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El futuro no está escrito

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inteligencia artificial

 Pixabay

Ningún político o periodista, ni en Rusia ni en Europa, fue capaz de prever la destrucción del Muro de Berlín en noviembre de 1989. Este es, sin duda, el ejemplo reciente más conocido de la imposibilidad de predecir los acontecimientos históricos que cambiarán el mundo. Esta incapacidad de predicción ha sido explicada y teorizada por varios filósofos liberales. El británico Karl Popper nos desaconsejaba predecir el futuro, ya que este, por definición, no existe. ¿Cómo podemos predecir algo que no existe? En el ámbito de la economía, Friedrich Hayek condenaba todas las formas de planificación estatal porque, en su opinión, están abocadas al error. La economía obedece a tantas variables que nadie es capaz de controlarlos, y por consiguiente, nadie es capaz de prever el orden futuro.

Independientemente de los ejemplos concretos y las teorías abstractas, en los medios de comunicación, pronosticar el futuro a principios de año sigue siendo una moda, si no un imperativo. No conozco un solo periódico en el mundo que se abstenga de decirnos cómo será 2024. Tal vez, con la ayuda del azar, una o dos hipótesis se verán confirmadas, no porque fueran científicas, sino porque la suerte golpea donde quiere. Como en el casino.

En mi defensa, aun a riesgo de contradecirme, una vez en mi vida no pude resistirme a la moda de las predicciones, y acerté. En 2017, con motivo de la conmemoración del centenario de la mal llamada gripe española de 1908, me aventuré a pronosticar una nueva epidemia propagada por un virus respiratorio. El mundo se vio azotado por el Covid. En aquel entonces me preguntaron cómo podía saberlo de antemano. Evidentemente, no lo sabía. Pero escucho a los que saben, y de manera particular en el ámbito de la ciencia. Ahí es donde convendría introducir en el campo de la previsión una distinción esencial entre lo que es científico y lo que no lo es. La política y la historia obedecen a leyes no escritas e imprevisibles, y en consecuencia, ingobernables e incontrolables. La ciencia, en cambio, se ciñe a métodos controlados y controlables. Los investigadores no siempre encuentran lo que buscan, pero saben lo que buscan, y utilizan instrumentos conocidos. Por eso la ciencia avanza y la política, no; solo se repite. Al ya citado Popper le gustaba decir que la noción de progreso debería reservarse a la ciencia. Únicamente la ciencia progresa; el progreso es científico o no lo es. El arte, al contrario, nunca progresa.

Apoyándome en este método, que considero correcto, puedo aventurarme a realizar algunas predicciones para el próximo año. Mientras que la mayoría de los analistas predicen guerras, paz y convulsiones en la vida pública, yo voy a ceñirme a las aventuras científicas razonablemente previsibles. Para 2024, se me ocurren tres discernibles en el mundo de la investigación, que ya son objeto de patentes y cuya aplicación concreta es probable que veamos. La primera se refiere a la energía, su producción y su impacto en el clima, entre otras cosas. A fuerza de buscar energías no contaminantes, las hemos encontrado. En California y Canadá, pero también en China, el futuro está en las microcentrales nucleares. Centenares de empresas se disputan este mercado futuro. Una microcentral podrá abastecer a una ciudad sin necesitar las enormes infraestructuras y la protección casi militar que hoy definen a las centrales gigantescas y las limitan a unos pocos países grandes. Estas microcentrales no resolverán el problema de la eliminación de los residuos nucleares, pero podremos adaptarnos, habida cuenta de todas las demás ventajas: disminución de la inversión, de los costes de gestión y de la contaminación.

Un segundo avance científico que ya se vislumbra en el horizonte es, cómo no, la inteligencia artificial. El año 2024 será el que transformará radicalmente el mercado laboral. Mientras que las anteriores revoluciones industriales e informáticas afectaron sobre todo a la producción industrial, la inteligencia artificial cambiará el mundo administrativo y burocrático. Prácticamente hará que desaparezca y exigirá reclasificaciones sociales para las que hoy no estamos en absoluto preparados.

Yo apostaría por una tercera innovación científica, aunque quizá me equivoque por unos meses: el descubrimiento de una nueva vacuna para inmunizarnos contra todas las enfermedades respiratorias víricas. Como vimos con el Covid, estas constituyen la principal amenaza para la salud global de la humanidad. Desde la aparición del Covid, los laboratorios, sobre todo estadounidenses y alemanes, se han volcado de lleno en la búsqueda de una vacuna universal. Cualquier día de estos, lo conseguirán.

Si yo fuera totalmente razonable, me detendría aquí. Pero ¿quién es totalmente razonable? Nadie puede evitar preguntarse por las guerras en Ucrania y en Gaza. Aquí entro en el terreno no de la predicción, sino de la apuesta calculada, incluso de la esperanza. Así que apuesto a que rusos y ucranianos, agotados por su absurda lucha, admitirán que ninguno de los dos puede ganar. Cada uno declarará la victoria y entablará negociaciones. Los ucranianos podrán decir que han ganado porque han creado un Estado independiente, democrático y candidato a ingresar en la Unión Europea. Los rusos también podrán decir que han ganado, porque al final de las negociaciones obtendrán sin duda algunas concesiones territoriales, en Crimea, sin duda, y probablemente en el Donbás. Cada bando se proclamará vencedor; la victoria será amarga para los dos bandos, pero al menos dejarán de matarse unos a otros. En Gaza, apuesto por el éxito militar de Israel, que el Estado hebreo deberá equilibrar con algunas concesiones a las demandas de los palestinos. Gaza y Cisjordania se reunificarán bajo una autoridad única, probablemente con la protección de una fuerza militar conjunta de Arabia Saudí y Egipto. También en este caso, los que han perdido podrán decir que han ganado. Proclamarse vencedor es la mejor manera de concluir un conflicto, más decisiva que vencer realmente. Henry Kissinger, para poner fin a la guerra de Vietnam, proclamó: «Digamos que hemos ganado y vayámonos de aquí a toda prisa».

¿Lo dejamos aquí? No hay un solo medio de comunicación que no se pregunte por las próximas elecciones estadounidenses y por una probable victoria de Trump. Yo no le daría especial importancia. Recordemos que Trump, cuando era presidente, se contentaba con serlo: su temperamento le llevaba a hablar alto, pero después no hacía nada en absoluto. Es imposible recordar una sola decisión tomada por Trump durante su mandato inicial, y eso es porque no tomó ninguna. Un Trump reelegido seguirá siendo Trump: fanfarrón e inútil.

Por último, solo por diversión, una predicción que se confirmará a buen seguro: Putin ganará las elecciones presidenciales en Rusia. ¿Por qué demonios sienten los dictadores la necesidad de presentarse a las elecciones? Sin duda, para hacerse la ilusión de que controlan el futuro. Son los únicos que realmente creen que es posible.

Artículo publicado en el diario ABC de España

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