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Y así pasó

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La primera parte de este artículo la escribí y publiqué en mis cuentas de Facebook el 26 de marzo de 2024. Y lo titulé «Cartas marcadas» (cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia).

Desde el inicio de este proceso autoritario había la sospecha generalizada de que en el Casino Nacional de Dolo (CND) quien repartía las cartas las marcaba previamente, de tal manera que no sólo sabía el juego que tenían los contrincantes, sino que podía darse las mejores cartas y de esa manera era imposible que le ganaran una sola mano; la mayoría de los jugadores y algunos de los mirones se asombraban de que alguien tuviera tanta suerte, pero también, tanta habilidad para convencer a muchos jugadores que se sentaran a la mesa a jugar con él y al final casi todos salían sin un centavo en el bolsillo, y algunas veces tenía el desparpajo de darles un préstamo para que siguieran jugando, y cuando le convenía dejaba que los competidores ganaran, para que en algún momento volvieran a dejar los billetes. Hasta que un día, una jugadora sin mayor experiencia, pero con mucha astucia y malicia, desprovista de los vicios y resabios de los otros jugadores, pudo mostrarles no solo a los jugadores y mirones, sino a todo el barrio, que no era cierto que el tahúr ganara sino que robaba a todos, porque las cartas las tenía marcadas; pues el bribón, cuando se sintió descubierto, tomó la decisión de echarla del recinto y también mandó a desalojar a quienes con ella habían llegado. Luego de varios meses la jugadora que habían echado del salón, regresó dispuesta a ganar pero no se le permitió, entonces más tarde se presentó acompañada y el jefe de seguridad del tahúr le informó a este que había vuelto la mujer que él decía que era muy peligrosa, acompañada de una señora mayor pero de buen porte, que parecía que era igual de mapanare, a lo que el patrono le dijo: “Ni se les ocurra dejarlas entrar a la sala porque la mapanare no la va a dejar jugar si no hay cartas nuevas y ahí sí es verdad que me dejan en la calle. Así es que, a partir de hoy, nadie que huela a esa tipa usted me lo deja entrar, primero piden la cédula, me la traen y yo digo quién puede jugar y quién no. ¿Y a los otros que siempre vienen? Esos no representan ningún peligro, mejor dicho, los necesito como carnada; además, cada vez que los dejo limpios, se me arrodillan para que no les ejecute la casa o les devuelva alguito de lo que les gané. Porque a la gente hay que volverla miserable, hay que acabarle la autoestima, y que sientan que para vivir dependen de lo que uno les dé. Pero a la tipa esa y a la abuelita, nadie las jode, se ve que son muy arrechas. Tanto, que me descubrieron. Lo que más me preocupa es que no se rinden y dicen que van a seguir luchando para que me obliguen a aceptar jugar con cartas nuevas, para que todo el que quiera, pueda jugar libremente sin tener que pedirle permiso a nadie y sin el temor de perder todo. Y eso para mí significaría el final”.

Ciertamente, el día que se jugaba la final del campeonato, el tahúr entró a la sala de juego confiado en que repartiría como siempre las cartas marcadas, pensaba que en el casino habría muy poca gente y haría lo que acostumbraba constantemente, imponer su ley; pero su asombro fue mayúsculo al ver que en la sala de juego no cabía un alma más, eso le dificultaba repartir las cartas como de costumbre y podía equivocarse, pero no le angustiaba mucho, pues tenía preparada otra trampa por si la primera fallaba. En el momento de exhibir lo que cada jugador tenía, el tramposo de siempre se dio cuenta de que el jugador con mayor edad que estaba dirigido por la mapanare poseía un póker de ases, lo cual corroboró con un infiltrado que tenía al lado de la mesa, por lo tanto, sería imposible ganar. Era el momento de poner en práctica la segunda trampa. Antes de que el jugador de mayor edad mostrara sus cartas que probaban que tenía póker de ases, el tahúr gritó que tenía póker y que tenían que pagarle de inmediato. Al mostrar sus cartas el verdadero ganador y exigirle al tramposo que mostrara la suyas, no sólo se negó, sino que mandó a llamar al jefe de la policía y desalojó el Casino Nacional de Dolo y a los que protestaron los encarcelaron. Al día siguiente, el dueño del casino le entregó una constancia chimba para que acuda al banco y cobre. De repente, uno de los trabajadores del casino, hastiado de tantas amenazas, humillaciones, chantajes, vejámenes y hasta extorsiones, le entregó a la mapanare y a su jugador una copia del video que las cámaras internas de la sala de cómputos y avalúos habían grabado, registrando paso a paso cómo había sido la repartición de las cartas, lo que cada jugador tenía y lo más importante, que resaltaba el póker de ases que tenía el  jugador de más edad, mientras que el tahúr mañoso y delincuente no tenía ni siquiera un par. Desde ese día, el Casino Nacional de Dolo se encuentra cerrado. Pero, el bandido acudió a un juez sin competencia para que le entregara una sentencia que hiciera constar que era él quien tenía póker de ases y por lo tanto era el ganador. Se apresta a cobrar en el Banco de la Comunidad Internacional, pero la casi totalidad de sus accionistas se mantienen firmes en la posición de que sólo podrá cobrar si muestra el póker de ases que dice tener, a lo que se niega rotundamente, porque sabe que si se muestran las cartas saldrá a flote la verdad. El gran dilema es: ¿asaltará el banco?, o los banqueros, ¿encontrarán la salida para que quien ganó cobre y el perdedor se vaya tranquilo con toda su gente para donde él decida?

¡Que me perdonen los que juegan póker!

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