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El libelo del genocidio

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Rafael Lemkin es un abogado judío polaco que inventó el término “genocidio” para denominar lo que ya Winston Churchill había llamado “un crimen sin nombre” que la Alemania nacionalsocialista estaba perpetrando en Europa. Así lo asentó en su obra El poder del Eje en la Europa ocupada, en 1944, visto que “nuevas concepciones requieren nuevas palabras”. Luego dedicó el resto de su vida y esfuerzo a la promulgación de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada en Paris en diciembre de 1948, pero que no entraría en vigor sino una vez ratificada por los Estados suscriptores, lo que llevaría hasta enero de 1951. No en balde este instrumento que constituye todo un hito del Derecho Internacional Humanitario se conoce como Convención Lemkin.

Por tanto, no deja de resultar irónico, aunque no sea sorprendente, que una resolución concebida para proteger a los judíos contra otro Holocausto se esté instrumentalizando precisamente contra Israel para promover su destrucción como Estado y la aniquilación de los judíos, violentando flagrantemente su espíritu, propósito y razón.

Para decirlo más claro: la Convención no es para proteger a los españoles, turcos o alemanes, porque a ellos nadie los quiere exterminar; es para protegerse de ellos que hubo la necesidad de establecerla. A mayor abundamiento, no existe en el mundo ningún gentilicio que se encuentre más permanentemente amenazado de exterminio que el pueblo judío; no hay ni una persona, organización, partido, Estado cuya finalidad manifiesta sea aniquilar a más nadie, como no sea la única excepción del pueblo de Israel.

Por eso no sorprende la machacona insistencia en estigmatizar a Israel como “genocida”, porque esa ha sido siempre y en todos los casos la primera característica de la propaganda socialista, comunista y ahora también del extremismo islámico, que consiste en bajar una línea de partido: todos repiten lo mismo, una, otra y otra vez, para consolidar un cliché en la opinión pública.

La segunda característica en más osada, aunque casi infantil: te devuelven tu mismo argumento pero invertido, como les enseñó Marx cuando dijo que al idealismo había que ponerlo de cabeza, por eso siempre dan la inquietante impresión de que viven en un mundo al revés; pero esto tiene enormes bemoles.

Por ejemplo, cuando Lemkin habla del poder del eje en la Europa ocupada, Europa estaba realmente ocupada, como lo estuvo después Alemania por los aliados, se trata de hechos. Ahora bien, aunque machaquen y machaquen con el estribillo de Israel potencia ocupante y de supuestos territorios palestinos ocupados con eso no van a cambiar la realidad: Israel no es ninguna potencia ocupante de su propio territorio, como en principio no lo es ningún país en el suyo propio, incluso el Reino Hachemita de Jordania, con semejante derecho.

Asimismo, cuando se escribe sobre el genocidio perpetrado por los turcos contra los armenios o de los alemanes contra los judíos, se trata de hechos incontestables. Pero, ¿dónde se puede soportar la idea de que Israel es un Estado nazi y de que está perpetrando un genocidio contra los árabes? Por mucho que se repita esa mentira y por consolidada que esté en la propaganda de los grandes medios de comunicación, incluso la BBC de Londres, sigue siendo mentira.

Y este es un aspecto del discurso globalista al que no se le ha prestado suficiente atención: la idea socialista de que la realidad se puede planificar. Más exacto: de la constatación de que la realidad humana es una construcción social deducen que, entonces, es posible construir cualquier realidad, arbitrariamente, a fuerza de organización y propaganda.

Por ejemplo, Lula Da Silva ha declarado urbi et orbi que lo que ocurre en Venezuela es una narrativa. Lo que debe hacer el régimen de Maduro es cambiar la narrativa y listo. A esta declaración no se le ha dado la gravedad que tiene: La verdad no existe y si existe, no importa. Lo que importa es lo que él diga. Así, dice que Israel ha matado doce millones de niños en Gaza y se queda feliz, aunque allí la población total no llegue a dos millones. 

Así, podríamos reproducir todo el discurso de Lula Da Silva; pero no es el único y siendo el fundador del Foro de Sao Paulo, todos los demás siguen su pauta, desde Gabriel Boric, en el extremo sur, hasta López Obrador en el norte, pasando por Gustavo Petro, Daniel Ortega y el patriarca de todos, Raúl Castro, en la misma “línea de partido”.

En la ONU se puede observar lo mismo, desde su secretario general Antonio Guterres, Presidente de la Internacional Socialista, ¿qué otra cosa puede hacer sino lo que ha hecho toda su vida, esto es, promover el socialismo? Así todo el inmenso enjambre burocrático de Secretarías, Consejos, Comisiones, Comités, Tribunales, Programas donde se licuan miles de millones de dólares en el antro de corrupción más formidable del planeta.

Por poner solo un ejemplo, para no agotar: Nawaf Salam, representante permanente del Líbano ante la ONU, en su carácter de Presidente del Tribunal Internacional de Justicia, elegido por los votos de los miembros, como manda la democracia, evacuó el dictamen por el cual la Asamblea General decidió, el 13 de septiembre, declarar la presencia de Israel en los llamados territorios palestinos ocupados, incluso Jerusalén oriental, como “contraria al Derecho Internacional” y exigir su retiro de allí en el plazo de un año.

A despecho de que no existe, ni puede existir, ninguna norma de derecho internacional que prohíba a los judíos vivir en Judea, incluso Jerusalén y que en la práctica esto implica que un hipotético Estado Árabe Palestino tenga que ser Judenfrei, o sea, libre de judíos. 

Ahora bien, en ningún tribunal del mundo el enemigo manifiesto es admitido en juicio, ni siquiera como testigo, tanto menos puede serlo como juez de la causa. Si es público y notorio que Nawaf Salam ya ha proferido cientos de votos de condena contra Israel, ¿cómo puede presidir el TIJ de la ONU que lo juzga?

Sudáfrica, que fue quien presentó el informe que sirvió de base para el dictamen de Nawaf Salam, que a su vez fundamenta aquella Resolución de la Asamblea General del 13 de septiembre, tiene una demanda contra Israel en ese mismo TIJ por supuesto delito de genocidio perpetrado en Gaza a partir del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, para la que pidió prórroga del lapso de presentación de pruebas, porque no las tiene (algo muy curioso porque un genocidio debería ser un hecho ostensible), caso en el cual el Presidente del TIJ no puede pronunciarse porque, además de enemigo manifiesto, hay en curso una guerra entre el Líbano e Israel.

Pero eso está por verse. Si se comporta de la misma manera en que lo ha venido haciendo, no es de extrañar que también condene a Israel por genocidio; pero ahí viene la pregunta del millón: ¿Qué valor puede tener una sentencia así, aún con el sello del TIJ?

La ONU ha cavado su propia tumba, sólo le falta echarse en ella.

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