Habiendo llegado al punto en el que nos encontramos, resulta necesario identificar la causa del brutal deterioro de todas nuestras variables luego de casi dos décadas de gobierno “revolucionario”.
¿Se trata de ineficiencia, de voluntad de destrucción, o responde, más bien, a una estrategia de dominación? El resultado sigue siendo el mismo: devastación en todos los campos. De la empresa al empleo, de la producción al comercio, de la infraestructura a los servicios, de la agricultura a la industria, de la alimentación a la salud. De las instituciones a la legalidad, de la cultura del trabajo al ejercicio de ciudadanía, de los valores de la convivencia a la seguridad.
Solo desde la perspectiva de la gerencia, los resultados prueban la incapacidad para organizar y producir, para pensar más allá del objetivo político, para formar equipos profesionales y contar con su experticia. La función de gerenciar se ha confundido con ordenar, imponer, improvisar, decidir sin consulta ni rendición de cuentas, reglamentar hasta la asfixia, seleccionar y promover a los funcionarios no en razón de sus capacidades sino de sus lealtades.
La explicación de las causas del desastre que vive Venezuela no está, sin embargo, solo en la mala gerencia. Está fundamentalmente en un modelo que desconfía de la iniciativa y de la acción privada, que frena las posibilidades de emprendimiento, que recela de la empresa, que busca ahogarla, que cree en la concentración de todas las actividades.
La concentración del poder, incluido el económico, en manos del Estado, ha terminado por descomponer el equilibrio primero entre el Estado y el ciudadano y luego entre los poderes mismos del Estado. El Estado empresario erigido en competidor ha terminado por negar su razón de ser, que no es otra que el bienestar de la sociedad. En su afán de poder ha optado por entrabar la dinámica de una economía productiva y cerrar espacios al ciudadano. Su preeminencia ha tenido un doble efecto devastador, para su propia autoproclamada condición de productor y para la capacidad privada de hacer, de producir.
Cualquier cambio que se produzca en Venezuela tendrá un efecto muy precario para una verdadera y estable reestructuración de la economía si no incluye enfocar las acciones del Estado en las áreas que le son propias. Se trata de buscar un Estado efectivo en el cumplimiento de sus obligaciones primarias, en la procura de acuerdos sociales y en la generación y aplicación de políticas públicas orientadas al bienestar de la sociedad. Para conseguirlo se hace indispensable deslastrarlo de funciones que no le competen y de activos que no deben estar en su poder. Puestos en sus manos, tanto las funciones como los activos, han mostrado el peor de los resultados, se han tornado improductivos, han sido generadores de pérdidas y se han constituido en frenos al desarrollo.
La experiencia sufrida no deja dudas sobre la necesidad de estimular las fuerzas productivas, el trabajo, la inversión y la capacidad emprendedora de los ciudadanos. La clase obrera lo comprende ahora mejor. Ha sido testigo de la destrucción de las empresas, pero además víctima directa de la pérdida de puestos de trabajo y de su calidad. Hoy confía más en una organización eficaz y una gerencia calificada que en el discurso político y sus veleidades.
Cuando en todos los ámbitos está creciendo la angustia por la falta visible de caminos, lo propio es recordar que existe un modelo contrapuesto al actual, el modelo de las libertades, de los derechos del ciudadano y de la sociedad, de la valoración de la actividad privada y del emprendimiento, del estímulo a la producción y a la libre empresa. Es hora de rescatar el valor de un cuerpo de ideas y de experiencias que representan una alternativa al fracaso y que se fundan en su adhesión a la libertad y las libertades. Lejos del reduccionismo que quisiera vincular el pensamiento liberal exclusivamente a lo económico resulta imperativo destacar su dimensión social y política por lo que representa como defensa de los derechos humanos, de la libertad en todas sus formas –personal, de expresión, religiosa, económica– y de la diversidad.
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