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Icíar Bollaín hiela la sangre con Soy Nevenka

La reconocida cineasta española hizo vibrar el Festival Internacional de Cine de San Sebastián con la película basada en el caso real de Nevenka Fernández. Soy Nevenka compite por la Concha de Oro
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Por Janina Pérez Arias

«¿Tú me crees?», le pregunta la Nevenka ficcionada a quien se convertiría en su abogado. Así comienza Soy Nevenka, una película que tuvo estreno mundial en el Festival internacional de Cine de San Sebastián, coescrita y dirigida por Icíar Bollaín.

Soy Nevenka recoge el sonado caso de Nevenka Fernández. La historia real cuenta que en el año 2000 la joven Nevenka, concejala de Hacienda en el ayuntamiento de Ponferrada (Castilla León, España), demandó por acoso sexual al que en aquel entonces ejercía de alcalde de la ciudad.

El caso sentó un precedente, ya que el acusado, Ismael Álvarez, se convirtió en el primer condenado por acoso sexual en España en 2002. Valga recordar que era una época en la que aún existía el movimiento #MeToo, ni las multitudinarias marchas de – sobre todo – mujeres al grito de «Ni una más, ni una menos», «Yo sí te creo» o de «Tranquila hermana, aquí está tu manada».

 

 

El tribunal falló a favor de Nevenka, quien después de haber mantenido una relación amorosa consensuada con Álvarez, fue objeto de indescriptibles «acciones» – para darle acaso un nombre a las vejaciones y terrorismo a Fernández – por parte de éste. Al alcalde en cuestión le condenaron a pagar una multa de 6.480 euros y una indemnización de 12 mil euros.

Pese a esto, el celebrado caciquismo de Ismael Álvarez continuó, defendido por una parte de la población y por medios de comunicación, mientras que Nevenka Fernández, una mujer brillante y muy capaz, tuvo que salir de España ante la imposibilidad de encontrar trabajo. La víctima terminó por ser condenada por la sociedad.

Dos décadas más tarde la cineasta Icíar Bollaín vuelve a recordar en Soy Nevenka que la justicia es de patas cortas, la responsabilidad de ciertos medios de comunicación en la construcción de un discurso de repudio, y que la sociedad tenía – y aún tiene – mucho que aprender en cuestión de violencia de género, empatía hacia las víctimas, así como en romper las estructuras patriarcales que han marcado a fuego el comportamiento y actitud de todas y todos.

A día de hoy sabemos que la verdadera Nevenka Fernández se produjo su propio final feliz; supo salir adelante, rehacer su vida, como se suele decir, pero sobre todo consiguió no revictimizarse y mantener su dignidad.

Que Nevenka Fernández estuviera presente en el estreno mundial de Soy Nevenka en San Sebastián, que el público ovacionara el trabajo de Bollaín, de la coguionista Isa Campo y de los actores Mireia Oriol (que interpreta con un sobresaliente a Nevenka) y Urko Olazabal (que hiela la sangre asumiendo el rol de Álvarez), se suma a ese final feliz que la Nevenka verdadera ha construido como un mosaico de pequeños pero significativos triunfos.

En términos cinematográficos se puede imaginar lo que se planteó Icíar Bollaín.. Qué pasa cuando se cuenta en el cine una historia que no tiene en apariencia un final feliz, qué pasa cuando una película como esta nos pone el espejo enfrente –hasta cierto punto sin piedad-, dejándonos en evidencia como una sociedad que le hemos fallado a las mujeres víctimas de violencia, de acoso y hasta de asesinato.

Soy Nevenka se siente como un relato de terror, de esos que te mantienen tensa durante toda la proyección, al borde de la butaca, tragando en seco. Sin embargo Bollaín, una cineasta que ha abierto debates y contribuido a cambios sociales con filmes como Te doy mis ojos o Maixabel, no se regodea en la violencia. Sus herramientas son otras y todas son certeras.

Soy Nevenka llega en el momento justo, cuando ya hablamos de violencia hacia las mujeres sin eufemismos, cuando las nuevas generaciones están creciendo y ayudándonos a los mayores a derribar las estructuras opresoras del patriarcado y machismo.

Que Soy Nevenka logre incomodarnos como espectadores, retorciéndonos de indignación en nuestras mullidas butacas, es un hálito de esperanza de que algo ha cambiado y sigue cambiando. Quizás la transformación hacia una sociedad mejor se verá concluida cuando las víctimas no tengan la necesidad de preguntar: «¿Tú me crees?».

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