La complejidad y la interrelación de los diversos factores que convergen en la realización de cualquier política pública ameritan que su llevanza esté a cargo de especialistas, dotados de conocimiento y experiencia para la solución de los asuntos, que, en todo caso, contienen siempre un porcentaje no pequeño de imprevistos. Así como el mejor escribano echa un borrón, los responsables de las políticas públicas se equivocan.
Cuanto más sofisticada es la gestión pública, más aparecen en las contiendas electorales personajes demagogos y de enfoques rudimentarios para dirigir los asuntos públicos. Los ejemplos se extienden por doquier, tanto en lo que se refiere a la complejidad de la toma de decisiones, cada vez más influenciada por datos, análisis, alianzas y mayorías parlamentarias o políticas, dentro y fuera del país. En el viejo continente, la realización de cualquier política pública tiene más que ver con las decisiones que se toman en Bruselas que con la resolución gubernamental en un país. Las normas, directivas y reglamentos comunitarios, impiden o auspician la realización de políticas públicas en todos los campos: agrario, industrial, tecnológico, de comunicación e incluso de defensa en el marco de la OTAN (Organización del Atlántico Norte). También pueden generar un fuerte impulso a la economía y el desarrollo de los países como atestiguan los fondos Next GenerationEU posteriores a la pandemia, que alcanzan los 806.900 millones de euros.
Uno de los objetivos de estos fondos europeos pospandemia es acelerar la transformación digital mediante una mayor digitalización de los servicios públicos y de la economía en general. Consuela constatar la preocupación comunitaria en este aspecto, lamentablemente olvidado en el mundo actual, donde se confunde la inversión tecnológica en las administraciones públicas con el efectivo acceso de los ciudadanos a las políticas públicas, que deben ser inclusivas porque crean incentivos amplios y oportunidades para todas las personas por igual, mientras que las extractivas concentran los beneficios e incentivos en las manos de pocos. (James Robinson, 2024)
Por estas razones, las elecciones norteamericanas tienen una influencia determinante en el acontecer político de Europa y del resto del mundo, puesto que además de los fundadores de la democracia moderna, hoy por hoy Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial, cada vez más acompañada por la República Popular China.
Hay además un aspecto relativamente nuevo en estas elecciones, que se relaciona con la irrupción de tres magnates de la tecnología en apoyo de alguno de los candidatos. Elon Musk se ha convertido en un agitador, además de financiador constante de Trump, organizando incluso rifas donde sortea un millón de dólares entre los asistentes a sus mítines. Incluso se ha ofrecido como una especie de inspector general del despilfarro gubernamental. Jeff Bezos, dueño de Amazon, ha obligado al Washington Post a no publicar el editorial tradicionalmente favorable al candidato demócrata, lo que le ha supuesto de inmediato la pérdida de más de 200.000 suscriptores. Bill Gates por su parte, auxilia de forma cuantiosa la campaña por la elección de la candidata demócrata.
Cualquiera que analice la situación se preguntará si esta participación va a ir a más, puesto que de la potencia económica de estos milmillonarios parece derivarse una necesidad de controlar los resortes de los gobiernos de forma directa. Pronto es posible que veamos como la inteligencia artificial (IA) se pronuncia por alguno de los candidatos, mediante los algoritmos convenientemente dirigidos y construidos.
En las elecciones norteamericanas, como en la inmensa mayoría de las elecciones de los países democráticos, no se trata ya de acentuar los aspectos positivos de la política que propone cualquiera de los partidos, sino de remarcar los errores del adversario. Los elementos constructivos de las propuestas electorales tienen poco recorrido, como recientemente se ha puesto de manifiesto precisamente en relación con las elecciones norteamericanas: “Cada partido lleva a cabo campañas centradas casi exclusivamente en los defectos del otro, sin ninguna estrategia seria para ampliar significativamente su alcance electoral” (Teixeira y Luvin, 2024).
En esta ocasión, el mundo contiene el aliento entre la esperanza de unas políticas públicas razonables y coherentes y la sorpresa diaria de quien adopta decisiones con frecuencia no dotadas de la mayor racionalidad. Esperemos que un analista experto como James Carville tenga razón cuando afirma que Trump es un perdedor electoral reiterado. Esta vez no será diferente. Perdió en 2018 (Cámara de representantes), 2020 contra Biden y 2022 (intermedias).
Los errores del candidato republicano respecto a los emigrantes puertorriqueños pueden salirle caros, aunque no sean más que la punta del iceberg de una ideología excluyente de aquellos que considera distintos. Los humanos no son más que el resultado de mezclas durante milenios y en la larga historia de la humanidad aquellos que aprendieron a colaborar y a improvisar con mayor eficacia han prevalecido (Darwin, 1859).
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