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Carta imaginaria de Edmundo González a Vladimir Padrino López

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«El que tenga ojos que vea y el militar que no sepa leer que aprenda». Ing. Carlos Ojeda

Distinguido amigo:

Modos de mi temperamento y hechuras de mi formación moral me han librado de los riesgos de sufrir cambios de conductas a merced de las circunstancias dentro de las cuales me ha tocado moverme. En los años ya largos de mi vida, gracias a lo cual puedo hoy compartir serenamente como atreverse la fortuna y la adversidad políticas a que me llevaron los compromisos de mis letras con mi pueblo. Sin desviarme de la derecha senda escogida cuando en la juventud se me abrieron las varias posibilidades del destino, y ayer me oyó usted decir que bien vale la pena sufrir contratiempos y penalidades -en mi caso desconocimiento del derecho legítimo y privación del goce de la patria- si al cabo de ello, un buen día, nos sale al paso un rasgo de nobleza humana que nos restituya la fe que hayamos perdido.

Hablando para la Venezuela imperecedera

Me réferi a las severas y generosas palabras que usted me dedico en su discurso con motivo de la condecoración con la cual me hicieron regalo honroso las Fuerzas Armadas Venezuela ¡a inmediato mando de usted! y hoy traigo las mías de la ocurrencia momentánea a la pertinencia del papel fehaciente porque entiendo que ayer usted y yo hablamos para la Venezuela imperecedera que a los hombres transitorios nos exige, imperiosamente, lealtad cuotidiana, consecuencia infatigable con la confianza que ella haya depositado en nosotros.

“Dos personificaciones del delicado momento que hoy vive Venezuela”

Me hizo usted experimentar una de las mejores emociones de mi vida, porque no yo estaba allí para conquistarme buena voluntad personalmente aprovechable, ni usted para juzgar con el destino de todo un pueblo pronunciando palabras engañosas: sino para liquidar dentro de respetable concordia, los distanciamientos y los mutuos recelos que un hecho calificado de aciago por usted, haya dejado entre el pueblo de Venezuela y su institución armada. Si yo fuese un hombre abrigador de rencores –que no faltara quien me censure de serlo- usted me los habrá disipado; pero allí no hubo uno olvidadizo ni otro hábilmente generoso, sino dos personificaciones del delicado momento que hoy vive Venezuela y yo le agradezco a usted que me haya invitado a acompañarlo en esa página de nuestra historia.

“Grave daño que el rencor y la discordia han hecho a este país” 

Porque ya es mucho más grave que el rencor y la discordia han hecho en este país, del cual puedo decirle que se formado odiando, de donde proviene que no haya sabido andar sino en las vacilaciones del temor, casi desusadas y desprestigiadas las formas de respeto, hasta el extremo de que las cosas pasen en estos mismos días, cual si desde el fondo del ánimo venezolano se alzase una voz calmante:

¡Devuélveme mi miedo. Que de otro modo no podré vivir tranquilo!

Claro que no son los asustadizos o envilecidos por el servilismo quienes ese reclamo harían, si no fuesen a la vez, de algún modo, los aprovechadores de los regímenes de fuerza, a cuya sombra el proverbio material pueda crecerles tanto como vaya menguando la dignidad.

Una Venezuela que pide respeto y que se la deje vivir tranquila

Pero no somos pesimistas. A pesar de todo, hay una Venezuela incontaminada, que no solo reclama de se le deje vivir tranquila, sino también que se le atienda a lo que legítimamente exige y sobre todo que se le respete. Pide paz, tranquilidad pública, para que el personal de trabajo sea provechoso y el descanso manera de cultivarse buen espíritu. Pide el soberano bien a que debe aspirar una colectividad civilizada: concordia. Y es el eco imperecedero del pedimento del libertador moribundo.

Bajo el signo del espíritu del sacrificio

Los partidos políticos han concertado ya la tregua que a la concordia puede conducir, sin renuncia, naturalmente,  a sus particulares posiciones doctrinarias: pero con espíritu de sacrificio de las apetencias personales cuya satisfacción no quepa dentro de las posibilidades del momento y es, desde luego, el partido a que yo pertenezco, el del triunfo electoral recién pasado, el que está más obligado por el imperativo histórico y por la exigencias de buena calidad humana, a contribuir , esforzadamente, a la unificación del pensamiento nacional en estos tiempos especialmente cargados de posibilidades de porvenir de la democracia venezolana, que no pueden ser alegres  esperanzas sin graves angustias, ni estas deben prevalecer sobre aquellas. 

La democracia venezolana necesita sus fuerzas armadas

Pero es absolutamente necesario, señor General, que se desvanezca por completo el temor de que la Institución Armada de la Republica, son el enemigo fundamental de la democracia venezolana. Esta la necesita para la defensa misma de las instituciones que la rigen, única forma decorosa de existencia y no tiene fundamento positivo la contrapuesta sospechosa de que se aspire a una democracia sin Ejercito, que sería utópico, absurdo mientras la condición humana no sea plenamente capaz de rendirle respeto al derecho sin temor a las sanciones justicieras de la fuerza. A la que, por supuesto, no sea sino derecho armado; no instrumento de prepotencia de ambiciones de individuos y grupos.

Esta carta es para la historia

Las palabras que usted pronuncio ayer y que me movido a este comentario, revelan, desde luego, su gallarda posición personal ante el problema: pero mi buena fe temperamental y mi experiencia de la cordialidad sin encubrimientos que allí reino entre militares y civiles en torno al Presidente Constitucional de la Republica, no pueden inducirme sino a creer que con las palabras que usted habló el espíritu actual de la Institución Armada: reparo de un yerro, promesa de una realidad de la cual no se puede dudar sin incurrir en las formas estériles e inelegantes de la desconfianza sistemática. Y yo estoy seguro de no haber malbaratado mi buena fe cuando oí sus palabras con emoción y cuando ahora le dirijo esta carta para la historia. 

Cordialmente su compatriota y amigo. 

 

Nota: En realidad es la reproducción de la Carta de Rómulo Gallegos, en consideración al discurso del general Antonio Briceño Linares, comandante general de la Fuerza Aéreas en su trigésimo noveno aniversario. En la ocasión de ser condecorado sin previo protocolo el 10 de diciembre de 1959. Rómulo Gallegos  11/12/1959

 

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