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El sacerdote jesuita

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Por WILFREDO GONZÁLEZ S. J.

Las relaciones concretas

La Compañía de Jesús fue su opción para vivir el seguimiento de Jesús de Nazareth consagrado al servicio de los demás en la Iglesia venezolana. Este fue el centro de la vida del padre Joseíto. Siempre delante de Dios para echar su suerte con los pobres de la tierra.

El diminutivo, de origen familiar, que le acompañó a todas partes se debe a su trato llano y horizontal. Así fue con la gente sencilla de los ambientes populares, como con quienes lo conocieron en su etapa de Magisterio en Maracaibo, igual con los colaboradores de la revista Sic del Centro Gumilla y con toda la comunidad universitaria de la UCAB. Pero el padre Joseíto lo fue mucho más que en cualquier lugar en la quebrada de Catuche, justo donde nació la idea del Consorcio Social Catuche (1993) como concreción de la articulación de profesionales, religiosos y vecinos en torno al proyecto de rehabilitación de barrios y, donde tras el deslave de Vargas en 1999, se juntaron de diversos sectores para ayudar a los afectados. A lo largo de estos años y atravesando por situaciones muy adversas se mostraron, de una manera muy positiva, las grandes potencialidades del encuentro entre gente de procedencias muy distintas y de diversas trayectorias en torno a un proyecto común: la rehabilitación de la Quebrada de Catuche. En este tejido de relaciones se cultivó una relación que fue pasando del cura, al padre, al profesor, al amigo y, finalmente, al hermano mayor Joseíto. Así lo llamó siempre la gente popular a la que se entregó con alma, vida y corazón. El padre Joseíto trabajó sin descanso por la gente del sector hasta que retornó a los brazos del Dios de la Ternura y la Misericordia.

Leer, predicar y confesar

Estas son tres prácticas fundamentales en la vida de un jesuita que Joseíto supo cumplir de manera excelente como a un buen religioso corresponde.

En primer lugar, cuando se dice leer no se trata solo de la idea que se tiene de un lector habitual, de alguien que lee placentera o profesionalmente, bien sea investigaciones, periódicos, libros o novelas. Tiene que ver con desarrollar la capacidad de interpretar la realidad con honestidad. Esto es hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad, sabiendo que en ello se compromete la persona que quiere comprender, no solo lo que sucede en la actualidad social, política o cultural, sino sus antecedentes y sus posibles consecuencias. De este modo, la lectura va inmediatamente relacionada con el discernimiento y la toma de decisiones. Se trata de llegar a captar la verdad y llegar a responder a la realidad, no sólo como superación de la ignorancia y de la indolencia sino frente y contra la casi natural propensión de someter la verdad y dar sutiles rodeos racionales ante la realidad. Esto no es solo un sentimiento empático por los más necesitados, sino que incluye la acción para aliviar el sufrimiento del otro y el riesgo de compartir su destino. De este modo se pasa de la urgencia asistencial, por ejemplo, causada por el deslave de 1999, a la necesidad de construir un dispensario y buscar financiamiento para su mantenimiento. En este dinamismo Joseíto descubrió la “gracia”, es decir, a él también lo cargaba la gente dándole motivos de esperanza cuando se sentía flaquear. Una “gracia” que no resulta fácil de sentir si no se emprende este largo camino de aproximación a la gente humilde y sencilla de las zonas populares.

Los largos años de estudios después del Noviciado en el barrio Brisas del aeropuerto en Barquisimeto, Filosofía en República Dominicana, Ciencias políticas en Maracaibo, Teología (ITER) e Historia (UCAB) en Caracas sirven de base para la lectura en profundidad de la realidad y los distintos dinamismos que la estructuran. En el caso de Joseíto es precisamente la interpelación de la realidad venezolana y latinoamericana, eclesial y socio-política la que guiará su progresivo interés por los estudios. Leer estas realidades con la mayor seriedad posible fue lo que siempre practicó en sus largos años como director de la Revista Sic, director del Centro Gumilla y rector de la Universidad Católica Andrés Bello. Y como no se trataba solo del rigor académico, exámenes, ensayos, artículos, tesis, conferencias y seminarios, pasaba del consejo de redacción de la Revista Sic o de una reunión con investigadores en la UCAB, a la Quebrada de Catuche para organizar las celebraciones de Semana Santa o Navidad, de los encuentros de análisis sobre el proceso político venezolano del S.XX, a las reuniones con madres del barrio Catuche buscando salidas para sus hijos involucrados en la violencia, del salón de clases como alumno en el Instituto de Teología para Religiosos, a la formación de grupos de lectura de la Biblia en el Bloque 23-23 (popularmente conocido como “Siete machos”) del 23 de Enero. Así vivió la responsabilidad de leer lo que se le encomienda a todo jesuita. Ejercicio muchas veces doloroso dados los contextos tan exigentes en los que le tocó vivir y ejercer su ministerio sacerdotal.

Predicar es el segundo elemento característico del padre jesuita Joseíto. Precisamente en el complejo mundo que se esforzaba por comprender en sus lecturas tenía que predicar la Buena Noticia de Dios, especialmente a los más necesitados. No partía de cero, sino que se situaba en un gran marco que le proporcionaban el Espíritu del Concilio Vaticano II (1962-1965), las recepciones que del mismo hicieran las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano Medellín en 1968, Puebla en 1979, Santo Domingo en 1992 y Aparecida en 2007, las Congregaciones Generales de la Compañía de Jesús, los documentos de la Conferencia Episcopal venezolana, la memoria de los jesuitas mártires de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador (1989) y la apuesta por la evangelización inserto en los barrios populares emanada de los Proyectos de la Compañía de Jesús en Venezuela.

La promoción de la fe y la lucha por la justicia sería una constante de fondo no solo de sus artículos en la Revista Sic o de sus investigaciones y estudios doctorales, sino de su acción pastoral tanto en la esfera pública a través de los medios como en las celebraciones propias de la religiosidad popular venezolana, dígase la procesión de El Nazareno o las parrandas de Navidad en su catedral San Ignacio del Catuche, como solía llamar a la capilla que construyeron en la ya mencionada zona popular de Caracas.

Predicar, entonces, convocando a la acción colaborativa en las instituciones de la Compañía de Jesús y acompañando a quienes desde diversas organizaciones se le acercaban para pedirle su orientación, opinión o consejo con respecto a una problemática bien política o estrictamente personal. Las múltiples reuniones con distintos actores sociales y políticos que llenaban su agenda respondían a esta forma de entender la misión evangelizadora. Se empeñó en la predicación de la unión de los diversos sectores del país propiciando los encuentros de quienes estaban enemistados. Tarea muy cuesta arriba en un país atravesado por la polarización, la violencia arrasadora de instituciones y el ejercicio implacable del poder. Su predicación estaba animada por el convencimiento de la necesidad del reconocimiento mutuo y que, aunque se dijeran palabras fuertes, estas siempre serían mejores que el desconocimiento.

De este modo, Joseíto fue fiel a su confesión de fe y fidelidad al Evangelio en el contexto difícil de las últimas décadas. Por eso, en tercer lugar, confesar lo entiende y lo vive como un constante esfuerzo por escuchar cuidadosamente a las personas que se le acercaran por el motivo que fuere, no necesariamente confesional cristiano católico. Siempre respetuoso de los procesos personales de quienes lo buscaban para hablar y dispuesto a ofrecerle una alternativa que le ayudara a aliviar la carga y a seguir llevando adelante su vida con sentido. “Vamos a hablar con Joseíto, algo bueno se le ocurrirá”. Así fue tantas veces.

El compañero de comunidad

En la cotidianidad de la vida comunitaria estuvo atento, procurando el cuidado de los compañeros, el compartir sobre las respectivas situaciones familiares o de las obras de la Compañía de Jesús. Así lo hizo las veces que fue Superior de la Comunidad jesuita en la comunidad Manuel Aguirre de La Pastora y en la comunidad de la UCAB. Joseíto insistió en hacer de la casa donde se residía una Comunidad de amigos en el Señor. No solo un grupo de hombres dedicados a trabajar cada quien en lo suyo, sino una Comunidad donde también se practicara la conversación fraterna y, sobre todo, en las coyunturas conflictivas, el discernimiento personal y comunitario orientados a la toma de decisiones y a la acción; siempre guardando la discreta caridad, aunque fuera frunciendo el ceño.

En la Comunidad jesuita Joseíto tuvo presente las orientaciones de la Compañía de Jesús. En sus tiempos del Centro Gumilla todo lo referido al Apostolado Social y, en los últimos tiempos en la UCAB, todo lo que tenía que ver con el Apostolado Intelectual y universitario. También se esforzaba por compartir en comunidad la oración personal y comunitaria rezando con los documentos de la Iglesia y de la Compañía de Jesús. El Padre Joseíto sabía que los jesuitas tenían que hacer silencio juntos de tal modo que se creara un clima donde se pudiera gustar y sentir lo que el Dios de la Ternura y la Misericordia le decía a la comunidad. Esta era la forma de recargar fuerzas para seguir adelante.

La fiesta

Celebrar los logros, culminar el tiempo del trabajo cotidiano en la gran mesa donde se parte y se comparte el pan, la risa y el baile, la fiesta, el gran contento del encuentro gratuito. Que no faltara con que celebrar y dar las gracias por todo lo vivido, aun en los tiempos de escasez. Buscar y hallar los motivos para brindar por los logros y seguir adelante haciéndole frente a estos tiempos que arrecian. Celebrar animados por la esperanza, que va más allá de todo optimismo, y da la fuerza para seguir viviendo aquí y ahora, apostando por la creación de un mejor futuro para Venezuela con posibilidades para todos. Joseíto, ¡venga un abrazo!

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