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La revolución coprófaga 

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La ignorancia es atrevida y cuando es mezclada con idiotez termina siendo mortal. A falta de oposición decente o mediadores que no se tarifen ante un cachito y una malta, el único consuelo que va quedando es el tardío pero siempre bienvenido canibalismo de las revoluciones.

Ante noticias sobre la desnutrición generalizada, haciendo triste énfasis en la infantil, el encarcelamiento del corrupto billonario Tareck el Aissami termina siendo refrescante, sobre todo por las maneras, el escarnio al que ha sido sometido por sus camaradas. Para un tipo como él, eso resulta peor que muchas muertes. Pero el mensaje va mucho más allá y para el que no tenga los niveles de idiotez demasiado elevados tiene que resultar muy crudo saber que no importa la jerarquía que se tenga  dentro del cartel gobernante, el sistema comunista es tan voraz que puede devorar, con cualquier cambio de viento, hasta el más prolijo de sus hijos.

Para quien dude de lo impredecible e independiente del “sistema», solo debe recordar cómo terminó Hugo Chávez. En palabras de don Rómulo Gallegos: «Un toro ojeteado y nariceado, llevado al matadero por un burrito bellaco». Si no fuese un genocida, hasta lástima causara.

Si «la revolución» se merendó con papitas y refresco a Tareck, a Rodríguez Torres, al Pollo Carvajal, a Baduel, a Luisa Ortega, a Clíver y a tantos otros que fueron constructores y virreyes de la tiranía, qué podrá esperar uno de los generales que en su inútil servicio al comunismo tropero sólo ha sabido tapizar paredes con la cara de Chávez y Fidel.

En momentos de cordura, qué pensará algún integrante de la oficialidad desechable, uno que sienta estar tocando el cielo con las manos porque dejó el cuartel para trabajar en algún ministerio. Pobres cretinos de papel maché que piensan que por masturbar al cerdo, este no los morderá cuando tenga hambre.

El mismísimo Maduro, Diosdado o los Rodríguez saben que la revolución coprófaga en cualquier vaivén puede tragarlos; saben que la justicia internacional tarda o no llega, pero si lo hace no deja ni escombros. Sabe también, toda la cúpula, que hasta los camaradas y fieles súbditos, por miedo u oportunidad, pueden acabarlos o venderlos por kilo, copiando así el destino de Cómodo, Calígula o Caracalla.

El regocijo de los que soñamos con justicia, por los momentos, se alimenta de saberlos conscientes de su fin, así tarde este un mes, un año o una década, y saber que ese capítulo viene escrito por Tarantino.

«Queman las lágrimas más que el agua hirviendo, también se entristecen los verdugos. Los verdugos lo pasan muy mal de noche». Víctor Galich

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