En los últimos años del siglo XX se llegó a pensar que la Guerra Fría, que durante más de medio siglo arropó al mundo, estaba llegando a su fin. La caída del muro de Berlín y sobre todo la autodisolución de la Unión Soviética a fines de 1991 daban pie para suponer que el sistema capitalista liberal lograba imponerse sobre el comunismo que desde 1917 había conseguido ser gobierno en amplias áreas del planeta, especialmente después de la culminación de la Segunda Guerra Mundial. China –al proclamarse comunista– también había abrazado un sistema autoritario aunque económicamente menos ortodoxo. Importantes libros de la época, como El fin de la Historia, de Francis Fukuyama, afirmaban esa percepción. Se suponía que el triunfo del modelo liberal podría venir acompañado de las libertades propias de la vida política de Occidente. No ocurrió así.
La desintegración de Rusia, el retiro de sus tropas y el cese de su asfixiante control sobre Europa Oriental demostró que, aun cuando pudieran introducirse importantes cambios en el modelo económico, ello no necesariamente se tradujo en la adopción automática de reglas democráticas, siendo justamente Rusia el ejemplo más evidente de un modelo político autoritario gestionando un sistema económico relativamente liberal. Sin embargo, la superioridad económica y militar de Estados Unidos y de Occidente, en general, logró que por algunos años se mantuviera a Rusia & Cía en términos de minusvalía.
Como era de suponer, tal situación se mantuvo hasta que Rusia –y también China– consiguieron un grado de desarrollo que les permitió salir de su papel de segundones para pasar a ser actores en la escena económica y militar del mundo de estas primeras décadas del siglo XXI. Los resultados están a la vista: Rusia, convertida en un jugador que disputa zonas de influencia (Siria, Ucrania, África y hasta América Latina); China, haciendo lo propio en aguas del mar del Sur reclamando jurisdicción sobre amplios espacios, etc.
En este tablero del ajedrez mundial no faltan los peones de uno y otro lado que se utilizan y sacrifican según la conveniencia exclusiva de las piezas principales. Eso es la Venezuela de hoy, mientras sus dirigentes creen o al menos proclaman su condición de “aliados estratégicos” de Rusia y China, y en esa creencia se comportaron durante lustros como guapos de la región hasta que se acabó la cabuya que nos trajo hasta estos extremos.
Al mismo tiempo, y para complicar las cosas, en Estados Unidos ha conseguido imponerse una corriente que privilegia el aislamiento por encima del entendimiento de tal suerte que han cobrado impulso los desencuentros con los aliados naturales tanto económicos como militares, el “bullying” en las negociaciones internacionales (Nafta, calentamiento global, Alianza Transpacífica, Nato, guerra tarifaria, etc.).
Lo lamentable es que desde el punto de vista geográfico, estratégico, comercial y hasta político Venezuela va quedando como el último vestigio de atraso y aislamiento en una región que ha abrazado un camino que –por los números– parece ir avanzando mientras nosotros vamos retrocediendo. Es cierto que aún mantenemos algunos aliados en el Alba, como Nicaragua, Cuba y Bolivia, además de algunas islas/Estados cuya viabilidad es discutible. De ellos los primeros dos (Nicaragua y Cuba) están en terapia intensiva, mientras que Bolivia logra algunos avances gracias a que los administradores de sus recursos gestionan bien su riqueza, aun cuando los portavoces de la política vociferan las estupideces más insólitas. No sería superfluo sugerir al procerato revolucionario mirar las estadísticas de crecimiento de los vecinos de la región y reflexionar si no será que estamos quedando del lado desfavorecido de la historia que, de paso, sirve a los demás (Guyana) para dar los zarpazos oportunistas que han venido esperando por décadas.
Es ahora justamente cuando en brevísimo plazo un panel arbitral (Cámara de Comercio Internacional) acaba de emitir un laudo condenando a Venezuela a pagar a una empresa petrolera transnacional (Conoco-Phillips) una suma imposible de cancelar en las actuales circunstancias; es ahora cuando un tribunal estadounidense (al cual él mismo acudió como demandante) ha desestimado una demanda por difamación presentada por el señor Cabello; es ahora cuando las únicas exportaciones petroleras que generan caja en efectivo están en pico de zamuro; es ahora cuando están en riesgo grave las acciones de Citgo dadas en garantía a acreedores con los que no se ha podido cumplir. En definitiva, es ahora cuando en este rebrote de la Guerra Fría nos vamos a colocar del lado que no es.
Mientras tanto –y hasta que haya un cambio de modelo– el que paga los platos rotos es el pueblo, a quien también se engaña sin rubor alguno.
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