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¿Arando en el mar?

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Con creciente preocupación constatamos que las discusiones en el seno de las organizaciones opositoras no están en sintonía con las expectativas y temores de un importante y numeroso segmento de la población venezolana, que percibe que la coyuntura por la que transita la nación tiene graves connotaciones y abre una serie de interrogantes y diversos escenarios sobre la suerte inmediata del país.

La dirigencia opositora no termina de elaborar directrices concretas para el común de la gente sobre las opciones de acción política que en forma inmediata tiene que asumir la oposición para tratar de generar el cambio político que el país reclama y necesita; tampoco aprovecha las recientes circunstancias favorables que nos ha proporcionado la coyuntura política. Se consume mucho tiempo en discusiones internas que generan malestar y división en el seno dirigente del movimiento opositor y gran escepticismo y dudas crecientes en la mayoría de los ciudadanos que rechazan al régimen.

Para dar una adecuada respuesta a las expectativas de la disidencia, hay que tener muy claro varios aspectos: en primer término, recordar la enorme responsabilidad que tienen las organizaciones políticas de reconectarse con una sociedad que perdió la fe en la capacidad conductora de ellas.

Segundo, que sin una adecuada concertación con la sociedad civil en cuanto al proyecto nacional de rescate de Venezuela, es menester que las estrategias de acción sean coordinadas, que tengan objetivos alcanzables y una clara comprensión de la importancia que tiene la acción unitaria; no hay posibilidades reales de crear una mayoría decisiva, que incluya también a los disidentes no militantes y chavistas descontentos, sin cuya participación no sería posible derrotar política y electoralmente a la dictadura.

Tercero, se debe entender que el país atraviesa por graves circunstancias y que es difícil prever con exactitud su evolución y desenlace; por tanto, la disposición al diálogo, el mantenimiento de la unidad y la visión democrática es fundamental para prevenir el caos y la violencia ante los desafíos que tenemos por delante. Igualmente, con seriedad y responsabilidad hay que mantener y ganar espacios estratégicos para la oposición que rompan la hegemonía política del régimen más corrupto e ineficiente que ha tenido el país, y le obliguen a respetar la Constitución y las leyes.

Cuarto, el país debe conocer cabalmente la debilidad, por no decir la inexistencia, de la fuerza institucional del Estado para conducir y garantizar un ordenado y pacífico proceso de relevo del presidente. Nuestra plena participación es lo único que podría evitar la anarquía y la aparición de apetitos voraces que procedan a enturbiar una eventual sucesión de poder y atentar contra la democracia y contra la posibilidad real de la oposición de hacer que los destinos de Venezuela sean conducidos por otras manos. La participación es el mejor antídoto para controlar los efectos negativos de las argucias y trampas que pudieran desarrollar los aventureros que nunca faltan en estas circunstancias.  

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