberarse del ego:
“Cuando el discípulo alcanza la iluminación
el maestro comienza a disolverse en la niebla
las emociones hacen presa de él
mientras distraen su meditación
el intelecto efímero
el ego después…
¿Qué sensación de pérdida es esta? Tantas vidas
de navegar en la nada
¿no han valido la pena?…
¿Qué miedo es este
que traspasa mis órganos
rasga mis entrañas
deshace mi espíritu?
El discípulo medita
no se conmueve
apenas
sí
ve como una nube
–que le recuerda a alguien
flota cada vez más lejos
de su corazón”.
Esta necesidad de soltar amarras con lo inmediato, obliga al poeta a sacrificar las complacencias del ego, como único recurso para escuchar la voz sagrada de la poesía. También hay que dejar atrás la búsqueda de reconocimiento. Sumergirse en el dolor solitario de sentir nuestra finitud, esa terrible sentencia que a todos aguarda.
Miguel nos ha llevado de la mano en un paseo por el paisaje de la melancolía. Hay una profunda sabiduría en la infelicidad. Una cosa es hacer turismo por los paisajes melancólicos, y otra muy diferente hacerse residente permanente. Felicito al poeta por no dejarse atrapar por las sombras, a pesar de ser cantos de sirena que seducen a su espíritu y le permiten traernos versos auténticos.
Todavía esperamos mucho de Marcotrigiano, pertenece al linaje de los poetas, quienes, como dice Emerson, son esos personajes que alimentan el pensamiento y la imaginación con ideas e imágenes que elevan a los hombres fuera del mundo de los alimentos y del dinero, y nos consuelan de las mezquindades y de las miserias cotidianas.
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