Una de esas noches, lejanas en mi memoria, cuando las calles pertenecían a los ciudadanos y el vino y la buena comida española eran de libre acceso, salí de la “Bajada”, ahíto de chistorras, tortilla española y con unas cuantas copas de Rioja en el cuerpo.
Mientras buscaba mi vehículo estacionado en la calle, (tampoco era pecado conducir un tanto “alegre”), encontré a un amigo recostado de un Volkswagen Escarabajo, llevaba su guitarra de tocar “Carabina treinta treinta” y “Cerecita”, colgada al hombro, le saludé amablemente.
—Épale, ¿Cómo estás? ¿Qué haces por acá?
—Practicando el odio de clases.
Fue contundente la respuesta del Gocho de economía, en la mano tenía un fajo de llaves, la portezuela del vehículo lucía desordenadamente rayada y el retrovisor dañado.
El odio de clases es uno de los valores que inculca el adoctrinamiento socialista.
Como todas las aberraciones políticas, resulta difícil encontrar un modelo que las justifique, sin embargo, algunos odiadores de clase, pocos por suerte, se justificaron, de manera aviesa, poniendo a Gramsci como ejemplo.
Utilizaban como absurda explicación su célebre frase, “Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes”, a la que le sumaban la acusación que le hizo Mussolini, para violar su inmunidad parlamentaria y encarcelarlo, por incitación al odio de clases, a la guerra civil y por hacer apología del delito y conspirar.
Usando tendenciosamente, su condición de víctima del fascismo y su airada imprecación, lo convirtieron en el paladín de los odiadores de clase, tal como el amigo citado al principio de este artículo.
El odio doctrinario, en los militantes revolucionarios nace de la prédica de la lucha de clases, porque las “tensiones”, como definía Maquiavelo, entre gobernantes y gobernados, siempre han existido y existirán.
En la antigüedad, entre amos y esclavos, luego entre siervos y señores feudales, durante el mercantilismo entre propietarios y trabajadores, burguesía y proletariado, como categorías marxistas después de que Marx hizo lo suyo.
Con argumentos como la explotación, la injusticia, la desigualdad, etc, resulta muy fácil sembrar el odio, cuando los corazones que lo reciben están llenos de carencias y resentimientos.
Sirve para agrupar a las masas, brindándole la posibilidad de tener un enemigo común que los cohesione.
Resulta fácil sembrar entre los más pobres la idea de que el enemigo posee nuestro objeto del deseo y que no tienen la posibilidad de poder alcanzarlo por medios propios.
Así logran transformar su envidia en odio, así consiguen que no luchen por satisfacer sus deseos.
De esta manera logran que los socialmente débiles, permanezcan atrincherados en la envidia y el odio, creyendo que la destrucción del otro les permitirá alcanzar lo que no han sido capaces de producir.
Mi primer acercamiento a la ideología comunista (fase inferior del adoctrinamiento), lo tuve en los círculos de estudio del partido, donde discutimos el libro “Crítica de la ideología alemana” (discutir era sinónimo de oír en silencio, al ideólogo de turno).
Creí que no había entendido nada, porque el barbudo que desmenuzaba el libro, escrito por uno más barbudo que él, decía que la ideología era una falsa interpretación de la realidad.
Años después me enteré de que el mismo autor en su “Introducción a la crítica de la economía política” repetía lo mismo, pero más adornado y como seguimos leyendo, leímos ¿Qué hacer? de otro que no era tan barbudo, usaba una aristocrática perilla, decía más o menos, que la ideología socialista, era un compromiso con la vida y que los revolucionarios debían ser profesionales, o sea un apostolado que implicaba la entrega de la vida a la revolución.
Con ese libro sí entendí, ya sabía qué hacer, estaba armado con un modelo económico, que explicaba la historia de la humanidad, daba las pautas para cambiar la sociedad y me brindaba un proyecto de vida.
Tenía la mejor ideología del mundo, el partido y sus dirigentes, ya no necesitaba más nada en la vida ¡tenía una doctrina!
El adoctrinamiento comunista en Venezuela siguió varias vertientes, marcadas por las fuentes de financiamiento.
Básicamente los recursos fluían a través de Cuba, fuertemente marcada por las tendencias estalinistas, en Cuba Trotsky estaba proscripto, Rosa Luxemburgo era casi una enemiga, aquí poco leímos de esos autores; Gramsci, llegó tarde a Cuba y terminó hermanado al Che.
Poco leímos de Gramsci, hasta que Allende lo rescató del olvido latinoamericano, aquí nuestros ideólogos lo catalogaban como un neomarxista y eurocomunista, entre otras cosas por introducir categoría diferentes a las marxistas, como las de movimientos sociales, en vez de lucha de clases, por afirmar que la hegemonía cultural permitiría lograr el acceso al poder de los trabajadores, la creación del concepto de sociedad civil y por las críticas expresadas al estalinismo, en su carta enviada al Comité Central del Partido Comunista Ruso, la cual nunca llegó a manos de sus destinatarios.
Por esa razón en Venezuela, lo colocaron en el saco de los reformistas y su lectura fue censurada por los popes de algunas de las facciones que conformaban el movimiento revolucionario.
Uno de los ideólogos impulsores de Gramsci terminó, tristemente, como pasto de los cerdos.
El adoctrinamiento estaba determinado por los ideólogos de cada organización y la intensidad del odio de clases dependía, básicamente, del nivel de resentimiento que los motivara.
Sin embargo, como todas estaban inmersas en la subversión armada, predominaban los valores vinculados a la formación para la guerra.
La intrepidez y la temeridad eran determinantes, los más osados y valientes tenían más opciones de desarrollo, la ética revolucionaria era una prédica permanente de los líderes, hasta que algún desprevenido enconchaba en su casa a un funcionario del partido, allí se convertían en acosadores de la esposa del compañero que les brindaba apoyo.
El compromiso revolucionario lo determinaba el nivel de riesgo y el tiempo que el militante estaba dispuesto a brindar a la actividad política.
El máximo nivel lo representaban los funcionarios del partido que no trabajaban, asistían a una o dos reuniones diarias y el resto del tiempo lo dedicaban al dolce far niente, pagados con los fondos del partido y los aportes de los militantes que trabajaban.
Para la ideología comunista, el estudio tenía una valoración particular, el militante siempre estaba leyendo literatura marxista, recomendada por la organización, la investigación fuera de la orientación del partido estaba mal vista y considerada una censurable pérdida de tiempo.
Los estudios académicos eran subestimados, en cualquier momento el partido podía pedirte que los dejaras para enviarte a un destino, rural o urbano determinado por la dirigencia, acto que honraba al militante, porque el partido estaba primero que la familia, los estudios y el trabajo.
Patria o muerte siempre fue más que una consigna, era y es un mantra constante de la existencia que implicaba, como bien lo dice, la ofrenda de la vida, no a la patria sino al partido.
Hoy se aprecia su alienante consecuencia, vemos a muchos en Cuba y Venezuela gritarlo, cuando los efectos del hambre le arrebatan la dignidad y la calidad de vida.
La Libreta de racionamiento cubana o la caja CLAP venezolana son la recompensa por su apego a la doctrina.
Mucho se puede decir de los mecanismos de ideologización y adoctrinamiento utilizados por el comunismo.
La ideología es la forma más aberrante de la alienación, niega la individualidad, despoja al individuo de la capacidad de discernir fuera de los elementos de la ideología y lo provee de un pensamiento unidireccional, que limita el razonamiento propio, la experiencia, el conocimiento empírico y científico y hasta la razón para sustituirlos por la doctrina.
Ojalá podamos algún día resignificar la ideología del odio en una fuerza creadora, que reafirme al individuo brindándole la posibilidad de transformar, la envidia y el resentimiento, en planes de vida que le permitan cambiar el compromiso con el partido, en un proyecto de vida personal y creativo.
P.S.
Al día siguiente de mi encuentro con el Gocho de economía, llegó a mi oficina un muy apreciado amigo, que supongamos se llamaba Manuel.
Siempre de buen humor, caminando en la punta de los pies, con el ligero tongoneo de los criados en La Pastora, al estilo de los personajes de Marcial Lafuente Estefanía, dijo:
—Anoche un güevón me rayó la puerta de mi VVM y reventó el retrovisor, este país está lleno de locos.
Para mi amigo VVM, quería decir, Volkswagen Vuelto Mierda, en franca e irónica alusión a los vehículos BMW.
@wilvelasquez
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