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La materia de la que están hechos los afectos

Sobre “Lo irreparable” de Gabriel Payares

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“Mi estimado:

Me he leído tu Hotel con enorme gusto, con ese gusto por el fraseo largo y poroso que cultivas, sin estridencias ni apremios. Tienes una prosa, como dice Ednodio Quintero, elegante, pero yo agregaría pertinente, porque a mí la elegancia poco me importa (escribir elegantemente no hace mejor a la literatura) pero sí la pertinencia, lo bien asociada que puede estar o no la escritura con su propósito, con sus personajes, con sus atmósferas, y en ese sentido haces un muy buen trabajo, pues a tus personajes descolocados y casi pesimistas, con esa soledad trágica a cuestas, les calza muy bien ese tono reflexivo, de constante observación de sus propios pasos, con recuentos y vueltas, haciéndose cargo de las circunstancias que les toca vivir, o de su experiencia dramática, para usar un término de Sergio Chejfec”.

Este párrafo es parte de un correo electrónico que yo le envié a Gabriel Payares a propósito de la lectura de su segundo libro de cuentos, titulado Hotel. Pero yo a Gabriel lo conocí muchos de antes de eso. A Gabriel lo conocí en un avión.

Fue en el 2009. Me habían invitado a una bienal literaria en la hermosa ciudad de Mérida, Venezuela, y al ubicarme en el lugar que me correspondía, butaca al centro de una línea de tres, vi que estaba flanqueado por dos jóvenes escritores. Vale decir, por dos estupendos escritores (aunque yo todavía no lo sabía), que eran Gabriel Payares y Enza García. Apenas nos conocíamos de nombre, por Facebook, me imagino, jamás había hablado con ninguno de los dos. Pero lo cierto es que durante el breve viaje de Caracas al aeropuerto de El Vigía, no hicimos otra cosa que reírnos a carcajadas, o quizás no a carcajadas sino un poco sardónicamente, con esa ironía algo afectada que caracteriza a la gente que se está conociendo. No alcanzo a recordar de qué hablamos en ese viaje en avión, pero guardo una fotografía en la que nos vemos locuaces y felices.

Para ese entonces Gabriel ya había publicado su primer libro de cuentos, Cuando bajaron las aguas, que fue merecedor del concurso de autores inéditos de Monte Ávila Editores, esa maravillosa editorial venezolana que ahora volvió a caer en un insondable abismo. Días después, al leer algunos de los cuentos de ese libro, me encontré con una coincidencia: uno de esos cuentos tenía como escenario el gran deslave de Vargas, aquella apoteósica tragedia ocurrida en 1999, de la que todavía, pienso yo, queda mucho por reconstruir e imaginar. Por aquel entonces yo había publicado una novela cuyo escenario también era la tragedia de Vargas y sentí esa coincidencia como un signo auspicioso de nuestra amistad.

Pero había una tercera coincidencia: la extranjería. Gabriel es un sujeto de migraciones casi posnatales y latentes. Nació en el Londres de Margaret Thatcher, en el año de la Guerra de las Malvinas. ¡Vaya lugar y vaya momento para nacer! Pero muy pronto el pequeño Gabriel fue al encuentro de su verdadera tierra (o más bien, al encuentro de lo que luego sería su país portátil), y allí, en Venezuela, creció y se formó. Pero le quedó ese gusanito (que en realidad es como un chupacabras que llevamos algunos en la sangre) de la extranjería, la experiencia de las mudanzas y el extrañamiento, ese placer perverso que se siente al frotar nuestras espaldas contra las oficinas de migración. Y por eso, por querer ser otro en otra parte, quizás por darle una vuelta de tuerca a la identidad, Gabriel nos acompaña en esta ciudad al sur donde la angustia mide un metro ochenta, para decirlo con palabras de Roberto Arlt.

No es casual que haya hecho de Buenos Aires su centro de operaciones vitales y literarias. Desde hace varios años, antes de instalarse acá, ya venía coqueteando con viajes esporádicos y breves estadías que sirvieron para ir poco a poco inoculando sus cuentos con los paisajes de este país. Ya desde Hotel comienzan a verse esos registros en cuentos como “Sudestada”, “Réquiem en Buenos Aires”, o “Epílogo: Londres, 1982”. Y en este libro que presentamos hoy (o bautizamos como solemos decir fervorosamente en Venezuela), Lo irreparable, está esa marca en dos de sus cuentos. En “Lugares comunes”: “La idea al principio fue probar suerte en Buenos Aires, a donde se habían marchado montones de mis amigos” y en “Las ballenas”: “Tomamos un vuelo directo, de Caracas a Buenos Aires, con la sensación de estar dejando atrás los pedazos de algo”. En ambos cuentos los protagonistas son venezolanos que viajen al Sur y que interaccionan con la cultura argentina. “¿Sos colombiano, vos? ¿Cómo se dice allá? ¿Coger? ¿follar?”, dice un personaje en “Las ballenas”. El narrador no responde a esta última pregunta, pero nosotros podemos hacerlo aquí: se dice tirar.

La colección de los ocho cuentos que contiene este libro se pasean por temáticas diversas: “Para Elisa”, donde se refleja la violencia de los cuerpos de seguridad de Venezuela, concretamente de nuestra excelsa Guardia Nacional Bolivariana, que ha dejado al país sumergido en una nube de gases lacrimógenos cuando no en un profundo charco de sangre; “El extranjero (casi una road movie)”, donde vemos el amor, la muerte y de nuevo a los Guardias Nacionales; “Lugares comunes”, que proyecta el trío amoroso como una forma de la desdicha; “Los payasos”, quizá el único cuento en clave grotesca que tiene como escenario un ancianato; “Siguiendo a Lisboa”, especie de obsesión fatal en atmósfera de espejos deformantes; “La tregua”, una ficción paranoica y fantástica; “La pecera”, que explora el lado más complejo de la maternidad y “Las ballenas”, donde un hombre parece comunicarse mejor con los cetáceos que con su propia mujer.

A pesar de la diversidad temática, e incluso, a pesar de la diversidad de los narradores empleados: una mujer, un joven gay, un anciano, un publicista, todo el conjunto mantiene una feroz coherencia en su manera de decir, en su fraseo, en su prosa elástica y fluida, perfectamente controlada, que va describiendo sin prisas estados de ánimo y comportamientos, no desde el lugar del diagnóstico sino desde el lugar de lo acontecido.

Por eso las acciones de estos cuentos no suelen ocurrir en la textura de una trama (que la hay, sin duda, aunque su presencia no suela ser demasiado relevante), sino en la materia de la que están hechos los afectos, o para ser más precisos, la materia de la que están hechos los reproches, los remordimientos o las laberínticas y oscuras pasiones que nos acechan.

Los personajes de estos cuentos con frecuencia aparecen ante nuestros ojos como seres meditabundos y autorreflexivos, con una tendencia casi trágica a la introspección. Esto, que podría ser solo un rasgo de identidad, se convierte en una poética que surca el conjunto de esta obra. Sin embargo, los personajes no están solos, están permanentemente rodeados de otras personas y experimentan vínculos laborales, circunstanciales, afectivos, están sumergidos en las redes de la sociedad, e incluso parecen moverse en esas redes de forma no demasiado incómoda. Pero es su subjetividad la que está comprometida, y muy especialmente la subjetividad que está presente en los vínculos de pareja.

El amor probablemente es el tema más importante de este libro. Y en general las relaciones, cómo nos amamos u odiamos o nos comportamos ante la muerte de un ser querido, de qué manera ejercemos como hijos o padres, cómo actuamos ante situaciones límites frente a nuestros amores, y por lo tanto qué son esos amores, de qué materia están hechos. “Cuando se ha estado tanto tiempo con alguien” –dice en “El extranjero (casi una road movie)”– “se confunde lo propio con lo ajeno, lo que se quiere con lo que se siente o se desea”. Y más adelante concluye: “Pero tal vez amar sea una forma de memoria, como la calistenia del trapecista antes de danzar sobre el vacío: algo que hacemos para repetirnos, para no olvidar cómo se hace, si es que alguna vez supimos hacerlo”.

“Querido Gabriel (y con este mail que todavía no he enviado concluyo mi lectura):

Me he leído Lo irreparable y me ha parecido, pienso yo, tu mejor libro hasta ahora. Y lo digo por lo siguiente: has llevado tu proyecto lírico (e insisto en esta palabra) a un nivel todavía más audaz, o en todo caso más complejo. Sospecho que para vos (o para ti, como prefieras) la trama o la anécdota es algo parecido a los endecasílabos para un poeta moderno, una especie de traje demasiado ajustado. Lo tuyo son los personajes, el vértigo de la existencia y no las calculadas estructuras arquitectónicas de lo anecdótico. Quizás por eso no hay evolución, al menos aparente, en esos personajes, no te riges por esa máxima de escritores de guión en la que debemos ensayar el camino del héroe. Tus personajes no son héroes, ni antihéroes: están allí, al desnudo, tal como son, irreparablemente ellos, sin que haya giros imprevistos o trucos de mago de salón que les ofrezca ni una redención ni un castigo. Y esto te lo agradezco, porque habla de una escritura honesta. Te advierto que recomendaré tu libro a quien se atraviese”.

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Palabras de presentación del libro pronunciadas el año pasado, el 20 de abril, en Dain Usina Cultura.

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