En la semana que termina la Organización de Estados Americanos convocó y llevó a cabo la enésima sesión de su Consejo Permanente en la que el tema de la agenda era, una vez más, la situación de Venezuela pese a la cantinela de la soberanía, la injerencia, etc. del gobierno “bolivariano” y los escasos aliados que aún le quedan.
No se trataba de votar ninguna resolución ni acordar sanciones, sino tan solo de escuchar unos informes técnicos en los que se daba cuenta de las deplorables condiciones en las que está sumida Venezuela y su pueblo. La reunión había sido convocada por el presidente de turno del Consejo Permanente, a la sazón el representante de Colombia, y la convocatoria respondía al pedido de doce países que llevan tiempo preocupados por el deterioro y virtual desaparición de la democracia en Venezuela (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Costa Rica, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú), que más o menos coinciden con quienes componen el Grupo de Lima, que ha venido siendo muy crítico de la gestión de Maduro.
Cierto es que esos doce dan cuenta de 90% de la población del continente, de su superficie y de su producto territorial bruto. Sin embargo, en la OEA los miembros se cuentan “un país un voto”, basado en el principio de la igualdad jurídica de los Estados. Como la organización se compone de 34 miembros, vemos que a pesar del peso específico de los convocantes distan mucho de ser una mayoría estatutaria. Eso ha pasado una y otra vez en la OEA, de tal suerte que no se ha podido nunca pasar una resolución condenatoria toda vez que casi todos los Estados del Caribe, en dependencia y sumisión clientelar de Caracas, votan en contra o no acuden para formar quórum o Uruguay, que se cuadra según sople el viento. Agréguese la solidaridad ideológica comunistoide de Cuba, Nicaragua y Bolivia, más la evolucionante postura de Ecuador, más la solidaridad entre delincuentes representada por Surinam (el hijo del presidente Bouterse está preso en Estados Unidos por tráfico de drogas), para entender que la “diplomacia” chavista (pese a que la expresión es una contradictio in terminis) rinde sus dividendos al conseguir neutralizar cualquier posible sanción que pudiera aplicar la organización regional tal como lo hizo antaño expulsando a Cuba a petición de la misma Venezuela, que hoy se comporta como peón subordinado a los intereses de La Habana.
Lo anterior es justamente el panorama que hace que el prestigio de la organización continental –y por tanto su influencia– haya descendido de tal forma que todo el sistema sea percibido como inútil o superfluo.
Agréguese la actitud de malandro de barrio que suele exhibir el representante venezolano (en este caso el también embajador ante la ONU, Samuel Moncada, cuyo verbo avergüenza) para concluir que un foro que debe ser de respeto y jerarquía se ha convertido en una gallera en la que el excremento se reparte en forma onmidireccional, ensuciando de manera indiscriminada según como lo percibe el público en general.
En el interín los venezolanos venimos viendo reacciones diferentes provenientes de los países que acogen a nuestros compatriotas, que al llegar en números exorbitantes naturalmente causan desequilibrios en las latitudes fronterizas, en cuyas jurisdicciones locales se vive con dramatismo una situación que no se perciben líneas o que hasta colide con la política exterior general de esos países. Así, por ejemplo, en Cúcuta hay fricciones y tensiones mientras que desde Bogotá se promueve una actitud tolerante y comprensiva. En Boa Vista también se viven momentos difíciles y desde Brasilia se procura ser amplio y tolerante. Quien se ha portado cochinamente es el gobierno de Trinidad, que en forma sumaria y sin recurso alguno ha devuelto a los refugiados indefensos. Lo contrario es el caso de Perú, Chile o Argentina y en menor medida Ecuador, que han asumido la emergencia con genuino espíritu de solidaridad. No podía ser menos siendo que Venezuela en su momento acogió a todos cuantos en épocas críticas golpeamos a sus puertas, incluyendo a quien esto escribe.
En todo caso es evidente que el expediente se va construyendo paso a paso. A menor velocidad que la que los demócratas desearíamos, pero sin pausa. Veamos cómo nos percibían y trataban hace cinco o tres años y cómo el mundo entero nos apoya hoy. El dicho español afirma que “en palacio las cosas marchan despacio”, lo que equivale a aconsejar paciencia aunque ello luzca egoísta o ilusorio.
Por último, es necesario situarnos en la perspectiva del clima político y los conflictos globales. Estados Unidos enfrenta serios diferendos con potencias nucleares que le son adversas (Corea del Norte e Irán), el tema de los refugiados es central en todas las elecciones europeas y de otras latitudes. Europa necesita acomodarse ante un gigante poco amistoso que lo presiona por el oriente (Rusia), que además alberga los depósitos de gas que calientan los inviernos europeos y los usa de manera extorsiva. China acumula reservas en bonos del Tesoro de Estados Unidos en magnitud suficiente como para constituirse en árbitro del valor del dólar, Rusia enfrenta tensiones internas con minorías disconformes y pare usted de contar. Por eso, debemos ser conscientes de que nuestro duro y lamentable drama no es la preocupación mayor del planeta y, por tanto, debemos plantear soluciones entre nosotros mismos. Ello requiere grandeza. Por el momento no se ve en nuestro panorama político nacional
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