Un barco cargado de inmigrantes africanos en el Mediterráneo es rechazado por el gobierno italiano y en pocos días el gobierno de Alemania, la gran potencia de Europa, se tambalea.
Así de endiablada es la política europea y de peliaguda la cuestión de la inmigración, que provocó en los últimos años agrias polémicas en la Unión Europea (UE).
La última amenaza con apartar del poder a Angela Merkel, la líder del país que es visto como el último baluarte de la estabilidad en el viejo continente.
Su intención de acordar con sus socios de la UE una solución común para hacer frente a la situación de los inmigrantes que llegan de África y Medio Oriente, afectados por problemas económicos y, a veces, conflictos bélicos, la ha enfrentado a su socio de gobierno de la Unión Social Cristiana (CSU, por sus siglas en alemán), partidaria de endurecer la política migratoria.
Sin la CSU, Merkel se quedaría en minoría en el Bundestag, el Parlamento alemán, y a merced de una votación de confianza que hiciera caer su gobierno como le sucedió al de Mariano Rajoy en España.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
El pasado sábado, la ONG SOS Méditerranée rescató a 630 inmigrantes, muchos de ellos mujeres embarazadas y niños, en aguas del Mediterráneo y los embarcó en su buque Aquarius.
El nuevo gobierno italiano, formado por el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, formación caracterizada desde hace años por sus mensajes xenófobos, cumplió su promesa electoral y se negó a recibir en ninguno de sus puertos a los extranjeros rescatados.
Tampoco quisieron hacerse cargo las autoridades de Malta, el otro país europeo del que estaba cerca del buque, lo que provocó un conflicto que solo se resolvió cuando el recién nombrado presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, ofreció Valencia como puerto seguro para acoger a los inmigrantes.
El ministro español de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, definió el «gesto simbólico» de Sánchez como un intento de que los países europeos «dejen de mirar para otro lado».
El llamado Convenio de Dublín, negociado inicialmente en 1990, establece que, salvo en pocas excepciones, los solicitantes de asilo son responsabilidad de los estados miembros por los que acceden a territorio de la UE.
Esa norma ha provocado durante años una fuerte presión sobre países como Grecia, Italia y España, que tienen las costas más cercanas a las zonas de las que suelen proceder los indocumentados.
La Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la UE, aprobó un sistema de cuotas para repartir a quienes fueran reconocidos como refugiados y aliviar así la situación en los mecanismos de respuesta de Italia y Grecia.
Pero los estados miembros de la UE incumplieron sus compromisos, lo que, según muchos analistas, es una de las razones del auge electoral de la Liga, que prometió en la campaña que acabaría con una situación que ha hecho de Italia «el campamento de refugiados de Europa».
Según Katya Adler, editora para Europa de la BBC, el anterior gobierno italiano presidido por Paolo Maria Gentiloni, «imploró a los países de la Unión Europea que compartieran la carga» de alojar y procesar los miles de llegadas de extranjeros.
«Nadie escuchó entonces», dice Adler. Pero, tras lo ocurrido con el Aquarius, «sí le están prestando atención» a Roma.
¿Cómo afecta esto a Merkel?
En lo peor de la crisis de 2015, cuando miles de refugiados e inmigrantes económicos llegaban a suelo europeo, Merkel pronunció su famosa frase: «Podemos hacerlo», que resumió una política de acogida que llevó a que más de un millón de inmigrantes recalaran en Alemania.
Su apuesta le costó críticas de otros gobiernos de la UE con visiones más negativas de los inmigrantes y del islam, la religión de muchos de ellos.
Merkel también sufrió desgaste a nivel interno y los partidos xenófobos le ganaron terreno a su partido, la Unión Cristiano Demócrata (CDU, por sus siglas en alemán), que en las últimas elecciones, celebradas el pasado septiembre, sufrió un fuerte retroceso en escaños.
Ese es ahora su gran problema.
Merkel tuvo que matizar su discurso proinmigración e incluir en su gobierno a Horst Seehofer, ministro de Interior y líder de la CSU, la formación democristiana de Baviera, aliada tradicional de la CDU de Merkel.
Seehofer fue desde 2015 uno de los que más cuestionó las decisiones de la canciller en materia migratoria y reclamó acelerar las deportaciones, pero ahora, con la situación del Aquarius, ha ido un paso más allá.
Seehofer ha sido uno de los más críticos con la política migratoria de Merkel (Foto: AFP)
El bávaro impulsa lo que denomina su «plan maestro para la inmigración», que contempla rechazar en la fronteras alemanas a las personas que no cumplan con los requisitos, algo que Merkel ha rechazado explícita y reiteradamente.
Según Jenny Hill, corresponsal de la BBC en Berlín, Merkel se enfrenta a «un auténtico motín».
«Como lo ha descrito un comentarista, parece que Seehofer tiene a Merkel contra la pared», añade.
Por ahora, la canciller ha repetido sus llamamientos a que se haga frente al problema con una perspectiva europea.
Este jueves, cuando se le preguntó si se podría encontrar una solución, dijo: «Espero que todos, incluido el gobierno federal, lo hagamos juntos».
Pero Alexander Dobrindt, dirigente en Baviera de la CSU ha advertido que el llamado plan maestro es responsabilidad directa del ministro del Interior y que su intención es «darle la vuelta» a toda la política migratoria.
¿Qué puede pasar ahora?
Hill piensa que «esta crisis subraya no solo la preocupación por el impacto de la estrategia de asilo de 2015 de Merkel, sino también la fragilidad de su coalición de gobierno».
El próximo lunes Seehofer se reunirá con sus compañeros en la dirigencia del CSU y se prevé que anuncie la entrada en vigor de sus polémicas medidas fronterizas.
Si lo hace, Merkel tendrá que elegir entre aceptar algo que explícitamente rechazó y ser desobedecida por uno de sus ministros, o destituir a Seehofer y abrir así una crisis de gobierno que podría suponer su caída.
Mientras tanto, el Aquarius continúa su travesía hacia el puerto español y los líderes europeos repiten el maratón de reuniones y negociaciones con el que suele manejar sus crisis.
La visita del primer ministro italiano, Giuseppe Conte, al presidente Emmanuel Macron en París este viernes fue el último de los movimientos ante el nuevo pulso que se avecina en las instituciones de la UE en Bruselas.
Pero los países del conocido como Grupo de Visegrado (Eslovaquia, República Checa, Polonia y Hungría) se mantienen en sus tesis contrarias a la acogida y forman un bloque al que se ha sumado Austria.
Para Merkel, la incapacidad para entenderse de los socios europeos de Alemania supone un enorme problema.
Adler recalca que «ella, más que otros líderes europeos, se ha quemado políticamente por la asimetría en las actitudes hacia la inmigración irregular en Europa».
«Si, ni siquiera ahora, se encuentra una solución europea, Merkel ha advertido de que se pondrán en cuestión los cimientos de la UE».
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