Ana es profesora de secundaria, pero de poco le sirvió la cercanía que tiene con los alumnos adolescentes cuando su propio hijo entró en esta etapa de la vida.
El uso intensivo de las pantallas y las preguntas propias de esta franja etaria han hecho muy difícil la convivencia de madre e hijo, que ahora tiene 14 años.
«Lo veo muy apegado a los juegos y poco sociable, y eso me molesta mucho», le dice la mujer (que prefiere omitir su apellido) a BBC Brasil. Diagnosticada con depresión años antes, Ana ha visto cómo su salud mental y la del hijo, así como su relación, se deterioran desde que él se convirtió en adolescente.
«Dejé de tener el papel de la madre que juega. Pasé de tener un hijo presente y cariñoso a tener uno que se aísla y se rebela. Tener los límites a prueba todo el tiempo es muy agotador», explica esta mujer divorciada.
Ana asegura que no tiene con quien compartir o desahogar su angustia. Lo difícil, dice, es sentir que «dejas de ser alguien que tiene alguna prioridad en la vida de él para quedar fuera de escena, sirviendo solo para pagar las cuentas».
Los cambios sociales y hormonales propios de la adolescencia, sumados al aislamiento por la pandemia de covid-19 y los efectos de las redes sociales, han ampliado las discusiones sobre la depresión y la ansiedad en los adolescentes en los últimos años.
Pero el debate suele pasar por alto un punto crucial: los problemas de salud mental que también afectan a los padres y madres de estos jóvenes. Además, cómo se interconecta la salud mental de ambos (padres y adolescentes).
«Historia ignorada»
En diciembre de 2022, dos encuestas estadounidenses realizadas por la Universidad de Harvard, una con adolescentes y otra con padres y tutores, identificaron que los dos grupos sufren tasas similares de problemas de salud mental.
Mientras que el 18% de los adolescentes dijeron que sufrían de ansiedad, lo mismo ocurrió con el 20% de las madres y el 15% de los padres.
La depresión afectó al 15% de los adolescentes y, al mismo tiempo, al 16% de las madres y al 10% de los padres.
Esto no quiere decir que hayan vivido momentos de tristeza, que es un sentimiento normal, sino que tenían «poco interés o placer en sus actividades» y se sentían «mal, deprimidos o sin esperanza» más de la mitad del tiempo, es decir, en niveles considerados alarmantes por los expertos.
Otro dato preocupante: la investigación estima que un tercio de los adolescentes estadounidenses tienen al menos un padre que sufre de ansiedad o depresión. Y el 40% dijo que estaba preocupado por el estado mental de sus padres.
«Queda en gran parte sin contar la historia de aquellos que suelen ser centrales en la vida de los adolescentes: sus padres y cuidadores. La salud emocional de los padres y los adolescentes está profundamente entrelazada (…). Sería tan correcto hacer sonar las alarmas sobre la salud mental de los padres como sobre la de los adolescentes», dice el estudio, parte del proyecto Making Caring Common (MCC) de la Facultad de Educación de Harvard.
«Los padres y los adolescentes deprimidos o ansiosos pueden enardecer y herirse mutuamente de muchas maneras. Y nuestros datos indican que los adolescentes deprimidos tienen una probabilidad cinco veces mayor que los adolescentes no deprimidos de tener un padre deprimido», agrega el informe.
«Eres tan feliz como tu hijo menos feliz»
¿Cuál es el punto de partida de estos problemas de salud mental que retroalimentan a dos generaciones?
La depresión puede comenzar tanto en los padres como en los adolescentes, le dice a la BBC Richard Weissbourd, director del MCC y coautor de la investigación.
«Va en ambos sentidos. Existe esa expresión que dice ‘eres tan feliz como tu hijo menos feliz’. Y tener un adolescente deprimido o muy ansioso a menudo es estresante y contribuye a la ansiedad y la depresión», explica.
«Pero si eres un adolescente que vive con un padre deprimido, retraído, crítico y enojado (hay padres que manejan bien su depresión, pero hay otros que no), es posible que sientas que tus padres no te quieren y están decepcionados de ti. Y realmente afecta la autoestima, porque piensas que los estados de ánimo de tus padres son culpa tuya«.
Además, en una edad en la que los adolescentes buscan naturalmente su propio espacio y autonomía, desafiando los límites, los padres tienden naturalmente a sentirse más desconectados -y preocupados- por sus hijos, aunque sin saber a quién acudir.
Es una de las razones por las que los padres de este grupo etario se encuentran entre los más vulnerables a los problemas de salud mental.
«Muchos padres sufren porque se sienten solos. Han recibido muy poca atención (desde las políticas públicas). Realmente creo que están siendo descuidados», dice Weissbourd, y señala que estos padres se vienen deprimiendo con mayor intensidad desde antes de la pandemia de covid-19.
«Salud mental frágil»
Esta realidad no se registra solamente en Estados Unidos, sino que se ve también en América Latina.
Por ejemplo, los brasileños de entre 16 y 24 años se encuentran entre los más afectados por problemas como baja autoestima, falta de interés en las actividades cotidianas y conflictos familiares, según una encuesta reciente denominada Panorama da Saúde Mental, del Instituto Cactus.
En 2021, una investigación de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (Fmusp) ya había identificado que el 36% de los jóvenes presentaban signos de depresión o ansiedad.
Si bien fue un retrato de un período particularmente difícil de estrés y aislamiento durante la pandemia, corroboró la existencia de un problema más amplio.
«La salud mental de la población en general es muy frágil», dice Guilherme Polanczyk, del Instituto de Psiquiatría del Hospital de Clínicas de la Fmusp.
Las razones detrás de este cuadro son complejas, pero incluyen, en Brasil, un contexto de mayores sentimientos de soledad y violencia en la vida urbana, así como de vulnerabilidad socioeconómica en gran parte de la población.
«En el Instituto de Psiquiatría atendemos a personas de escasos recursos y vemos situaciones en las que la familia no sabe si habrá alimentos para la próxima comida. Entonces, en este contexto de enorme estrés, de violencia, es muy difícil decir ‘siéntate con tu hijo y háblale, esto mejorará su salud mental'», señala Polanczyk.
Incluso en circunstancias menos extremas, los adolescentes tienden a distanciarse de sus padres en esta etapa, con el agravante, en los tiempos actuales, de la conexión de los jóvenes con los dispositivos electrónicos y las redes sociales.
Este es el principal desafío que enfrenta Ana, cuyo testimonio abrió este artículo.
«Sé que la adolescencia es una etapa natural, todos pasamos por nuestros desencuentros con nuestros padres y tratamos de construir nuestros espacios. Esa parte incluso la entiendo. Pero la parte tecnológica ha sido muy difícil de controlar», admite.
«Nuestra generación no tenía esa necesidad de estar en contacto constante con los juegos, las computadoras. Si le pido a mi hijo que lave los platos, pronto dice que se cansa y quiere hablar con sus amigos por el celular. Cualquier actividad solo es interesante si tiene la estimulación constante de un video de TikTok», lamenta.
Testimonios similares abundan entre los más de 10.000 participantes en el grupo de Facebook «Madres de Adolescentes y Preadolescentes». Muchos se quejan de la sensación de haber perdido la conexión con los hijos que, hasta hace unos años, eran niños cercanos y afectuosos.
Rosângela Casseano, que es madre y psicóloga, creó el grupo en Facebook cuando su propio hijo se convirtió en preadolescente. Sintió que había pocos espacios para que las madres se desahogaran y pidieran consejo sin sentirse juzgadas y culpabilizadas.
«Es muy cierto que existe esta sensación de aislamiento. Las madres tienen miedo de contar lo que están pasando con sus hijos adolescentes porque no quieren escuchar críticas de que ‘no supieron educar’«, dice Casseano.
Pero la psicóloga piensa que, en lo que respecta a la relación entre madres e hijos, las tensiones actuales son similares a las de generaciones anteriores.
«Eso de los jóvenes buscando su espacio siempre ha pasado. Lo nuevo ahora es el instrumento (internet y las pantallas). Este distanciamiento es parte del desarrollo del adolescente. Pero los padres tienen mucho miedo de ver a sus hijos en la computadora, sin interactuar con la familia», agrega.
Uno ayuda al otro
A pesar de todo esto, los expertos dicen que hay mucho que padres e hijos pueden hacer para ayudarse mutuamente a salir del ciclo nocivo de la salud mental.
Y el primer paso, dice Weissbourd, es hablar, algo crucial, aunque no siempre fácil.
Pero puede sorprender a los padres saber que los propios adolescentes quieren ser escuchados.
De los jóvenes participantes en la encuesta de Harvard, el 40% dijo que espera que sus padres «pregunten más sobre cómo les va, y realmente los escuchen».
Incluso si los padres están experimentando depresión y ansiedad, «ayuda mucho cuando pueden compartir esos sentimientos con sus hijos y decir ‘no es tu culpa'», explica el investigador de Harvard.
«Y los adolescentes de hoy son mucho más conscientes, tienen un vocabulario psicológico más amplio que en cualquier otro momento de la historia y no sienten tanto el estigma que rodeaba a la salud mental», añade.
«Hay estudios que demuestran que hacer una comida al día en familia ya mejora los síntomas depresivos. (Pero) una comida sin dispositivos tecnológicos, en la que los padres pueden hablar con sus hijos», destaca Polanczyk.
«Me gusta proponer a las madres que pasen tiempo con sus hijos. Y no tiene que ser un viaje a Disney; ni siquiera un fin de semana completo. Puede ser un paseo, una ida a la panadería, algo que te da tiempo de calidad, de escucha, de cariño», dice Casseano.
Otros temas cruciales son, según los expertos, cuidar el sueño -cuyo déficit está fuertemente asociado a problemas de salud mental, especialmente entre los adolescentes- y cultivar hábitos en la familia.
«Los padres pueden ayudar a sus hijos con la ansiedad y la depresión involucrándolos en actividades centradas en sí mismos o en otros, vinculadas a principios y objetivos más grandes que ellos mismos, algo que es una rica fuente de significado y propósito», dice el informe de Harvard.
Y, por supuesto, la ayuda médica puede ser fundamental si persisten los signos de depresión y ansiedad.
«A menudo, esto se resuelve con asesoramiento (profesional), psicoterapia grupal y, finalmente, con un tratamiento farmacológico ocasional. Cuando (el trastorno) se identifica temprano, es absolutamente tratable y la gente vive muy bien», dice Polanczyk.
Componente genético e infancia respetuosa
También hay otros dos factores importantes a los que prestar atención, según los expertos.
El primero es que existe un componente genético en los trastornos mentales. Ese es uno de los mecanismos a través de los cuales la ansiedad y la depresión afectan al mismo tiempo a padres e hijos, destaca el psiquiatra de la USP.
Este factor genético, por cierto, hizo temblar a la fotógrafa Andreia (pidió no divulgar su apellido) cuando su hijo mayor, entonces de 15 años, le dijo que «no tenía ganas de vivir, no era feliz y no quería defraudarla».
Lo que más le preocupaba era que una década antes, el padre del niño se había hundido en la depresión y se había suicidado.
«Tenía mucho miedo de perder a mi hijo de la misma manera», dice.
Si bien la experiencia traumática marcó profundamente a todos, hizo que la familia tomara conciencia de la importancia de prestar atención a los signos de depresión en los demás.
El hijo de Andreia se sometió a terapia -por segunda vez, ya que había sido tratado después de la muerte de su padre- y hoy está bien.
En segundo lugar, otro factor importante destacado por los expertos es mantener una relación respetuosa y no violenta con los niños desde la infancia. Todo lo que experimente en sus primeros años servirá de base para su futura salud mental, tanto en la adolescencia como en la vida adulta.
«Las experiencias de la infancia marcan la diferencia: influyen en cómo se desarrolla el cerebro y cómo, desde un punto de vista emocional, se desarrollará ese individuo», dice Polanczyk. «Las situaciones de maltrato físico y emocional generan un gran estrés, que de hecho conduce a trastornos mentales».
Weissbourd, de Harvard, recuerda que la adolescencia es una etapa turbulenta, pero también enriquecedora.
«Aquí en Estados Unidos, la gente tiende a tener miedo, a ser tan negativa con los adolescentes, como si fueran criaturas de otra tribu, pero creo que hay tantas cosas interesantes sobre ellos», dice el investigador.
«Gran parte de la ira, la frustración y la tristeza que expresan es una respuesta adecuada a las cosas difíciles de la vida y del mundo. Y los adolescentes de hoy son muy conscientes de lo que está pasando en el mundo, y muchos están bastante comprometidos moralmente, incorporan las causas con mucha pasión.
«Nos cuestionan y critican, lo cual es muy difícil, pero también bueno en muchos sentidos. Así que también hay muchas cosas emocionantes sobre criar a un adolescente», concluye.
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