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Independencia, libertad e inclusión

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La repetición anual de las celebraciones, especialmente las fiestas patrias, corre el riesgo de convertirse en algo rutinario y, por tanto, de quedar desvirtuadas por el cansancio y la monotonía. Una opción sería, tal vez, celebrarlas cíclicamente o en aniversarios señalados, para aumentar así su valor simbólico.

Vienen a mi memoria tantos actos en los que emocionados oradores de orden leen un discurso de desiguales méritos. En algunos casos, año tras año, los mismos oradores se van alternando o repitiendo en el rol a falta de una renovación. En ocasiones, cuando esos cambios ocurren, se escucha discursos demasiado informales, improvisados o sin una verdadera profundidad en las ideas y las reflexiones planteadas. Algunos oradores de orden se convierten en oradores de oficio y el oficio de la oración como pieza literaria no debería desmerecerse. Sin embargo, no es una tarea para todos, pues no todos son llamados a ejercerla de manera hermosa, equilibrada y, a la vez, pertinente o relevante. En vez de enaltecerse el recuerdo de un hecho o de un personaje, se genera una aversión a las evocaciones laudatorias que no deben ser hueros ritos cívicos, sino ocasiones de hacer recuentos o prospecciones analíticas.

Por todas esas razones, la celebración reiterada de las efemérides con frecuencia hace que en ocasiones señaladas se pierda la importancia del valor intrínseco de la conmemoración y la simbología que deriva de esas celebraciones. En 2024, el aniversario de la independencia de Venezuela tiene como marco el bicentenario de la célebre batalla de Ayacucho (librada el 9 de diciembre de 1824 en el Perú y que puso fin al dominio español en América del Sur) y la celebración de elecciones presidenciales en un contexto muy complejo y difícil para Venezuela.

Los venezolanos nos aprestamos a ejercer el derecho al voto el 28 de julio, pocos días después de la celebración del aniversario del libertador Simón Bolívar y pocos días también después de la celebración litúrgica de Santiago, el apóstol cuyo nombre no solo es el epónimo de Caracas, sino que además recuerda el valor y la valentía en la expansión de los valores y creencias cristianas, el santo a caballo en cuyo honor se hacen caminos de peregrinación. Ese día 28 de julio, los días que lo preceden, así como los que lo han de seguir y los motivos que tendremos los venezolanos para acudir a las urnas, sean cuales sean, deben unirnos y no separarnos. Las elecciones (entendiéndose, por supuesto, elecciones libres, justas y transparentes) son la mejor ocasión para que todos los venezolanos, valga decir los venezolanos de las grandes ciudades y de los pueblecitos más apartados, los venezolanos de todos los estratos sociales, nativos o nacionalizados, indígenas y afrodescendientes, venezolanos de muchas generaciones atrás o hijos de inmigrantes, algunos recientes u otros de arraigo antiguo, expresen no solo su preferencia por un determinado candidato, sino mediante ella también un sueño, un modelo, un tipo de país.

Será, sin duda, la mejor celebración de la independencia de Venezuela que los ciudadanos acudamos a las urnas electorales, que las autoridades electorales sepan canalizar la expresión del pueblo venezolano y que las autoridades del país acepten y respeten la voluntad que se exprese libremente y en plenitud de derechos y de derecho ese día de las elecciones presidenciales.

No es, obviamente, el final de nada, sino el principio de muchas cosas y la continuación de otras, independientemente de los resultados soberanos de los votos, aunque tantos millones de migrantes estén imposibilitados de ejercer su derecho como venezolanos consagrado en la Constitución de la República. Será la continuidad de un gran proceso que se inició, en justa medida, con los primeros pobladores hace miles de años, cuando aún lo que hoy es Venezuela no hubiera sido llamada “Tierra de Gracia”. Se trata de una tierra, o unas tierras, que ha tenido y todavía también sigue teniendo muchas desgracias. Parte de esa continuidad es garantizar la convivencia de quienes tenemos ideas diferentes sobre cómo debe funcionar el país. No somos enemigos, sino hermanos con ideas distintas, adversarios en una justa electoral, portadores de ideas, propuestas y modelos diferentes, pero todo centrados en el bienestar de los venezolanos. Se debe iniciar también un tiempo de mayor comprensión y convergencia.

Celebremos, pues, el Día de la Independencia veintitrés jornadas después, el 28 de julio, manifestando que realmente tenemos una independencia de criterio y que, en virtud de ella, deseamos seguir construyendo un país independiente e inclusivo. Para unos, la palabra “libertad”, valor fundamental e irrenunciable para la democracia, representa su máxima aspiración. La libertad empero debe constituirse plenamente en igualdad e inclusión social. La libertad no será sostenible sin inclusión, derivada de la igualdad, pero también de la diferencia, como tampoco lo serán el bienestar, el progreso y el estado de derecho.

Votar con independencia y por la verdadera independencia es el gran reto de la celebración de la Independencia este 5 de julio. El 28 de julio debemos apostar por un país libre e inclusivo, un país para todos, un país que no tenga que perder tantos millones de personas, de talentos, de sueños, de esfuerzos por la emigración causada por la falta de condiciones necesarias para vivir y sobrevivir. Debemos apostar por un país diverso en lo sociocultural, en lo lingüístico, en lo identitario, pero también en lo ideológico. Celebremos la independencia siendo independientes, especialmente en el momento de emitir a plena conciencia el voto por Venezuela y no por una parcialidad.

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